WASHINGTON - No es así como le habría gustado que fueran las cosas a Sandy Levin.
El Demócrata de Michigan se convirtió en presidente en funciones del Comité de Asignaciones de la Cámara la semana pasada después de que su anterior presidente, Charlie Rangel, de Nueva York, dimitiera -- temporalmente, según él - a consecuencia de serle abierto un expediente en el comité de ética por asistir a viajes pagados por empresas.
El mismo comité viene examinando otras muchas acusaciones más serias presentadas contra el congresista de Harlem - relativas a su declaración de patrimonio, la petición de donaciones de caridad y otras cuestiones.
Parece dudoso a juzgar por lo que ha salido a la luz que Rangel vaya a poder retomar el control del poderoso comité que se encarga de los impuestos, el comercio y grandes sectores de la sanidad.
Pero su decisión de causar baja de la presidencia, que tomó inmediatamente después de su reunión a puerta cerrada con la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi, es motivo de pesar para muchos -- y no menos para Sandy Levin.
Rangel y Levin llevan décadas siendo amigos y colegas en el comité. Conozco a Levin desde que era un juvenil secretario Demócrata en el condado de Oakland, Michigan, e infructuoso candidato a la gobernación. Él y yo compartimos la condición de antiguos alumnos del College de la Universidad de Chicago. No hay un atisbo de envidia en Levin y nunca se le habría ocurrido prosperar a expensas de Rangel.
Cuando pienso en Rangel, mis reflexiones se remontan a los primeros días del otoño de 1996. Siguiendo la apuesta de Bill Clinton por su reelección contra Bob Dole ese año, se me ocurrió que era posible que los Demócratas recuperaran la mayoría en el Congreso que habían perdido en 1994. Yo estaba equivocado - o quizá me anticipé 10 años, su quiere ser diplomático.
Pero decidí escribir un artículo en el Washington Post acerca de lo que podía venir, de manera que entrevisté a los coordinadores Demócratas de los comités clave del Congreso, incluyendo a Rangel en el de Asignaciones.
A principios de ese año había protagonizado una lucha contra la reforma social a la desesperada que sería una de las batallas notables del nuevo Congreso Republicano. El Presidente Clinton vetó dos versiones y a continuación, en 1996, negoció un acuerdo con los Republicanos y aprobó la tercera, poniendo fin a los estipendios federales destinados a las madres solteras sin recursos.
Rangel luchó a la desesperada -- hasta cuando un presidente Demócrata capitulaba. Estaba particularmente dolido porque el gobernador de Nueva York George Pataki, Republicano, llegó a Washington, como otros gobernadores, a presionar por el proyecto. Al igual que el gobernador de su estado, el difunto Pat Moynihan, Rangel estaba convencido de que significaría la ruina de sus electores y de Nueva York.
Así que cuando hubo detallado la lista de anteproyectos que intentaría aprobar si los Demócratas recuperaban la mayoría, dije: "Me sorprende que usted no mencione la reforma de lo social. Hubiera dicho que querría invertir el proyecto aprobado este año a la primera de cambio".
"Yo no", dijo, con esa sonrisa pícara que sus colegas y la prensa acabamos conociendo tan bien. "Voy a esperar a la próxima recesión, cuando los gobernadores estén pidiendo ayuda a gritos con la gente a la que se le acaba el paro. Quiero ver a Pataki de rodillas, suplicándome que lo arregle".
Así era Rangel - saltándose olímpicamente todos los protocolos del Congreso y el discurso cuidado y dejando claro que sus opiniones legislativas de principios conviven sin problemas con una pasión completamente humana por ajustar cuentas personales.
Se trata de un tipo sin pretensiones que, al igual que los veteranos militares que se meten en política, había superado cosas mucho peores que cualquier cosa que pudieran verter en su contra sus contrincantes. El mal trago de Rangel se produjo en la retirada de Corea del Norte, y se vio liberado al superar la experiencia.
Cuando volvió a casa tuvo las agallas de reemplazar al temible - y retorcido - Representante Adam Clayton Powell Jr. Y tuvo las narices de decir a Hillary Rodham Clinton, en sus variantes de Illinois, Massachussets, Connecticut, Washington, D.C. y Arkansas, que podía ser la senadora de Nueva York - y que él la podía ayudar.
Odio verle tropezar.