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La normalidad no existe, no somos jueces y no tenemos ningún derecho a imponer a nadie cómo debe vivir su vida

La normalidad no existe

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Hace unos días murió Cristina Ortiz, conocida artísticamente por “La veneno”. Es totalmente lamentable espectáculo mediático que se está haciendo del fallecimiento de un ser humano pero más lamentable es si cabe, el infierno que se está haciendo pasar en vida a muchas personas sólo por el hecho de no cumplir una supuesta normalidad que la sociedad nos impone.

En el siglo XXI podemos comunicarnos de forma inmediata con casi cualquier parte del planeta. Cualquier ciudadano normal puede acceder a más conocimiento en un día que cualquier dinastía de emperadores de la antigüedad a lo largo de varios siglos, y aún así, seguimos dejándonos influir como sociedad por miedos arcaicos.

Temer aquello que es diferente no es más que un resorte de la época en la que nuestro mayor logro como especie fue la de descubrir como hacer fuego.

Ya no vivimos en las cavernas, pero seguimos teniendo actitudes totalmente cavernícolas, el odio y las fobias nos invaden y convencen a muchos energúmenos de su legitimación para maltratar al diferente.

Odio a los transexuales, a los homosexuales, a las mujeres, a los gordos, a los pobres, a los extranjeros. Odio a los gitanos, a los viejos y a los feos.

Odio y más odio.

Tantos grupos, supuestamente minoritarios, son los depositarios del odio y las fobias que cabe preguntarse si al final la minoría no son aquellos retrógrados que son incapaces de respetar a los demás.

Nos echamos las manos a la cabeza por el aumento alarmante de casos de acoso entre los más pequeños pero los niños no hacen nada que no hayan visto hacer antes a los adultos.

El odio es una emoción humana y ninguna emoción humana debe reprimirse, pero sí usted es uno de esos seres involucionados en un cavernario recalcitrante, le aconsejo fervientemente que lo reconduzca.

Odie usted a las malas personas. Odie a aquellos que hacen daño a los demás. Deteste la injusticia. Abomine de la crueldad. Sienta fobia hacia la miseria. Desprecie a los tiranos y a los caciques. Cultive su repugnancia ante los corruptos. Pero deje en paz a las buenas personas sólo porque usted no sea capaz de comprenderlos. No es usted ningún elegido para dictar normas a nadie.

Sólo seremos una sociedad verdaderamente libre y justa cuando dejemos de ver a transexuales, gitanos, gordos o pobres y simplemente veamos a personas. Personas cuya dignidad no se mide en función de su condición sexual, etnia, aspecto físico o poder adquisitivo. La dignidad de cualquier ser humano es inherente a su condición de persona y nadie tiene derecho a cuestionar eso ni por un momento.

La normalidad no existe, no somos jueces y no tenemos ningún derecho a imponer a nadie como debe vivir su vida.

Quitarse las gafas del miedo y del odio nos hace más libres, felices y mejores personas.

¿Probamos?

La normalidad no existe

La normalidad no existe, no somos jueces y no tenemos ningún derecho a imponer a nadie cómo debe vivir su vida
Iria Bouzas Álvarez
martes, 15 de noviembre de 2016, 00:26 h (CET)
Hace unos días murió Cristina Ortiz, conocida artísticamente por “La veneno”. Es totalmente lamentable espectáculo mediático que se está haciendo del fallecimiento de un ser humano pero más lamentable es si cabe, el infierno que se está haciendo pasar en vida a muchas personas sólo por el hecho de no cumplir una supuesta normalidad que la sociedad nos impone.

En el siglo XXI podemos comunicarnos de forma inmediata con casi cualquier parte del planeta. Cualquier ciudadano normal puede acceder a más conocimiento en un día que cualquier dinastía de emperadores de la antigüedad a lo largo de varios siglos, y aún así, seguimos dejándonos influir como sociedad por miedos arcaicos.

Temer aquello que es diferente no es más que un resorte de la época en la que nuestro mayor logro como especie fue la de descubrir como hacer fuego.

Ya no vivimos en las cavernas, pero seguimos teniendo actitudes totalmente cavernícolas, el odio y las fobias nos invaden y convencen a muchos energúmenos de su legitimación para maltratar al diferente.

Odio a los transexuales, a los homosexuales, a las mujeres, a los gordos, a los pobres, a los extranjeros. Odio a los gitanos, a los viejos y a los feos.

Odio y más odio.

Tantos grupos, supuestamente minoritarios, son los depositarios del odio y las fobias que cabe preguntarse si al final la minoría no son aquellos retrógrados que son incapaces de respetar a los demás.

Nos echamos las manos a la cabeza por el aumento alarmante de casos de acoso entre los más pequeños pero los niños no hacen nada que no hayan visto hacer antes a los adultos.

El odio es una emoción humana y ninguna emoción humana debe reprimirse, pero sí usted es uno de esos seres involucionados en un cavernario recalcitrante, le aconsejo fervientemente que lo reconduzca.

Odie usted a las malas personas. Odie a aquellos que hacen daño a los demás. Deteste la injusticia. Abomine de la crueldad. Sienta fobia hacia la miseria. Desprecie a los tiranos y a los caciques. Cultive su repugnancia ante los corruptos. Pero deje en paz a las buenas personas sólo porque usted no sea capaz de comprenderlos. No es usted ningún elegido para dictar normas a nadie.

Sólo seremos una sociedad verdaderamente libre y justa cuando dejemos de ver a transexuales, gitanos, gordos o pobres y simplemente veamos a personas. Personas cuya dignidad no se mide en función de su condición sexual, etnia, aspecto físico o poder adquisitivo. La dignidad de cualquier ser humano es inherente a su condición de persona y nadie tiene derecho a cuestionar eso ni por un momento.

La normalidad no existe, no somos jueces y no tenemos ningún derecho a imponer a nadie como debe vivir su vida.

Quitarse las gafas del miedo y del odio nos hace más libres, felices y mejores personas.

¿Probamos?

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