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… ninguno como Federico García Lorca…

Superluna

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Lo que para los griegos era la diosa Selene y para los egipcios fue Jonsu, para nosotros es la Luna, una maravilla que vino a instalarse a vista de la Tierra hace, según los expertos, unos diez millones de años. Y ahí sigue cuando mengua y cuando crece, cuando se oculta y cuando aparece bella para que podamos contemplarla y dedicarle algún poema, fotografía, canción y leyenda.

Sin entrar en aspectos científicos que darían para mucho cortar y pegar, los expertos aseguran que desde el año 1948 hoy podremos ver a la luna, aunque un servidor cree será imperceptible, un poquitín más grande cuando llegue a su plenitud, o sea, de aquí a una hora y media.

Tal hecho ha movilizado a los “fiebres” de estos acontecimientos que, con toda seguridad, marcharán lejos de las luces de los Grandes Almacenes para subir a riscos donde, provistos de buenos prismáticos y observadores, poder contemplar este hecho extraordinario.

La Luna, a la que admiro, está emparentada con la Mar a la que amo a rabiar e influye en ella en sus bajamar y altamar; viene a ser como una especie de amante que actúa sobre ella consiguiendo que se desborde o repliegue a modo y manera de jugar con las espumas cuando saltan con gozo en las noches de luna llena mar adentro.

Nada de hombres lobos o de mujeres embarazadas en noches como las de hoy, algo de “lunáticos” siempre existen aunque no son tantos. La luna es propiedad exclusiva de amantes y poetas, y de los segundos ninguno como Federico García Lorca, por lo que aquellos vates contemporáneos que osen cantar a Selene deberán tener extremado mimo, pues de lo sublime a caer en el más espantoso de los ridículos solamente existe un pequeñísimo trecho.

Y nada más, pues las infatigables decimillas no dejan de acosarme y no doy pie con bola, pero he cumplido con la rabiosa actualidad que es de lo que trata.

Superluna

… ninguno como Federico García Lorca…
José García Pérez
lunes, 14 de noviembre de 2016, 01:22 h (CET)
Lo que para los griegos era la diosa Selene y para los egipcios fue Jonsu, para nosotros es la Luna, una maravilla que vino a instalarse a vista de la Tierra hace, según los expertos, unos diez millones de años. Y ahí sigue cuando mengua y cuando crece, cuando se oculta y cuando aparece bella para que podamos contemplarla y dedicarle algún poema, fotografía, canción y leyenda.

Sin entrar en aspectos científicos que darían para mucho cortar y pegar, los expertos aseguran que desde el año 1948 hoy podremos ver a la luna, aunque un servidor cree será imperceptible, un poquitín más grande cuando llegue a su plenitud, o sea, de aquí a una hora y media.

Tal hecho ha movilizado a los “fiebres” de estos acontecimientos que, con toda seguridad, marcharán lejos de las luces de los Grandes Almacenes para subir a riscos donde, provistos de buenos prismáticos y observadores, poder contemplar este hecho extraordinario.

La Luna, a la que admiro, está emparentada con la Mar a la que amo a rabiar e influye en ella en sus bajamar y altamar; viene a ser como una especie de amante que actúa sobre ella consiguiendo que se desborde o repliegue a modo y manera de jugar con las espumas cuando saltan con gozo en las noches de luna llena mar adentro.

Nada de hombres lobos o de mujeres embarazadas en noches como las de hoy, algo de “lunáticos” siempre existen aunque no son tantos. La luna es propiedad exclusiva de amantes y poetas, y de los segundos ninguno como Federico García Lorca, por lo que aquellos vates contemporáneos que osen cantar a Selene deberán tener extremado mimo, pues de lo sublime a caer en el más espantoso de los ridículos solamente existe un pequeñísimo trecho.

Y nada más, pues las infatigables decimillas no dejan de acosarme y no doy pie con bola, pero he cumplido con la rabiosa actualidad que es de lo que trata.

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