WASHINGTON - En el espacio de 10 días, gracias en parte a mi propio periódico, The Washington Post, el presidente de los Estados Unidos ha sido retratado como un hombre débil y un manazas incurable que está destruyendo su administración a pesar de todo lo que su jefe de gabinete, Rahm Emanuel, es capaz de hacer por enderezar las cosas.
Esta ficción notable comenzó a desarrollarse el 21 de febrero en la crónica que hacía en el Post mi amigo Dana Milbank, que escribía que "el primer año de Obama fracasó en gran parte porque no siguió los consejos de su jefe de gabinete en cuestiones cruciales. Posiblemente Emanuel sea la única persona que impide a Obama convertirse en Jimmy Carter", léase un fracaso sonado con un único mandato.
Una semana más tarde, probablemente las mismas fuentes anónimas convencían a Milbank de declarar a Obama "un peso pluma con demasiada frecuencia; a la menor molestia responde con comentarios propios de un universitario".
Y el martes, el Post abría la cabecera con una supuesta crónica firmada por Jason Horowitz diciendo que un presidente con "el estilo frío y docente" de Obama precisaba de "un ejecutor político" como Emanuel para tener alguna posibilidad de éxito, "porque (Emanuel) posee la comprensión única de la mente legislativa". Lamentablemente, rezaba la noticia, "Demócratas influyentes culpan -- en términos inusualmente francos -- a Obama y sus asesores de campaña más cercanos de no escuchar a Emanuel".
Sonaba, a todas luces, al tipo de filtraciones orquestadas que a menudo preceden a una dimisión forzada en Washington.
Salvo que el jefe de gabinete no suele obligar a dimitir al presidente. Cuando George H.W. Bush se hartó de John H. Sununu, por supuesto fue Sununu el que se marchó. Tal vez las fuentes de estas historias crean que es Obama el que debe marcharse.
En unos pocos párrafos, esto es lo que dicen que sucede otros cargos de la Casa Blanca:
El problema de fondo, a sus ojos, es una economía en pésimas condiciones que se ha llevado la popularidad de Obama y ha animado a los Republicanos a bloquear su programa legislativo.
Emanuel, que abandonó un puesto importante en la Cámara para ocupar un puesto en la administración de su colega de Chicago Obama, ha trabajado lealmente para el presidente y no resulta personalmente sospechoso entre sus colegas de inspirar estos artículos en el Post.
Pero, como me dice uno de ellos, "A Rahm le gusta ganar", y cuando las derrotas empezaron a acumularse, probablemente habría manifestado sus frustraciones entre algunos de sus viejos amigos del Congreso. Está claro que algunos de ellos están hablando con la prensa.
Hay buenas razones para dudar de la estrategia legislativa y las tácticas de esta Casa Blanca -- igual que ha pasado con otras administraciones. Un presidente que tiene por objetivo ingeniar cambios profundos a gran escala en las estructuras económica, social y legal, que al mismo tiempo se enfrenta a dos guerras y afronta las consecuencias de un desastre fiscal, se arriesga a la derrota. Obama ha coqueteado con ese riesgo con conocimiento de causa porque piensa -- igual que yo -- que el país corre peligro realmente. Su partido en el Congreso y su liderazgo tienen a menudo una mente más estrecha y parroquiana que el presidente. Y los Republicanos han elegido el camino fácil de la oposición casi unánime.
Nada de esto superaría el nivel de chismorreo propio de Washington si no fuera porque los amigos de Emanuel están tan impacientes por absolverle de culpa que están inculpando al presidente. Milbank, plasmando presumiblemente lo que escucha, llama a Obama "falto de seriedad e idealista" y afirma que se rinde con facilidad ante "la intimidación" de Republicanos y Demócratas por igual. Espero que los mulás de Irán no se lo crean.
A través de muchos años de cubrir cuestiones políticas, he terminado pensando como axioma que el peor consejo que puede recibir nunca un político procede de periodistas que se creen geniales estrategas de campaña.
Milbank insta ahora a Obama a emular a Gordon Brown, a quien probablemente le queden unas semanas para dejar de ser el primer ministro de Gran Bretaña, y empiece a intimidar a la gente por su cuenta. Eso es - bueno, es la gran tradición.