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Antonio Pérez Gómez

¡Gracias, rugby!

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Una vez más, debo hacerme eco de la grandeza del mayor y mejor deporte que jamás haya existido: El Rugby a 15. Y es el más grande no sólo por la emoción que trasmite a la grada. No solo por el enorme esfuerzo que se palpa desde el terreno de juego, sino por la maravillosa relación que este deporte contagia a los seguidores.

Hay tres acontecimientos deportivos que tradicionalmente se cuentan como el sumum para un aficionado al deporte: una final de un Mundial de fútbol, los 100 metros lisos de unos juegos olímpicos y un partido del VI naciones. Siempre he entendido el misticismo de los dos primeros. Y comprendía el del tercero. Pero hasta este fin de semana pasado no he podido comprobarlo.

La comunión de los fans del rugby con sus jugadores, que verdaderamente los representan sobre el césped, y la solidaridad y camadarería entre las hinchadas rivales no tiene parangón con ningún otro deporte de masas del mundo. En el Italia- Escocia del sábado pasado se pudo ver lo que estoy comentando. Miles de escoceses se dejaron caer sobre la soleada capital italiana, en una pacífica invasión celta. Miles de kilts (la falda típica escocesa) inundaban las céntricas calles de Roma en el fin de semana y llenaban los principales hoteles de la ciudad, del Quirinal hasta el Flaminio.

Pero Escocia perdió ante una Italia que hace dos años que no ganaba un partido y que está en el VI naciones de forma testimonial (el parné, el “marditro parné”, ya saben), convirtiéndose así en el mayor candidato a ganarse la cuchara de madera, ese deshonroso trofeo que te acredita como incapaz de haber ganado ningún partido en el campeonato. Para Escocia es una afrenta tremenda haber perdido contra los italianos (y es la segunda vez que le ocurre) y deja muy en entredicho el nivel del rugby escocés. ¿Reacción del numerosísimo público escocés, que, además, llevaba casi 24 horas de juerga continua e interrupta en Roma? Pues cierta pesadumbre, felicitación a los italianos por su épica victoria y celebración junto con los italianos hasta el día siguiente. Ni un sólo incidente. No era raro ver a primera hora del domingo a hordas de italianos con sus recién regalados kilts pasearse orgullosos por vía Cavour o vía del Corso. Era maravilloso ver muchísimas calles de la ciudad eterna engalanadas con las banderas escocesas, y era toda una lección ver a esos miles de escoceses irse del sur de Europa apesadumbrados por las derrota pero aún orgullosos de su equipo y contentos por haber ganado unos amigos para el mundo del rugby, muchos de ellos tras haber intercambiado unos teléfonos para la devolución de la visita de los Italianos a Escocia el año que viene.

Menuda lección. Gracias, rugby.

¡Gracias, rugby!

Antonio Pérez Gómez
Antonio Pérez Gómez
viernes, 5 de marzo de 2010, 09:59 h (CET)
Una vez más, debo hacerme eco de la grandeza del mayor y mejor deporte que jamás haya existido: El Rugby a 15. Y es el más grande no sólo por la emoción que trasmite a la grada. No solo por el enorme esfuerzo que se palpa desde el terreno de juego, sino por la maravillosa relación que este deporte contagia a los seguidores.

Hay tres acontecimientos deportivos que tradicionalmente se cuentan como el sumum para un aficionado al deporte: una final de un Mundial de fútbol, los 100 metros lisos de unos juegos olímpicos y un partido del VI naciones. Siempre he entendido el misticismo de los dos primeros. Y comprendía el del tercero. Pero hasta este fin de semana pasado no he podido comprobarlo.

La comunión de los fans del rugby con sus jugadores, que verdaderamente los representan sobre el césped, y la solidaridad y camadarería entre las hinchadas rivales no tiene parangón con ningún otro deporte de masas del mundo. En el Italia- Escocia del sábado pasado se pudo ver lo que estoy comentando. Miles de escoceses se dejaron caer sobre la soleada capital italiana, en una pacífica invasión celta. Miles de kilts (la falda típica escocesa) inundaban las céntricas calles de Roma en el fin de semana y llenaban los principales hoteles de la ciudad, del Quirinal hasta el Flaminio.

Pero Escocia perdió ante una Italia que hace dos años que no ganaba un partido y que está en el VI naciones de forma testimonial (el parné, el “marditro parné”, ya saben), convirtiéndose así en el mayor candidato a ganarse la cuchara de madera, ese deshonroso trofeo que te acredita como incapaz de haber ganado ningún partido en el campeonato. Para Escocia es una afrenta tremenda haber perdido contra los italianos (y es la segunda vez que le ocurre) y deja muy en entredicho el nivel del rugby escocés. ¿Reacción del numerosísimo público escocés, que, además, llevaba casi 24 horas de juerga continua e interrupta en Roma? Pues cierta pesadumbre, felicitación a los italianos por su épica victoria y celebración junto con los italianos hasta el día siguiente. Ni un sólo incidente. No era raro ver a primera hora del domingo a hordas de italianos con sus recién regalados kilts pasearse orgullosos por vía Cavour o vía del Corso. Era maravilloso ver muchísimas calles de la ciudad eterna engalanadas con las banderas escocesas, y era toda una lección ver a esos miles de escoceses irse del sur de Europa apesadumbrados por las derrota pero aún orgullosos de su equipo y contentos por haber ganado unos amigos para el mundo del rugby, muchos de ellos tras haber intercambiado unos teléfonos para la devolución de la visita de los Italianos a Escocia el año que viene.

Menuda lección. Gracias, rugby.

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