Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Política | Social
La irresponsabilidad de los políticos se nutre de la superfluidad imperante en nuestras sociedades

Calvinismo laico

|

El modelo de sociedad vigente hoy a nivel prácticamente global ya venía gestándose desde mucho tiempo atrás, casi desde mediados del siglo XX. A principios de la década de los noventa, conectando con ciertas tesis baudrillardianas, Francisco Umbral apuntaba en dicha dirección ciertas características del mundo en boga: “un mundo que no sólo ha perdido los valores, sino también los contenidos, pero sigue funcionando. Así, todo ocurre en función de que ocurre, pero sin ninguna otra finalidad […]. Es a lo que se ha llamado postmodernidad” (cf. “El socialfelpismo”, Ediciones B, 1991, p. 257).

Lo anterior es claramente aplicable a la política, donde unos y otros de los llamados representantes públicos carecen de objetivos, siendo tales, meras excusas para su medro personal en dichas instancias de influencia. La política tal y como está concebida actualmente carece de todo objetivo, es huérfana de valores y existe como una absurda convención que ocurre porque así venía sucediendo, porque hay unos parlamentos y unos ministerios que hay que llenar, sino de portadores de enjundiosos contenidos, sí al menos de sujetos que hagan el papelón. “El hombre de este siglo [XX] […] no está anclado a nada”, continuaba Umbral, a mi entender cargado de razón y de razones, esas mismas que podemos observar a poco que, por ejemplo, atendamos a la programación televisiva. Los anclajes que se esgrimen cuando se teatraliza gravedad son fútiles y delicuescentes, ficticios. Se trata de meras mascaradas mediante las que seguir interpretando los papeles a que aboca la gran obra teatral a la que asistimos sin remisión. Y seguía Umbral: “En este contexto de superfluidad y de capitalismo imparable (imparable precisamente porque no tiene destino, porque no se propone nada: ya lo ha conseguido todo), debemos entender la democracia española” (“Ibid.”, p. 258). Efectivamente, en tiempos en los que el capitalismo se han encaramado a las raíces más esenciales y ancestrales de la especie humana, poco o nada se puede hacer desde esta para subvertir o siquiera modificar mínimamente el estado de las cosas al que llevamos anclados desde muchos siglos atrás. El capitalismo muta y se sincretiza, asiendo al género humano por sus flancos más vulnerables: las pasiones.

Podemos, como partido en cierto modo heredero de los planteamientos más críticos que a lo largo de la historia han sido, no ha podido abstraerse de tan avasalladora postmodernidad.

El capitalismo es un contrincante difícilmente derrocable toda vez que, cual avezado karateka, conoce a la perfección la innumerable cantidad de puntos débiles que adornan a su rival.

Ciertamente, tomando el ejemplo de España, nos hemos podido dar cuenta de cómo, incluso en los momentos más arduos, a lo más que podemos llegar es a PODEMOS, cuya falibilidad se ha ido comprobando muy pronto, lo que pone de manifiesto que todo lo que no sea autogobierno ciudadano será susceptible de quedar contaminado por la dinámica político-representativa que todo lo impurifica y pervierte.

Incluso en términos lingüísticos “Podemos” es un nombre excesivamente pretencioso y un tanto difuso, ya que al ser un verbo eminentemente auxiliar necesitaría de una forma en infinitivo que concretase el propósito que anuncia. Y luego también un Complemento Directo que acabase de aclarar el designio enunciado por la perífrasis precedente, por ejemplo: “Podemos ganar las elecciones”, “Podemos bajar los índices de paro”, “Podemos acabar con la corrupción”, etc. Y aun así, no dejarían de ser enunciaciones meramente programáticas, porque en política lo verdaderamente importante es el “cómo”. Me apuntaba un amigo filólogo que dicho nombre vendría a ser “un hallazgo propagandístico basado en la imprecisión, lo que obliga al receptor a suponer que lo omitido es obvio”. Al fin, este es un ejemplo más del momento actual. Todo entra, al fin, por la misma lógica. Se ataca a ciertas esencias del sistema sin la eficacia deseada, pues las tentativas son fagocitadas por un “monstruo” tan sutilmente embaucador como ferozmente exclusivista. “Podemos” entra en la lógica del mercado en su vertiente política: el empleo de dicho verbo auxiliar es una argucia de marketing, pues incluye, como me seguía apuntando este mismo amigo filólogo, “en un sujeto omitido a emisor y receptor a través de una primera persona inclusiva que obliga o condiciona al receptor, algo semejante a lo que sucede con ‘Ciudadanos’ con su nombre en plural”. Podemos, curiosamente, queriendo encarnar el flanco más opuesto al sistema capitalista, entra en algunas de sus lógicas más gregarias, cual la de aunar política y espectáculo, como en Estados Unidos, para alcanzar, según ha afirmado alguna vez Pablo Iglesias, ciertos objetivos, que habría que ver si en la práctica serían los que los muchos presumen.

Otra de las muestras del desnortamiento de la lógica política son las tertulias de dicho tenor hoy proliferantes, a las que ya principiando los noventa Umbral se refería como “western de palabras” (“Ibid.”, p. 258).

Se va perdiendo cada vez más el pudor, lo que antes se intuía o se sabía pero no se verbalizaba hoy se orea por el mero placer de hacerlo, por contribuir más si cabe al espectáculo chusco que entre todos conformamos día a día. Y a las asociaciones de padres de alumnos, ante tal panorama, no se les ocurre otra cosa que emplazar a sus hijos a hacer huelga de deberes, lo que supone una de las más grandes atrocidades que he conocido, ya que tal cosa implica incentivar a los cachorros de la especie a aventurarse hacia la más supina irresponsabilidad. Ya lo decía también Umbral en el libro que venimos citando a lo largo de estas líneas: “A falta de otra cultura, en esta sociedad inculta […] se ha erigido la cultura del dinero” (“Ibid.”, p. 265) en lo que definía como una especie de “calvinismo laico” (“Ibid.”, p. 266).

La solución de los problemas gubernamentales pasan por el autogobierno de todos, algo muy peregrino si no nos concienciamos y empezamos a generar una cultura de la responsabilidad a su vez basada en una cultura con mayúsculas; de no hacerlo, seguiremos requiriendo de intermediarios que una y otra vez malversarán el caudal de confianza en ellos depositado.

Calvinismo laico

La irresponsabilidad de los políticos se nutre de la superfluidad imperante en nuestras sociedades
Diego Vadillo López
lunes, 7 de noviembre de 2016, 08:33 h (CET)
El modelo de sociedad vigente hoy a nivel prácticamente global ya venía gestándose desde mucho tiempo atrás, casi desde mediados del siglo XX. A principios de la década de los noventa, conectando con ciertas tesis baudrillardianas, Francisco Umbral apuntaba en dicha dirección ciertas características del mundo en boga: “un mundo que no sólo ha perdido los valores, sino también los contenidos, pero sigue funcionando. Así, todo ocurre en función de que ocurre, pero sin ninguna otra finalidad […]. Es a lo que se ha llamado postmodernidad” (cf. “El socialfelpismo”, Ediciones B, 1991, p. 257).

Lo anterior es claramente aplicable a la política, donde unos y otros de los llamados representantes públicos carecen de objetivos, siendo tales, meras excusas para su medro personal en dichas instancias de influencia. La política tal y como está concebida actualmente carece de todo objetivo, es huérfana de valores y existe como una absurda convención que ocurre porque así venía sucediendo, porque hay unos parlamentos y unos ministerios que hay que llenar, sino de portadores de enjundiosos contenidos, sí al menos de sujetos que hagan el papelón. “El hombre de este siglo [XX] […] no está anclado a nada”, continuaba Umbral, a mi entender cargado de razón y de razones, esas mismas que podemos observar a poco que, por ejemplo, atendamos a la programación televisiva. Los anclajes que se esgrimen cuando se teatraliza gravedad son fútiles y delicuescentes, ficticios. Se trata de meras mascaradas mediante las que seguir interpretando los papeles a que aboca la gran obra teatral a la que asistimos sin remisión. Y seguía Umbral: “En este contexto de superfluidad y de capitalismo imparable (imparable precisamente porque no tiene destino, porque no se propone nada: ya lo ha conseguido todo), debemos entender la democracia española” (“Ibid.”, p. 258). Efectivamente, en tiempos en los que el capitalismo se han encaramado a las raíces más esenciales y ancestrales de la especie humana, poco o nada se puede hacer desde esta para subvertir o siquiera modificar mínimamente el estado de las cosas al que llevamos anclados desde muchos siglos atrás. El capitalismo muta y se sincretiza, asiendo al género humano por sus flancos más vulnerables: las pasiones.

Podemos, como partido en cierto modo heredero de los planteamientos más críticos que a lo largo de la historia han sido, no ha podido abstraerse de tan avasalladora postmodernidad.

El capitalismo es un contrincante difícilmente derrocable toda vez que, cual avezado karateka, conoce a la perfección la innumerable cantidad de puntos débiles que adornan a su rival.

Ciertamente, tomando el ejemplo de España, nos hemos podido dar cuenta de cómo, incluso en los momentos más arduos, a lo más que podemos llegar es a PODEMOS, cuya falibilidad se ha ido comprobando muy pronto, lo que pone de manifiesto que todo lo que no sea autogobierno ciudadano será susceptible de quedar contaminado por la dinámica político-representativa que todo lo impurifica y pervierte.

Incluso en términos lingüísticos “Podemos” es un nombre excesivamente pretencioso y un tanto difuso, ya que al ser un verbo eminentemente auxiliar necesitaría de una forma en infinitivo que concretase el propósito que anuncia. Y luego también un Complemento Directo que acabase de aclarar el designio enunciado por la perífrasis precedente, por ejemplo: “Podemos ganar las elecciones”, “Podemos bajar los índices de paro”, “Podemos acabar con la corrupción”, etc. Y aun así, no dejarían de ser enunciaciones meramente programáticas, porque en política lo verdaderamente importante es el “cómo”. Me apuntaba un amigo filólogo que dicho nombre vendría a ser “un hallazgo propagandístico basado en la imprecisión, lo que obliga al receptor a suponer que lo omitido es obvio”. Al fin, este es un ejemplo más del momento actual. Todo entra, al fin, por la misma lógica. Se ataca a ciertas esencias del sistema sin la eficacia deseada, pues las tentativas son fagocitadas por un “monstruo” tan sutilmente embaucador como ferozmente exclusivista. “Podemos” entra en la lógica del mercado en su vertiente política: el empleo de dicho verbo auxiliar es una argucia de marketing, pues incluye, como me seguía apuntando este mismo amigo filólogo, “en un sujeto omitido a emisor y receptor a través de una primera persona inclusiva que obliga o condiciona al receptor, algo semejante a lo que sucede con ‘Ciudadanos’ con su nombre en plural”. Podemos, curiosamente, queriendo encarnar el flanco más opuesto al sistema capitalista, entra en algunas de sus lógicas más gregarias, cual la de aunar política y espectáculo, como en Estados Unidos, para alcanzar, según ha afirmado alguna vez Pablo Iglesias, ciertos objetivos, que habría que ver si en la práctica serían los que los muchos presumen.

Otra de las muestras del desnortamiento de la lógica política son las tertulias de dicho tenor hoy proliferantes, a las que ya principiando los noventa Umbral se refería como “western de palabras” (“Ibid.”, p. 258).

Se va perdiendo cada vez más el pudor, lo que antes se intuía o se sabía pero no se verbalizaba hoy se orea por el mero placer de hacerlo, por contribuir más si cabe al espectáculo chusco que entre todos conformamos día a día. Y a las asociaciones de padres de alumnos, ante tal panorama, no se les ocurre otra cosa que emplazar a sus hijos a hacer huelga de deberes, lo que supone una de las más grandes atrocidades que he conocido, ya que tal cosa implica incentivar a los cachorros de la especie a aventurarse hacia la más supina irresponsabilidad. Ya lo decía también Umbral en el libro que venimos citando a lo largo de estas líneas: “A falta de otra cultura, en esta sociedad inculta […] se ha erigido la cultura del dinero” (“Ibid.”, p. 265) en lo que definía como una especie de “calvinismo laico” (“Ibid.”, p. 266).

La solución de los problemas gubernamentales pasan por el autogobierno de todos, algo muy peregrino si no nos concienciamos y empezamos a generar una cultura de la responsabilidad a su vez basada en una cultura con mayúsculas; de no hacerlo, seguiremos requiriendo de intermediarios que una y otra vez malversarán el caudal de confianza en ellos depositado.

Noticias relacionadas

La ciudad de Barcelona, en favor de una transformación fantasiosa de sí misma, siempre bajo el paraguas efectista de la ‘sostenibilidad ambiental’, como socorrida coartada ejemplificada en su más que evidente y disruptiva conversión urbanística, se le adivina en su resultado final el poco o nulo interés por conectar con las necesidades vitales de una gran mayoría y en aquellos planeamientos al servicio de las personas.

El ADN de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, contendría la triple enzima trumpista (autocracia, instauración del paraíso neoliberal y retorno al "pensamiento único heteropatriarcal") y asimismo sería una "rara avis" que consigue desarbolar cualquier estrategia opositora que sea mínimamente racional al ser una experta en las técnicas de manipulación de masas.

La inversión de inmuebles en España atrae a muchos extranjeros, por el clima mediterráneo agradable y las múltiples playas por toda su costa, lo que la convierte en un destino muy atractivo para vivir o pasar las vacaciones, esta es la razón de muchos inversores que buscan una segunda residencia o un lugar de retiro.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto