"Miremos al monstruo a los ojos y veremos qué pasa”, comentaba un prudente Ettore Messina en el arranque de la temporada. Cuatro meses más tarde, el Regal Barça volvió a devorar a su máximo rival, y de nuevo como más duele: en una final y demostrando su infinita superioridad. La aplastante victoria blaugrana –la tercera al Madrid en lo que va de temporada- en la final de la Copa del Rey es el fiel reflejo de la abismal diferencia entre este Regal Barça 2.0 y el pelotón de aspirantes. Por lo visto hasta el momento, el Monstruo no tiene rival en España, veremos si encuentra alguno en el viejo continente.
El 80-61 final seguro que escoció, pero quizá más dolorosa sea la sensación de impotencia ante un Barça superlativo que le pasó por encima en todo momento y en todas las facetas del juego. Y eso que la final parecía más igualada tras la exhibición del Madrid ante el Caja Laboral y las ‘dudas’ iniciales de los de Xavi Pascual en sus dos primeros partidos. Puro espejismo: el Monstruo estaba calibrando. A la hora de la verdad reapareció el rodillo azulgrana para minimizar el proyecto Messina y conseguir el segundo de los cuatro títulos a los que aspira este gigante. Viendo lo bien engrasada que anda la maquina azulgrana el ‘poker’ parece al alcance de la mano.
Esta vez ni siquiera necesitó la mejor versión de Juan Carlos Navarro. Apoyados en un descomunal Fran Vázquez, merecido MVP de la final con 14 puntos, 4 mates y 4 rebotes, un genial Lorbek y un Ricky Rubio soberbio en ambos lados de la cancha, asfixió a su rival en defensa, lo maniató en ataque y lo desesperó con abrumadoras diferencias (64-37 en el minuto 30) que por momentos rozaban la humillación. El Madrid, falto de aquella garra y brega que se requiere en una final, no encontró respuestas ni individuales ni colectivas en ningún momento y se diluyó acomplejado ante un Barcelona que no quiso hacer más sangre. La Copa tendrá que esperar para el Madrid…y ya van 17 años.