Hay veces en que una película está más maldita que el personaje que la protagoniza. Es el caso de la nueva versión de El Hombre Lobo, pues entre problemas logísticos y de presupuesto, rodaje de tomas alternativas, abandonos y cambios sobre la marcha, daba la impresión de que el licántropo encumbrado por la universal en los años cuarenta nunca se iba enfundar el pelaje de los nuevos tiempos. Y la verdad es que quizás hubiera sido mejor así, porque el resultado, si bien tampoco es horroroso, no está a la altura de las expectativas, algo que resultaba fácilmente deducible teniendo en cuenta todos los factores arriba mencionados.
El principal problema de El Hombre Lobo versión Joe Johnston (en los títulos de crédito oficiales consta su firma aunque no parece que haya hecho mucha cosa) es la contradicción existente entre su ambición por recuperar el hálito clásico de la historia y sus incomprensibles y reiteradas caídas en los manierismos del cine palomitero reciente. Por ejemplo, mientras que a la atmósfera no se le puede poner ningún tipo de pega en términos de fotografía, arte, diseño de sonido, música y vestuario, llegando a crear uno de los universos narrativos más arrebatadoramente góticos de los últimos tiempos, el guión y la realización se empecinan una y otra vez en bombardearnos con anacrónicos sustos fáciles y con efectos especiales de última generación que juegan en contra del trabajo como maquillador de Rick Baker y del diseño del personaje de Benicio del Toro en general. Lo digo, más que nada, porque no tiene ningún sentido aspirar a beber de las versiones más tempraneras del monstruo y al mismo tiempo convertirlo en un tosco torbellino CGI a lo Van Helsing, como ocurre en el tramo final.
Pero por desgracia eso no es todo. Dejando al margen las apariciones puntuales de una especie de Gollum esmirriado que da más risa que miedo, la historia comete el error de tratar de sorprender mediante una trama de misterio tópica y aburrida capaz por si sola de distanciar al espectador más fanático del relato. Y es que, por momentos, da la impresión de que el guión, en lugar de querer contar la historia del hombre lobo, quisiera irse por los cerros de Úbeda y contarnos una de familias disfuncionales. Sobra el personaje de Anthony Hopkins. Sobra (o por lo menos no está lo suficientemente desarrollada) la trama romántica, sobra Geraldine Chaplin en su sempiterno y cada vez más paródico papel de mujer de ultratumba y, por encima de todo, sobran secuencias oníricas que no aportan nada más que argamasa con la que llenar los huecos narrativos.
Así que mucho me temo que los amantes del terror clásico de la Universal no van a dar precisamente saltos de alegría ante esta nueva versión de una de sus historias de terror más emblemáticas. Y eso que, como digo, tiene cosas muy positivas, como su impecable factura visual y sonora, el acierto de casting de Benicio del Toro, (que parece nacido para el papel), o la valentía de sus responsables a la hora de no andarse con miramientos en lo que a violencia se refiere. Por lo demás, la película se queda en un mero e intrascendente entretenimiento que al pobre Lon Chaney Jr. seguramente habría desconcertado más que las eternas sesiones de maquillaje a las que solían someterle. Lo dicho, cuarto menguante.