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Rodrigo Gil-Sabio

Pirri, el maestro de esgrima

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Tiene una planta que asusta, y un tirón mediático entre la chiquillería colosal. Además, su ‘arma’ favorita es la espada y su historia merece muy mucho la pena. Les hablo del ‘Capitán Alatriste’ del deporte español. Responde al nombre de José Luis, de apellido Abajo, pero todos le conocen como Pirri desde el 10 de agosto de 2008. Sí, es el día en que por vez primera un español ganaba una medalla olímpica en esgrima.

A mí, más que el momento concreto de aquella inolvidable medalla, que fue brutal, me fascina el pasado y el futuro del personaje. Un niño que empezó en la natación y, “causalidades de la vida” como a él le gusta decir, acabó batiéndose en duelo hasta con su sombra para convertirse en uno de los mejores espadachines del mundo.

Pero la gloria y reconocimiento en los que vive hoy Pirri no han sido un regalo, ni mucho menos. Se lo ha ganado a pulso en 20 años de esfuerzos y muchas, muchas derrotas. Su primer gran ‘tocado’ fue la pérdida de su padre, a los 11 años. Era piloto de caza y esgrimista, y le dejó a su hijo, sin él saberlo, el mejor legado posible: sus espadas.

Como en los cuentos de la Edad Media, aquél contacto con la espada de su padre provocó en Pirri una mutación, algo que le llevó a practicar este deporte casi de forma compulsiva, horas y horas, días y días, años y años sacrificando incluso los estudios. José Luis Abajo es un elegido –con su físico podría haber hecho bien cualquier deporte- y sabía que Pekín 2008 no era sólo su gran oportunidad, sino la de un colectivo, el de la esgrima, invisible para medios y patrocinadores pese a los Pereira, Maroto o Roselló de turno que tanto se han sacrificado.

Y Pirri se fue a China a jugársela, con un pinchazo terrible en la espalda y viviendo cada tocado como si fuera el último, porque en realidad en unos Juegos cualquier error te manda al limbo. Y pasó una ronda, y otra, y otra, hasta la semifinal perdida ante un italiano. Se repuso de aquella caída y se jugó la medalla de bronce ante el húngaro Gabor Boczko, una especie de bestia negra al que nunca había derrotado en Copa del Mundo. Un combate suicida.

Ahí es donde la experiencia y la cabeza de ajedrez de José Luis leyeron perfectamente la jugada a lo Russel Crowe en ‘una mente maravillosa’ para ir a ocho tocados –de los 15 habituales- y llevarse la medalla en la única probabilidad que realmente tenía. De hecho, no ha vuelto a ganar al húngaro, posiblemente el mejor espadista mundial de los últimos años.

Pasada la gesta, Pirri ha vuelto a su vida normal, a jugar con su pequeña hija, a entrenarse en busca de cambiar el color de la chapa en Londres, a intentar seguir honrando el apellido que le dio su padre. Pero con un matiz: Pirri ha cogido la bandera de la esgrima para popularizar este deporte y llevarlo a ámbitos como los colegios y las empresas. Sabia elección de un hombre preparado, que además del deporte estudia Empresariales, se instruye en técnicas de coaching y además esta fomentando su actividad y su experiencia en los Medios.

Sin duda, un nuevo e inteligente ‘combate’ de Pirri que, rodeado de buenos amigos y profesionales, está siendo todo un ejemplo para otros deportistas y federaciones. La última vez que vi a José Luis hace poco gracias a un acto del Foro Ferrándiz de As, estaba rodeado de chavales ensimismados con él y, sobre todo, con sus espadas. Me acerqué a verle porque admiro profundamente a estos tipos que de la nada y sin medios, llegan a la cima.

Estoy seguro de que si invitaran Pirri y Cristiano Ronaldo a cenar por separado, el restaurante del portugués estaría colapsado y en el del maestro de esgrima no habría problemas de capacidad. Yo sí tengo claro donde iría a cenar sin dudarlo. José Luis, enhorabuena. Pero no por tu medalla –te habrán dado 5.000 palmaditas después de aquello- sino por el camino que un buen día (cuando casi nadie apostaba un céntimo por ti) emprendiste para conseguirla…

Pirri, el maestro de esgrima

Rodrigo Gil-Sabio
Rodrigo Gil
lunes, 15 de febrero de 2010, 08:59 h (CET)
Tiene una planta que asusta, y un tirón mediático entre la chiquillería colosal. Además, su ‘arma’ favorita es la espada y su historia merece muy mucho la pena. Les hablo del ‘Capitán Alatriste’ del deporte español. Responde al nombre de José Luis, de apellido Abajo, pero todos le conocen como Pirri desde el 10 de agosto de 2008. Sí, es el día en que por vez primera un español ganaba una medalla olímpica en esgrima.

A mí, más que el momento concreto de aquella inolvidable medalla, que fue brutal, me fascina el pasado y el futuro del personaje. Un niño que empezó en la natación y, “causalidades de la vida” como a él le gusta decir, acabó batiéndose en duelo hasta con su sombra para convertirse en uno de los mejores espadachines del mundo.

Pero la gloria y reconocimiento en los que vive hoy Pirri no han sido un regalo, ni mucho menos. Se lo ha ganado a pulso en 20 años de esfuerzos y muchas, muchas derrotas. Su primer gran ‘tocado’ fue la pérdida de su padre, a los 11 años. Era piloto de caza y esgrimista, y le dejó a su hijo, sin él saberlo, el mejor legado posible: sus espadas.

Como en los cuentos de la Edad Media, aquél contacto con la espada de su padre provocó en Pirri una mutación, algo que le llevó a practicar este deporte casi de forma compulsiva, horas y horas, días y días, años y años sacrificando incluso los estudios. José Luis Abajo es un elegido –con su físico podría haber hecho bien cualquier deporte- y sabía que Pekín 2008 no era sólo su gran oportunidad, sino la de un colectivo, el de la esgrima, invisible para medios y patrocinadores pese a los Pereira, Maroto o Roselló de turno que tanto se han sacrificado.

Y Pirri se fue a China a jugársela, con un pinchazo terrible en la espalda y viviendo cada tocado como si fuera el último, porque en realidad en unos Juegos cualquier error te manda al limbo. Y pasó una ronda, y otra, y otra, hasta la semifinal perdida ante un italiano. Se repuso de aquella caída y se jugó la medalla de bronce ante el húngaro Gabor Boczko, una especie de bestia negra al que nunca había derrotado en Copa del Mundo. Un combate suicida.

Ahí es donde la experiencia y la cabeza de ajedrez de José Luis leyeron perfectamente la jugada a lo Russel Crowe en ‘una mente maravillosa’ para ir a ocho tocados –de los 15 habituales- y llevarse la medalla en la única probabilidad que realmente tenía. De hecho, no ha vuelto a ganar al húngaro, posiblemente el mejor espadista mundial de los últimos años.

Pasada la gesta, Pirri ha vuelto a su vida normal, a jugar con su pequeña hija, a entrenarse en busca de cambiar el color de la chapa en Londres, a intentar seguir honrando el apellido que le dio su padre. Pero con un matiz: Pirri ha cogido la bandera de la esgrima para popularizar este deporte y llevarlo a ámbitos como los colegios y las empresas. Sabia elección de un hombre preparado, que además del deporte estudia Empresariales, se instruye en técnicas de coaching y además esta fomentando su actividad y su experiencia en los Medios.

Sin duda, un nuevo e inteligente ‘combate’ de Pirri que, rodeado de buenos amigos y profesionales, está siendo todo un ejemplo para otros deportistas y federaciones. La última vez que vi a José Luis hace poco gracias a un acto del Foro Ferrándiz de As, estaba rodeado de chavales ensimismados con él y, sobre todo, con sus espadas. Me acerqué a verle porque admiro profundamente a estos tipos que de la nada y sin medios, llegan a la cima.

Estoy seguro de que si invitaran Pirri y Cristiano Ronaldo a cenar por separado, el restaurante del portugués estaría colapsado y en el del maestro de esgrima no habría problemas de capacidad. Yo sí tengo claro donde iría a cenar sin dudarlo. José Luis, enhorabuena. Pero no por tu medalla –te habrán dado 5.000 palmaditas después de aquello- sino por el camino que un buen día (cuando casi nadie apostaba un céntimo por ti) emprendiste para conseguirla…

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