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Edward Schumacher-Matos

Los izquierdistas tienen que abordar la brecha de la inmigración

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WASHINGTON - Las reformas de la sanidad y la inmigración han quedado en agua de borrajas, y una de las razones es que las dos están ligadas de formas profundas que sus partidarios deben abordar, pero no abordan.

Los detractores de la reforma sanitaria del Presidente Obama dicen que, si bien su oposición inmediata se debe a motivos fiscales, su preocupación fundamental es la ideológica. Nace del excepcionalismo estadounidense, dicen, de una nación afincada en el gobierno pequeño y el riesgo individual.

De hecho, puede haber algo de verdad en esto, aunque tiene mucho de mito. No somos tan individualistas como decimos. Los miembros del movimiento de protesta fiscal que más vigorosamente defienden al individuo a menudo sólo siguen a su propio grupo.

Hay otra lectura de la historia de los Estados Unidos, sin embargo, y es la de una lucha entre la ampliación del estado del bienestar - como la atención sanitaria - y la ampliación de la diversidad, considerados los dos fines buenos pero a menudo en conflicto entre sí. Repetidos estudios muestran que los estadounidenses - los ciudadanos de todos los países, de hecho - son más resistentes al gasto público en las escuelas, la salud y las demás prestaciones en comunidades diversas que en las homogéneas.

Los académicos han señalado que en Estados Unidos, parte de esta resistencia se ha dado históricamente contra el reparto de los recursos públicos con los afroamericanos. La creación de la Seguridad Social se retrasó durante años debido a que aseguraría a los negros, y no se incorporaron plenamente al sistema hasta algún tiempo después de que se estableciera durante la Gran Depresión.

Nuestro gran dilema negros-blancos se está superando lentamente - testigo de ello es la elección de Obama - pero nuestro otro gran cisma histórico se ha dado con los inmigrantes, y se está ampliando.

Durante la mayor parte de la historia americana, esta segunda brecha ha fluctuado a medida que cada nueva oleada étnica - irlandeses, italianos, polacos, etc. - se asimilaba y se convertía en "nosotros", y ya no era "el otro". La oleada actual, compuesta en su mayoría de latinoamericanos, asiáticos y africanos, comenzó como un goteo en la década de los 60, pero el año pasado el 12,5 por ciento entero de la población procedía del extranjero, cerca del máximo histórico de hace un siglo. Un cambio tan dramático es razón suficiente para crear resistencia social. Pero lo que no tiene precedentes es que casi 11 millones de inmigrantes - o casi el 4 por ciento de la gente que camina entre nosotros - ni siquiera tenga derecho legal a residir aquí.

Esto no quiere decir que los estadounidenses quieran echar a patadas a los extranjeros. Diversas encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo con la legalización de los inmigrantes sin papeles si se lo "ganan" pagando impuestos y similares. Pero los estadounidenses quieren detener futuros flujos de ilegales de forma abrumadora, y una minoría resistente quiere reducir drásticamente la inmigración total.

La verdad es - celebración de la nuestra como "nación de inmigrantes" aparte - que el apoyo entre la opinión pública a una mayor inmigración casi siempre es escaso. Es la elite empresarial, política y humanitaria la que históricamente ha puesto pegas a abrir las fronteras.

En otros países sucede lo mismo. Como muestra el profesor de Georgetown Marc Howard en su reciente libro "La política de la ciudadanía en Europa", es la presencia de líderes políticos fuertes de extrema derecha lo que convierte la inquietud pública en xenofobia, que se hace lo suficientemente grande y activa como para hacer retroceder el estado del bienestar también.

En Estados Unidos, figuras de la información como Lou Dobbs o Glenn Beck ayudan a desempeñar este papel. Un estudio reciente realizado por Eric McGhee y Max Neiman, del Instituto de Legislación Pública de California, ofrece un ungüento, sin embargo, a los izquierdistas y la administración Obama. Los investigadores concluyen que el apoyo al gobierno limitado se diluye a medida que el núcleo anti-inmigrantes crece.

Sin embargo, la brecha social y étnica general sigue presente. Como señala Peter Schrag, académico y editor de opinión jubilado del Sacramento Bee, en el California Journal of Politics and Policy, la era más importante de legislación social y económica progresista de América, los años del New Deal, el New Frontier y el Great Society (1933-1968), también fue la era de más bajas tasas de inmigración en la historia de la nación".

Nada de esto sugiere que la reforma sanitaria esté condenada ni que debamos cortar la inmigración mañana. La economía del país necesita inmigrantes, incluidos los trabajadores sin cualificación de América Latina, si pretende compensar la jubilación de su mano de obra y competir con potencias emergentes densamente pobladas como China o la India.

Pero el hecho de que sanidad e inmigración se tambaleen a la vez es llamativo. Sólo al reconocer abiertamente el desafío que el uno plantea al otro, el Presidente Obama y los izquierdistas podrán abordar los temores legítimos y subyacentes de los votantes.

¿Qué nivel de inmigración queremos? ¿Y quiénes deben ser los inmigrantes?

Los izquierdistas tienen que abordar la brecha de la inmigración

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
sábado, 13 de febrero de 2010, 12:55 h (CET)
WASHINGTON - Las reformas de la sanidad y la inmigración han quedado en agua de borrajas, y una de las razones es que las dos están ligadas de formas profundas que sus partidarios deben abordar, pero no abordan.

Los detractores de la reforma sanitaria del Presidente Obama dicen que, si bien su oposición inmediata se debe a motivos fiscales, su preocupación fundamental es la ideológica. Nace del excepcionalismo estadounidense, dicen, de una nación afincada en el gobierno pequeño y el riesgo individual.

De hecho, puede haber algo de verdad en esto, aunque tiene mucho de mito. No somos tan individualistas como decimos. Los miembros del movimiento de protesta fiscal que más vigorosamente defienden al individuo a menudo sólo siguen a su propio grupo.

Hay otra lectura de la historia de los Estados Unidos, sin embargo, y es la de una lucha entre la ampliación del estado del bienestar - como la atención sanitaria - y la ampliación de la diversidad, considerados los dos fines buenos pero a menudo en conflicto entre sí. Repetidos estudios muestran que los estadounidenses - los ciudadanos de todos los países, de hecho - son más resistentes al gasto público en las escuelas, la salud y las demás prestaciones en comunidades diversas que en las homogéneas.

Los académicos han señalado que en Estados Unidos, parte de esta resistencia se ha dado históricamente contra el reparto de los recursos públicos con los afroamericanos. La creación de la Seguridad Social se retrasó durante años debido a que aseguraría a los negros, y no se incorporaron plenamente al sistema hasta algún tiempo después de que se estableciera durante la Gran Depresión.

Nuestro gran dilema negros-blancos se está superando lentamente - testigo de ello es la elección de Obama - pero nuestro otro gran cisma histórico se ha dado con los inmigrantes, y se está ampliando.

Durante la mayor parte de la historia americana, esta segunda brecha ha fluctuado a medida que cada nueva oleada étnica - irlandeses, italianos, polacos, etc. - se asimilaba y se convertía en "nosotros", y ya no era "el otro". La oleada actual, compuesta en su mayoría de latinoamericanos, asiáticos y africanos, comenzó como un goteo en la década de los 60, pero el año pasado el 12,5 por ciento entero de la población procedía del extranjero, cerca del máximo histórico de hace un siglo. Un cambio tan dramático es razón suficiente para crear resistencia social. Pero lo que no tiene precedentes es que casi 11 millones de inmigrantes - o casi el 4 por ciento de la gente que camina entre nosotros - ni siquiera tenga derecho legal a residir aquí.

Esto no quiere decir que los estadounidenses quieran echar a patadas a los extranjeros. Diversas encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo con la legalización de los inmigrantes sin papeles si se lo "ganan" pagando impuestos y similares. Pero los estadounidenses quieren detener futuros flujos de ilegales de forma abrumadora, y una minoría resistente quiere reducir drásticamente la inmigración total.

La verdad es - celebración de la nuestra como "nación de inmigrantes" aparte - que el apoyo entre la opinión pública a una mayor inmigración casi siempre es escaso. Es la elite empresarial, política y humanitaria la que históricamente ha puesto pegas a abrir las fronteras.

En otros países sucede lo mismo. Como muestra el profesor de Georgetown Marc Howard en su reciente libro "La política de la ciudadanía en Europa", es la presencia de líderes políticos fuertes de extrema derecha lo que convierte la inquietud pública en xenofobia, que se hace lo suficientemente grande y activa como para hacer retroceder el estado del bienestar también.

En Estados Unidos, figuras de la información como Lou Dobbs o Glenn Beck ayudan a desempeñar este papel. Un estudio reciente realizado por Eric McGhee y Max Neiman, del Instituto de Legislación Pública de California, ofrece un ungüento, sin embargo, a los izquierdistas y la administración Obama. Los investigadores concluyen que el apoyo al gobierno limitado se diluye a medida que el núcleo anti-inmigrantes crece.

Sin embargo, la brecha social y étnica general sigue presente. Como señala Peter Schrag, académico y editor de opinión jubilado del Sacramento Bee, en el California Journal of Politics and Policy, la era más importante de legislación social y económica progresista de América, los años del New Deal, el New Frontier y el Great Society (1933-1968), también fue la era de más bajas tasas de inmigración en la historia de la nación".

Nada de esto sugiere que la reforma sanitaria esté condenada ni que debamos cortar la inmigración mañana. La economía del país necesita inmigrantes, incluidos los trabajadores sin cualificación de América Latina, si pretende compensar la jubilación de su mano de obra y competir con potencias emergentes densamente pobladas como China o la India.

Pero el hecho de que sanidad e inmigración se tambaleen a la vez es llamativo. Sólo al reconocer abiertamente el desafío que el uno plantea al otro, el Presidente Obama y los izquierdistas podrán abordar los temores legítimos y subyacentes de los votantes.

¿Qué nivel de inmigración queremos? ¿Y quiénes deben ser los inmigrantes?

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