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Opinión
Etiquetas | Monarquía | Felipe VI | Política
“La belleza exterior no es más que el encanto de un instante, la apariencia del cuerpo no es siempre el reflejo del alma” George Sand

El Rey en su papel. La reina modelo real

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España, una gran nación, un país con una historia llena de grandes proezas, de gestas maravillosas y de errores imperdonables que consiguieron llevarla desde lo más alto, de aquella tierra donde nunca se ponía el sol, hasta lo más bajo cuando, las dos “Españas”, se enfrentaron entre sí, para convertir al país en un cementerio, donde las víctimas de aquella cruel violencia, regaron con su sangre joven aquellas tierras de secano, dando vida a las semillas de nuevas generaciones que fueron capaces, con su esfuerzo, su trabajo, su constancia y su ánimo, de levantar a aquella nación, arrasada por los odios de quienes no supieron convivir como hermanos y acabaron destrozándose. Por desgracia, después de años de paz, de convivencia y prosperidad, hemos vuelto a caer en este defecto que nos caracteriza de destrozar el juguete que nos fue regalado, en lugar de utilizarlo para disfrutarlo, sacarle provecho y compartirlo con los demás. Lo tuvimos todo, pero quienes pretendieron acabar con la gallina de los huevos de oro y decidieron abrirle el vientre para ver si encontraban el tesoro que presumían que contenía, se percataron de que, en el interior del animal, no había más que vísceras, el mecanismo que era capaz de generar aquella riqueza, pero que muerta el ave ya no tenía ninguna utilidad.

El señor Rodriguez Zapatero actuó de forma parecida a como lo hicieron los descerebrados que mataron a aquel animal. Presumieron que el Tesoro, que el señor Aznar había conseguido sanear durante los años en los que fue presidente de la nación, no se acabaría nunca, que las reservas del Banco de España eran inagotables y entonces, en un alarde de incompetencia, decidió emprender todas aquellas obras sociales que pensaba que podría sufragar con el dinero de los impuestos de los españoles y el contenido en las arcas del Estado. No fue así y las leyes con las que, tan alegremente, había pretendido crear un Estado protector, un gobierno dadivoso y pródigo, que paliase las carencias sociales a base de subvenciones, especialmente a sus amigos de la farándula, a los sindicatos, a grupos necesitados como ocurrió con la famosa y bien intencionada Ley de Dependencia, que nunca ha acabado de aplicarse en toda la amplitud necesaria, por falta de fondos para poder sostenerla; amén de otras ayudas que, una España en crisis ( en ocasiones en depresión) no pudo sostener.

Tuvo que llegar la derecha, la vilipendiada derecha de la que nadie se acuerda hasta que las cosas se ponen feas y el grifo del dinero deja de gotear. Llegó Rajoy y, una vez consiguió, con recortes, congelación de salarios y pensiones, con decisiones impopulares y sometiéndose a lo que, desde Europa, se nos indicaba que hiciéramos; despacio, con muchos baches y con una labor ardua a cargo de los ministros económicos, se ha ido consiguiendo que el país fuera saliendo del abismo en el que se había hundido, para empezar a dar señales de una recuperación que, precisamente en los últimos años, se ha mostrado cada vez más consolidada y con signos claros de que, siguiendo las políticas que se llevaron a cabo, durante la legislatura del PP, el progreso que se empezaba a notar a medida que pasaban los días, iría a más, como viene sucediendo a pesar de que España ha estado con un gobierno en funciones, durante más de 300 días.

En todo este proceso la monarquía ha tenido un papel institucional importante, aunque, evidentemente, limitado a las facultades que la Constitución le atribuye a la persona del Rey. Aunque no somos monárquicos es de justicia reconocer que Felipe VI ha sabido estar en su sitio, ha actuado con prudencia y nunca se ha extralimitado mostrando favoritismo por un partido o el contrario. El Rey, en España, ha reinado, pero no ha gobernado; tarea que les corresponde a los poderes establecidos a los que la Constitución les atribuye la función de legislar, impartir justicia y gobernar. Podríamos decir que, Felipe VI, ha cumplido su función de velar por el proceso electoral y lo ha hecho bien.

Pero la pareja real no resulta tan equilibrada como sería de desear. Lo que la reina Sofía tenía de comedida, de prudente en todos los aspectos de su función como reina de España, de disciplinada como princesa griega educada para la función de reina consorte, de humildad y de modestia y elegancia en su manera de vestir, no lo encontramos en su sucesora, la reina Leticia, cuyo desparpajo ya es proverbial y su, llamémosle, notable afán de independencia que la llevan a menudear sus salidas por su cuenta, a comidas y demás reuniones con amigas y conocidos, algo que en ocasiones les han causado problemas a sus escoltas, que se ven obligados a afrontar determinadas situaciones que, tratándose de una reina, nunca deberían producirse. Sin embargo, hay un aspecto que parece que se va convirtiendo, cada vez más, en uno de los jobies de la reina Leticia. Se trata de su obsesión por la moda, de su afán de destacar sobre el resto de damas sean de la corte o, especialmente, las esposas de personalidades o mandatarios extranjeros, con las que debe tratar o, incluso, en lo que son sus tareas cotidianas, da la sensación de que cada detalle de su indumentaria está estudiado para faire de l’épate, ante cualquier presunta rival en elegancia.

Es evidente su envaramiento, su excesiva preocupación por su aspecto que, en ocasiones, da la sensación de que no puede moverse para no descomponer el efecto de su look, de modo que, a poco que uno se fije en ella, se puede comprobar que su mirada permanece pendiente de la ubicación de las cámaras que la filman o la fotografían. Es obvio que la reina de España debe vestir con gusto, debe estar a la altura de cualquier otra dama con la que se tenga que codear pero, tenemos la sensación de que su ropero, su gasto en vestuario, su obsesión por aparecer como una verdadera modelo; si en un tiempo de abundancia, de normalidad, de economía nacional boyante y de desempleo controlado, quizá no sería tan criticable; no obstante, en las circunstancias actuales, cuando existen partidos que están pendientes del más mínimo fallo de quienes tienen responsabilidades políticas y, muchos de ellos, poco partidarios de la institución monárquica a la que consideran una carga inútil, sería recomendable que la esposa del Rey aprendiera a comportarse con más modestia, con menos exhibicionismo en su vestuario y con una actitud más suelta, como la de la reina Sofía que, sin necesidad de adoptar un aspecto tan rígido, tan estirado y lejano, ha conseguido meterse al pueblo español en el bolsillo, aparte de recibir todo el apoyo y respeto por la forma tan digna con la que ha sabido llevar sus problemas personales con su esposo Juan Carlos I.

Cuando menos den que hablar los monarcas mucho mejor y, cuanto menos quiera destacarse la reina, más se dedique, casi de incognito, a sus obras de beneficencia y a sus tareas como esposa del rey, sin querer convertirse en la reina de Europa que más se distinga por sus modelitos especiales y sumamente costosos; menos los enemigos de la monarquía, se van a ensañar en criticarla. Es posible que muchos españoles, contrariamente a lo que se va diciendo, tenemos una manera de pensar, en política, más cercana al republicanismo de derechas (parece que, para algunos, la república tiene que ser forzosamente de izquierdas) y, aun así, no creemos que este sea el momento más adecuados para cambiar la monarquía parlamentaria por una república que, indudablemente tal y como están las izquierdas en esta nación, no permitiría que existiese la derecha republicana que actuase de contrapeso para un tipo de república en la que, quienes mandaran, fueran los comunistas bolivarianos de Podemos o de la Colau o de los individuos de la CUP o los separatistas de la ERC.

La república, seguramente llegará cuando España haya madurado lo suficiente para que, el tránsito de monarquía a sistema de gobierno republicano, venga naturalmente; se origine de una fuerza republicana integrada por las derechas y las izquierdas tal y como sucede en la actualidad en otros países de Europa. Podríamos decir que, Felipe VI, hubiera podido ser un buen presidente de la república si no se tratase de una persona que no ha sido elegida en las urnas. Si existe democracia en cuanto a elegir presidente del gobierno o para elegir a los presidentes autonómico o a los miembros de las cámaras de representación popular, como son el Congreso y el Senado, es lógico que quien haya de ostentar la categoría de Jefe del Estado también saliera de la voluntad del pueblo mediante la insaculación correspondiente.

Pero, como hemos dicho, no está en esta nación el horno para bollos, cuando acechan falsos republicanos que, bajo esta piel democrática lo que intentan, como nos anunció el señor Tardá, el mayor independentista catalán, es separarse de España para constituirse en “república independiente catalana”, un simple disfraz para ocultar la ocupación de Cataluña por aquellos que, a lo que aspiran, es a acabar con cualquier vestigio de las derechas en esta autonomía, que solo esperan independizarse para acabar con los separatistas “burgueses” que siguen creyendo que, si se lograran la independencia de España, serían ellos los que se harían cargo, desde su posición burguesa, del gobierno catalán. Así como está el Parlamento catalán, ya debieran de haberse apercibido, los de las derechas catalanas, que estos sueños de convertirse en los miembros de un nuevo gobierno catalán son meras utopías que, a la vista del cuadro político en Cataluña y de las perspectivas poco halagüeñas de la nueva CDC, pocas posibilidades tienen de convertirse en realidad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos que, a la vista de la forma en la que los representantes catalanes en el Parlamento de la nación, se vienen expresando, la actitud desafiante y abrupta de lanzar sus amenazas de secesión, anuncian que el choque de trenes, que se ha venido evitando hasta ahora, puede que, en unos meses, se convierta en una dura realidad. Claro que, en el caso de que se produzca la anunciada revolución en la comunidad catalana, el tema de la reina y de sus veleidades de modelo se va a quedar en una mera anécdota para cotillas.

El Rey en su papel. La reina modelo real

“La belleza exterior no es más que el encanto de un instante, la apariencia del cuerpo no es siempre el reflejo del alma” George Sand
Miguel Massanet
sábado, 29 de octubre de 2016, 11:09 h (CET)
España, una gran nación, un país con una historia llena de grandes proezas, de gestas maravillosas y de errores imperdonables que consiguieron llevarla desde lo más alto, de aquella tierra donde nunca se ponía el sol, hasta lo más bajo cuando, las dos “Españas”, se enfrentaron entre sí, para convertir al país en un cementerio, donde las víctimas de aquella cruel violencia, regaron con su sangre joven aquellas tierras de secano, dando vida a las semillas de nuevas generaciones que fueron capaces, con su esfuerzo, su trabajo, su constancia y su ánimo, de levantar a aquella nación, arrasada por los odios de quienes no supieron convivir como hermanos y acabaron destrozándose. Por desgracia, después de años de paz, de convivencia y prosperidad, hemos vuelto a caer en este defecto que nos caracteriza de destrozar el juguete que nos fue regalado, en lugar de utilizarlo para disfrutarlo, sacarle provecho y compartirlo con los demás. Lo tuvimos todo, pero quienes pretendieron acabar con la gallina de los huevos de oro y decidieron abrirle el vientre para ver si encontraban el tesoro que presumían que contenía, se percataron de que, en el interior del animal, no había más que vísceras, el mecanismo que era capaz de generar aquella riqueza, pero que muerta el ave ya no tenía ninguna utilidad.

El señor Rodriguez Zapatero actuó de forma parecida a como lo hicieron los descerebrados que mataron a aquel animal. Presumieron que el Tesoro, que el señor Aznar había conseguido sanear durante los años en los que fue presidente de la nación, no se acabaría nunca, que las reservas del Banco de España eran inagotables y entonces, en un alarde de incompetencia, decidió emprender todas aquellas obras sociales que pensaba que podría sufragar con el dinero de los impuestos de los españoles y el contenido en las arcas del Estado. No fue así y las leyes con las que, tan alegremente, había pretendido crear un Estado protector, un gobierno dadivoso y pródigo, que paliase las carencias sociales a base de subvenciones, especialmente a sus amigos de la farándula, a los sindicatos, a grupos necesitados como ocurrió con la famosa y bien intencionada Ley de Dependencia, que nunca ha acabado de aplicarse en toda la amplitud necesaria, por falta de fondos para poder sostenerla; amén de otras ayudas que, una España en crisis ( en ocasiones en depresión) no pudo sostener.

Tuvo que llegar la derecha, la vilipendiada derecha de la que nadie se acuerda hasta que las cosas se ponen feas y el grifo del dinero deja de gotear. Llegó Rajoy y, una vez consiguió, con recortes, congelación de salarios y pensiones, con decisiones impopulares y sometiéndose a lo que, desde Europa, se nos indicaba que hiciéramos; despacio, con muchos baches y con una labor ardua a cargo de los ministros económicos, se ha ido consiguiendo que el país fuera saliendo del abismo en el que se había hundido, para empezar a dar señales de una recuperación que, precisamente en los últimos años, se ha mostrado cada vez más consolidada y con signos claros de que, siguiendo las políticas que se llevaron a cabo, durante la legislatura del PP, el progreso que se empezaba a notar a medida que pasaban los días, iría a más, como viene sucediendo a pesar de que España ha estado con un gobierno en funciones, durante más de 300 días.

En todo este proceso la monarquía ha tenido un papel institucional importante, aunque, evidentemente, limitado a las facultades que la Constitución le atribuye a la persona del Rey. Aunque no somos monárquicos es de justicia reconocer que Felipe VI ha sabido estar en su sitio, ha actuado con prudencia y nunca se ha extralimitado mostrando favoritismo por un partido o el contrario. El Rey, en España, ha reinado, pero no ha gobernado; tarea que les corresponde a los poderes establecidos a los que la Constitución les atribuye la función de legislar, impartir justicia y gobernar. Podríamos decir que, Felipe VI, ha cumplido su función de velar por el proceso electoral y lo ha hecho bien.

Pero la pareja real no resulta tan equilibrada como sería de desear. Lo que la reina Sofía tenía de comedida, de prudente en todos los aspectos de su función como reina de España, de disciplinada como princesa griega educada para la función de reina consorte, de humildad y de modestia y elegancia en su manera de vestir, no lo encontramos en su sucesora, la reina Leticia, cuyo desparpajo ya es proverbial y su, llamémosle, notable afán de independencia que la llevan a menudear sus salidas por su cuenta, a comidas y demás reuniones con amigas y conocidos, algo que en ocasiones les han causado problemas a sus escoltas, que se ven obligados a afrontar determinadas situaciones que, tratándose de una reina, nunca deberían producirse. Sin embargo, hay un aspecto que parece que se va convirtiendo, cada vez más, en uno de los jobies de la reina Leticia. Se trata de su obsesión por la moda, de su afán de destacar sobre el resto de damas sean de la corte o, especialmente, las esposas de personalidades o mandatarios extranjeros, con las que debe tratar o, incluso, en lo que son sus tareas cotidianas, da la sensación de que cada detalle de su indumentaria está estudiado para faire de l’épate, ante cualquier presunta rival en elegancia.

Es evidente su envaramiento, su excesiva preocupación por su aspecto que, en ocasiones, da la sensación de que no puede moverse para no descomponer el efecto de su look, de modo que, a poco que uno se fije en ella, se puede comprobar que su mirada permanece pendiente de la ubicación de las cámaras que la filman o la fotografían. Es obvio que la reina de España debe vestir con gusto, debe estar a la altura de cualquier otra dama con la que se tenga que codear pero, tenemos la sensación de que su ropero, su gasto en vestuario, su obsesión por aparecer como una verdadera modelo; si en un tiempo de abundancia, de normalidad, de economía nacional boyante y de desempleo controlado, quizá no sería tan criticable; no obstante, en las circunstancias actuales, cuando existen partidos que están pendientes del más mínimo fallo de quienes tienen responsabilidades políticas y, muchos de ellos, poco partidarios de la institución monárquica a la que consideran una carga inútil, sería recomendable que la esposa del Rey aprendiera a comportarse con más modestia, con menos exhibicionismo en su vestuario y con una actitud más suelta, como la de la reina Sofía que, sin necesidad de adoptar un aspecto tan rígido, tan estirado y lejano, ha conseguido meterse al pueblo español en el bolsillo, aparte de recibir todo el apoyo y respeto por la forma tan digna con la que ha sabido llevar sus problemas personales con su esposo Juan Carlos I.

Cuando menos den que hablar los monarcas mucho mejor y, cuanto menos quiera destacarse la reina, más se dedique, casi de incognito, a sus obras de beneficencia y a sus tareas como esposa del rey, sin querer convertirse en la reina de Europa que más se distinga por sus modelitos especiales y sumamente costosos; menos los enemigos de la monarquía, se van a ensañar en criticarla. Es posible que muchos españoles, contrariamente a lo que se va diciendo, tenemos una manera de pensar, en política, más cercana al republicanismo de derechas (parece que, para algunos, la república tiene que ser forzosamente de izquierdas) y, aun así, no creemos que este sea el momento más adecuados para cambiar la monarquía parlamentaria por una república que, indudablemente tal y como están las izquierdas en esta nación, no permitiría que existiese la derecha republicana que actuase de contrapeso para un tipo de república en la que, quienes mandaran, fueran los comunistas bolivarianos de Podemos o de la Colau o de los individuos de la CUP o los separatistas de la ERC.

La república, seguramente llegará cuando España haya madurado lo suficiente para que, el tránsito de monarquía a sistema de gobierno republicano, venga naturalmente; se origine de una fuerza republicana integrada por las derechas y las izquierdas tal y como sucede en la actualidad en otros países de Europa. Podríamos decir que, Felipe VI, hubiera podido ser un buen presidente de la república si no se tratase de una persona que no ha sido elegida en las urnas. Si existe democracia en cuanto a elegir presidente del gobierno o para elegir a los presidentes autonómico o a los miembros de las cámaras de representación popular, como son el Congreso y el Senado, es lógico que quien haya de ostentar la categoría de Jefe del Estado también saliera de la voluntad del pueblo mediante la insaculación correspondiente.

Pero, como hemos dicho, no está en esta nación el horno para bollos, cuando acechan falsos republicanos que, bajo esta piel democrática lo que intentan, como nos anunció el señor Tardá, el mayor independentista catalán, es separarse de España para constituirse en “república independiente catalana”, un simple disfraz para ocultar la ocupación de Cataluña por aquellos que, a lo que aspiran, es a acabar con cualquier vestigio de las derechas en esta autonomía, que solo esperan independizarse para acabar con los separatistas “burgueses” que siguen creyendo que, si se lograran la independencia de España, serían ellos los que se harían cargo, desde su posición burguesa, del gobierno catalán. Así como está el Parlamento catalán, ya debieran de haberse apercibido, los de las derechas catalanas, que estos sueños de convertirse en los miembros de un nuevo gobierno catalán son meras utopías que, a la vista del cuadro político en Cataluña y de las perspectivas poco halagüeñas de la nueva CDC, pocas posibilidades tienen de convertirse en realidad.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos que, a la vista de la forma en la que los representantes catalanes en el Parlamento de la nación, se vienen expresando, la actitud desafiante y abrupta de lanzar sus amenazas de secesión, anuncian que el choque de trenes, que se ha venido evitando hasta ahora, puede que, en unos meses, se convierta en una dura realidad. Claro que, en el caso de que se produzca la anunciada revolución en la comunidad catalana, el tema de la reina y de sus veleidades de modelo se va a quedar en una mera anécdota para cotillas.

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