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Antonio Álvarez

El látigo de la sinceridad

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Los resultados manda, y el Valladolid ha ganado tres partidos en las 20 jornadas que lleva la Liga. Ni el mismísimo José Luis Mendilíbar ha podido aguantar semejante despropósito de malos resultados. Mendi ya no es entrenador del conjunto pucelano, pero allí, en Pucela, ha dejado una huella que difícilmente van a superar.

El técnico vasco ha estado tres temporadas y media en el Valladolid. Con una sublime primera campaña lo sacó de Segunda, con unos guarismos históricos y con un fútbol exquisito. Entonces se ganó un respeto que, incluso en su despedida, perdura, pese a la mala situación del equipo. Mendilíbar ha sido todo un icono, un entrenador querido, pese a que siempre ha rehuido de los focos y los flashes, de los elogios y los aplausos.

Su libro era sencillo: compromiso, humildad y trabajo. En su paso por el Ahtletic lo tacharon de duro, de llevar un látigo. No encontró el reconocimiento en Bilbao, pero sí en Pucela, donde la losa de los resultados se ha desplomado sobre él, igual que le pasó a Cantatore. “No hay estilo si los jugadores no están convencidos”, decía. Ese parece haber sido el problema.

Muchos fichajes este verano para renovar un equipo que mantenía la base del hace tres años. Los recién llegados no entendían la receta de Mendilíbar, no se ajustaban a su presión, a su exigencia. Es decir, no entendían que sin sufrimiento no hay recompensa. Mendi necesitaba que sus jugadores se identificaran con su forma de ver el fútbol. No lo han hecho.

Con Mendilíbar se va algo más que un entrenador. Se va un estilo, una línea editorial que el Valladolid ha tenido durante más de tres temporadas. Una tranquilidad, estabilidad y sensatez. A su cargo han corrido decisiones controvertidas, como cuando obligó a sus jugadores a no tirar el balón fuera porque un rival estuviera lesionado en el césped. Ahora, casi todos los equipos siguen esa norma. “Para eso está el árbitro”, decía.

También ha exasperado a la prensa con sus declaraciones. Simplemente era directo, sincero, no daba rodeos y odiaba las preguntas tontas, y si salía una estrella de la cantera, como ocurrió con Asenjo, le prohibía hablar con la prensa para que no se le subiese la fama. Se buscó enemigos, claro, como todos; pero muchos adeptos. Es cierto, Mendilíbar utiliza un látigo, el de la sensatez, pero sobre todo el de la sinceridad.

El látigo de la sinceridad

Antonio Álvarez
Antonio Álvarez
jueves, 4 de febrero de 2010, 04:22 h (CET)
Los resultados manda, y el Valladolid ha ganado tres partidos en las 20 jornadas que lleva la Liga. Ni el mismísimo José Luis Mendilíbar ha podido aguantar semejante despropósito de malos resultados. Mendi ya no es entrenador del conjunto pucelano, pero allí, en Pucela, ha dejado una huella que difícilmente van a superar.

El técnico vasco ha estado tres temporadas y media en el Valladolid. Con una sublime primera campaña lo sacó de Segunda, con unos guarismos históricos y con un fútbol exquisito. Entonces se ganó un respeto que, incluso en su despedida, perdura, pese a la mala situación del equipo. Mendilíbar ha sido todo un icono, un entrenador querido, pese a que siempre ha rehuido de los focos y los flashes, de los elogios y los aplausos.

Su libro era sencillo: compromiso, humildad y trabajo. En su paso por el Ahtletic lo tacharon de duro, de llevar un látigo. No encontró el reconocimiento en Bilbao, pero sí en Pucela, donde la losa de los resultados se ha desplomado sobre él, igual que le pasó a Cantatore. “No hay estilo si los jugadores no están convencidos”, decía. Ese parece haber sido el problema.

Muchos fichajes este verano para renovar un equipo que mantenía la base del hace tres años. Los recién llegados no entendían la receta de Mendilíbar, no se ajustaban a su presión, a su exigencia. Es decir, no entendían que sin sufrimiento no hay recompensa. Mendi necesitaba que sus jugadores se identificaran con su forma de ver el fútbol. No lo han hecho.

Con Mendilíbar se va algo más que un entrenador. Se va un estilo, una línea editorial que el Valladolid ha tenido durante más de tres temporadas. Una tranquilidad, estabilidad y sensatez. A su cargo han corrido decisiones controvertidas, como cuando obligó a sus jugadores a no tirar el balón fuera porque un rival estuviera lesionado en el césped. Ahora, casi todos los equipos siguen esa norma. “Para eso está el árbitro”, decía.

También ha exasperado a la prensa con sus declaraciones. Simplemente era directo, sincero, no daba rodeos y odiaba las preguntas tontas, y si salía una estrella de la cantera, como ocurrió con Asenjo, le prohibía hablar con la prensa para que no se le subiese la fama. Se buscó enemigos, claro, como todos; pero muchos adeptos. Es cierto, Mendilíbar utiliza un látigo, el de la sensatez, pero sobre todo el de la sinceridad.

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