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“Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos” Mahatma Gandhi

Una España con demasiadas inquinas y puños cerrados

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Muchos pensamos que ya hace demasiado tiempo que acabó la Guerra Civil española y que lo que sucedió entre ambos bandos beligerantes ya debiera de formar parte de la historia, sin que las inevitables heridas propias de cualquier contienda y, en especial, si se trata de una confrontación entre hermanos, debieran de formar parte de ninguna clase de reivindicación, discrepancia, reconcomio o motivo de venganza. Es posible que, en España, como un país mediterráneo que es, la gente sea más propicia a los acaloramientos, a los arranques de ira o al impulso agresivo que, en otros países más septentrionales en los que, la propia naturaleza, se encarga de enfriar los ánimos ante cualquier conato de calentón descontrolado. Pero esta circunstancia no justifica olvidar la Ley.

Tenemos la impresión que, de un tiempo a esta parte, se está produciendo un fenómeno que, a los que tuvimos ocasión de vivir los sucesos que tuvieron lugar en nuestra patria a partir del 18 de julio de 1.936, nos preocupan especialmente. Es posible que las circunstancias sean distintas, que el entorno de naciones del que dependemos y estamos rodeados pudiera llegar a ser un freno para cualquier exceso revolucionario que algunos se propusieran llevar a cabo o, quizá, que los que hoy se hacen los valientes, se presentan como matones o van de sobrados para intentar achantar, humillar, desconcertar o apabullar a los ciudadanos pacíficos, sólo despierten una cierta inquietud en las gentes que no quieren pelea o que piensan que no vale la pena enfrentarse semejantes descerebrados, dando por supuesto que la misión de acabar con semejante lacra de la sociedad les corresponde a aquellos a los que votaron, que mandataron para que, en nombre de la ciudadanía, se ocuparan de pararles los pies y mantener el orden frente a semejantes terroristas de las ideas. No obstante, señores, estamos viendo que, cada día, se van produciendo más ataques a las libertades de los ciudadanos; se exacerban las diferencias políticas; se van distanciando, cada vez más, las personas de una misma familia y se deterioran y recrudecen las relaciones entre personas que, hace apenas unos meses, mantenían entre sí relaciones cordiales.

Lo cierto es que, cuando volvemos la mirada hacia atrás y queremos comparar la vida de los españoles en aquella España del 2007 con la en la que estamos viviendo en este 2016; no nos queda otro remedio que reconocer que parece imposible que, en apenas unos años, hayamos podido tirar por la borda tanto y, a la vez, hayamos sido incapaces de mantener aquellos lazos que nos unían, aunque es cierto que, en todos los momentos, los ha habido que han intentado romper la convivencia, para conseguir sus espurios objetivos. La degradación que ha experimentado nuestra nación no se explica, solamente, por lo que pudiéramos achacar la grave crisis financiera que ha azotado medio mundo, tampoco a los recortes y la congelación de salarios que el Gobierno tuvo necesidad de implantar, a requerimiento de las autoridades comunitarias, porque, sí es cierto que afectaron de una manera muy dura y, en ocasiones, casi insoportable a muchos ciudadanos; lo evidente es que. durante dicho periodo, se puede decir que el comportamiento de los españoles estuvo a la altura de lo que se les pedía, sin que las protestas, manifestaciones o reclamaciones que tuvieron lugar se pudieran considerar más allá de puramente testimoniales.

Contrariamente a lo que se hubiera podido esperar la protesta tuvo lugar cuando, los primeros destellos de esperanza, los débiles signos de una recuperación y las frágiles expectativas de que la crisis empezaba a decaer; el momento aprovechado por las izquierdas, en este caso las más extremas y los nacionalistas, especialmente los catalanes, fueron las que dieron la campanada iniciando una ofensiva sin cuartel contra el PP, especialmente centrada en el acoso y derribo del actual presidente en funciones del Gobierno, don Mariano Rajoy Bei. Lo que comenzaron los nacionalistas, aprovechando el debilitamiento causado en el PP por la ofensiva, preparada con tiempo y toda clase de detalles, capitaneada por el PSOE y apoyada por todas las fuerzas políticas, incluso la más moderada, representada por Ciudadanos; contra los varios casos de corrupción que se iniciaron con el gravísimo caso Gürtel y siguieron, sin solución de continuidad, con una retahíla de sucesivas acusaciones que culminaron con lo que fue la guinda del pastel, la detención de todos los componentes de la alcaldía de Valencia.

El refuerzo les llegó, a los de la izquierda tradicional española, de donde menos se podía pensar, con la aparición de un nuevo grupo capitaneado por una serie de profesores universitarios españoles, entrenados en Venezuela y financiado por los dos dictadores (Chávez y Maduro) que se sucedieron en la presidencia de aquel país. Los intrusos pronto consiguieron ilusionar a todos aquellos descontentos con la situación del país a los que, individuos como Pablo Iglesias, Iñigo Errejón o Monedero, valiéndose de su preparación académica, oratoria, su breve historial en la política española, carente de manchas que pudieran perjudicarlos; su novedad y, la ventaja de que tanto el PP, desgastado por las duras medidas a las que tuvo que recurrir para sacar al país del abismo en el que lo habían dejado los socialistas de Zapatero y, un PSOE, que no se aclaraba y con la fijación de cargarse, por los medios que fueran, al señor Rajoy, aunque ello costara, a España y los españoles, estarse casi un año sin gobierno.

Los puños en alto se empezaron a convertir en una amenaza para el Estado español y las elecciones siguientes, tanto las autonómicas como las municipales, no hicieron más que corroborar el tirón de aquella extrema izquierda, que se situó a un paso de poder convertirse en el primer partido de la nación española. Un colchón de 5.000.000 de votos se convirtió en un anticipo de lo que podría llegar a conseguir el grupo Podemos, si se le seguía tomando a broma. Se reaccionó y, tanto en la primera convocatoria de diciembre del 2015 como en la de junio del 2016, se comprobó que se habían estancado y que se mantenían en lo que parecía ser su techo como partido político. No obstante, el PSOE y el PSC, en manos de Pedro Sánchez y de su compinche Iceta, decidieron impedir que, el partido vencedor en ambos comicios (sin mayoría absoluta), pudiera gobernar, provocando que hayamos llegado a estas fechas con las dudas de si, el PP, conseguirá que Rajoy sea investido o se deba acudir a unas terceras elecciones.

Sea lo que sea que acabe sucediendo en cuanto a la investidura de Rajoy, aunque consiga ser investido, se enfrentarán a una legislatura con un gobierno en minoría, en manos de lo que decida la oposición en el Parlamento en que tienen mayoría aún que, los de Ciudadanos (que todavía está por ver) lo apoyaran en todas sus propuestas en la cámara baja. Pero no debemos olvidar que, de lo que se puede deducir de las últimas elecciones del 26J, en España existe una mayoría, capitaneada por un decadente PSOE, que amenaza con convertir a este país en ingobernable. Podemos y sus partidos asociados, aunque con evidentes luchas intestinas por el poder, sigue comandando esta izquierda, cada vez más escorada al extremismo y a la radicalización que, visto lo visto en el partido socialista, sería muy posible que muchos de los socialistas más radicalizados, no conformes con apoyar la abstención, decidieran pasarse con todos sus pertrechos a la formación del Pablo Iglesias; algo que, con toda probabilidad, serviría para reforzar su posición y convertirse, por delante del propio PSOE, en la segunda fuerza política por detrás del PP. Lo dicho, señores, demasiados puños cerrados en alto, en un país que ya lleva años sometido a un intenso lavado de cerebro, tanto por parte de los separatistas, tanto vascos como catalanes, que han conseguido, a través del traspaso de la Educación, adoctrinar a las nuevas generaciones, que han sido enseñadas en la creencia de que tienen derecho a reclamar la independencia de ambas autonomías. Companys, en el 34, declaró por su cuenta la independencia de Cataluña y ello le costó ir a la cárcel y el ser fusilado. Era un abogado que se había dedicado a defender a todos los anarquistas que habían cometido atentados y, posteriormente, se convirtió en un nacionalista que pretendió levantarse contra el orden democrático de la II República. Hoy es considerado un héroe y, como tal, recibe homenajes de unos y otros para vergüenza de España y de sus autoridades. Nadie lo discute.

Si no se hace nada, si se sigue permitiendo que las calles sigan dominadas por estos grupos de inadaptados, antisistema y comunistas bolivarianos (el señor Pablo Iglesias ya ha amenazado, sin lugar a dudas, que si hubiera un gobierno de Rajoy lanzaría a los suyos a la calle para obstaculizar con algaradas, manifestaciones y huelgas, incluso la general, al gobierno de la derecha). Ya no hay lugar a engaños ni a que se nos pinten a estas izquierdas como salidas de un convento de ursulinas, porque ellos mismos se han delatado y han enseñado sus armas y sus proyectos si consiguieran, por los medios que fueren, incluso acudir a la fuerza, el poder de gobernar la nación española. Todos sabemos lo que significaría una victoria de esta gente, que no cree en la democracia y sólo usa este término para ocultar sus verdaderas intenciones si, Dios no lo quiera, se hicieran con España.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos llegado a la triste conclusión de que, por extraño e improbable que les pueda aparecer a las nuevas generaciones, que no han tenido conocimiento cabal de los motivos verdaderos del levantamiento del 18 de julio de 1936, y han sido educados mediante los parámetros de los historiadores de este engaño colectivo que es la Ley de la Memoria Histórica; es muy posible que, en pleno Siglo XXI, España vuelva a caer, por segunda vez en menos de cien años, en los graves errores políticos, económicos y sociales que crearon el fermento revolucionario que acabó llevando, a nuestra nación, a la Guerra Civil. Es obvio que, todos estos que siguen amenazando, puño en alto, con llevarnos, al resto de ciudadanos, a la revolución bolivariana, que ellos pretenden hacer en la nación española; están convencidos de que lo van a conseguir, impunemente, lo mismo que los nacionalistas catalanes piensan separase tranquilamente de España, sin que nadie reacciones ante ello. Es peligroso actuar estirando demasiado la cuerda, y esto lo vengo repitiendo ya demasiadas veces, porque no se sabe hasta qué punto los ciudadanos están dispuestos a dejarse avasallar por semejantes sujetos. Tantas veces va el cántaro a la fuente...

Una España con demasiadas inquinas y puños cerrados

“Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos” Mahatma Gandhi
Miguel Massanet
miércoles, 19 de octubre de 2016, 00:16 h (CET)
Muchos pensamos que ya hace demasiado tiempo que acabó la Guerra Civil española y que lo que sucedió entre ambos bandos beligerantes ya debiera de formar parte de la historia, sin que las inevitables heridas propias de cualquier contienda y, en especial, si se trata de una confrontación entre hermanos, debieran de formar parte de ninguna clase de reivindicación, discrepancia, reconcomio o motivo de venganza. Es posible que, en España, como un país mediterráneo que es, la gente sea más propicia a los acaloramientos, a los arranques de ira o al impulso agresivo que, en otros países más septentrionales en los que, la propia naturaleza, se encarga de enfriar los ánimos ante cualquier conato de calentón descontrolado. Pero esta circunstancia no justifica olvidar la Ley.

Tenemos la impresión que, de un tiempo a esta parte, se está produciendo un fenómeno que, a los que tuvimos ocasión de vivir los sucesos que tuvieron lugar en nuestra patria a partir del 18 de julio de 1.936, nos preocupan especialmente. Es posible que las circunstancias sean distintas, que el entorno de naciones del que dependemos y estamos rodeados pudiera llegar a ser un freno para cualquier exceso revolucionario que algunos se propusieran llevar a cabo o, quizá, que los que hoy se hacen los valientes, se presentan como matones o van de sobrados para intentar achantar, humillar, desconcertar o apabullar a los ciudadanos pacíficos, sólo despierten una cierta inquietud en las gentes que no quieren pelea o que piensan que no vale la pena enfrentarse semejantes descerebrados, dando por supuesto que la misión de acabar con semejante lacra de la sociedad les corresponde a aquellos a los que votaron, que mandataron para que, en nombre de la ciudadanía, se ocuparan de pararles los pies y mantener el orden frente a semejantes terroristas de las ideas. No obstante, señores, estamos viendo que, cada día, se van produciendo más ataques a las libertades de los ciudadanos; se exacerban las diferencias políticas; se van distanciando, cada vez más, las personas de una misma familia y se deterioran y recrudecen las relaciones entre personas que, hace apenas unos meses, mantenían entre sí relaciones cordiales.

Lo cierto es que, cuando volvemos la mirada hacia atrás y queremos comparar la vida de los españoles en aquella España del 2007 con la en la que estamos viviendo en este 2016; no nos queda otro remedio que reconocer que parece imposible que, en apenas unos años, hayamos podido tirar por la borda tanto y, a la vez, hayamos sido incapaces de mantener aquellos lazos que nos unían, aunque es cierto que, en todos los momentos, los ha habido que han intentado romper la convivencia, para conseguir sus espurios objetivos. La degradación que ha experimentado nuestra nación no se explica, solamente, por lo que pudiéramos achacar la grave crisis financiera que ha azotado medio mundo, tampoco a los recortes y la congelación de salarios que el Gobierno tuvo necesidad de implantar, a requerimiento de las autoridades comunitarias, porque, sí es cierto que afectaron de una manera muy dura y, en ocasiones, casi insoportable a muchos ciudadanos; lo evidente es que. durante dicho periodo, se puede decir que el comportamiento de los españoles estuvo a la altura de lo que se les pedía, sin que las protestas, manifestaciones o reclamaciones que tuvieron lugar se pudieran considerar más allá de puramente testimoniales.

Contrariamente a lo que se hubiera podido esperar la protesta tuvo lugar cuando, los primeros destellos de esperanza, los débiles signos de una recuperación y las frágiles expectativas de que la crisis empezaba a decaer; el momento aprovechado por las izquierdas, en este caso las más extremas y los nacionalistas, especialmente los catalanes, fueron las que dieron la campanada iniciando una ofensiva sin cuartel contra el PP, especialmente centrada en el acoso y derribo del actual presidente en funciones del Gobierno, don Mariano Rajoy Bei. Lo que comenzaron los nacionalistas, aprovechando el debilitamiento causado en el PP por la ofensiva, preparada con tiempo y toda clase de detalles, capitaneada por el PSOE y apoyada por todas las fuerzas políticas, incluso la más moderada, representada por Ciudadanos; contra los varios casos de corrupción que se iniciaron con el gravísimo caso Gürtel y siguieron, sin solución de continuidad, con una retahíla de sucesivas acusaciones que culminaron con lo que fue la guinda del pastel, la detención de todos los componentes de la alcaldía de Valencia.

El refuerzo les llegó, a los de la izquierda tradicional española, de donde menos se podía pensar, con la aparición de un nuevo grupo capitaneado por una serie de profesores universitarios españoles, entrenados en Venezuela y financiado por los dos dictadores (Chávez y Maduro) que se sucedieron en la presidencia de aquel país. Los intrusos pronto consiguieron ilusionar a todos aquellos descontentos con la situación del país a los que, individuos como Pablo Iglesias, Iñigo Errejón o Monedero, valiéndose de su preparación académica, oratoria, su breve historial en la política española, carente de manchas que pudieran perjudicarlos; su novedad y, la ventaja de que tanto el PP, desgastado por las duras medidas a las que tuvo que recurrir para sacar al país del abismo en el que lo habían dejado los socialistas de Zapatero y, un PSOE, que no se aclaraba y con la fijación de cargarse, por los medios que fueran, al señor Rajoy, aunque ello costara, a España y los españoles, estarse casi un año sin gobierno.

Los puños en alto se empezaron a convertir en una amenaza para el Estado español y las elecciones siguientes, tanto las autonómicas como las municipales, no hicieron más que corroborar el tirón de aquella extrema izquierda, que se situó a un paso de poder convertirse en el primer partido de la nación española. Un colchón de 5.000.000 de votos se convirtió en un anticipo de lo que podría llegar a conseguir el grupo Podemos, si se le seguía tomando a broma. Se reaccionó y, tanto en la primera convocatoria de diciembre del 2015 como en la de junio del 2016, se comprobó que se habían estancado y que se mantenían en lo que parecía ser su techo como partido político. No obstante, el PSOE y el PSC, en manos de Pedro Sánchez y de su compinche Iceta, decidieron impedir que, el partido vencedor en ambos comicios (sin mayoría absoluta), pudiera gobernar, provocando que hayamos llegado a estas fechas con las dudas de si, el PP, conseguirá que Rajoy sea investido o se deba acudir a unas terceras elecciones.

Sea lo que sea que acabe sucediendo en cuanto a la investidura de Rajoy, aunque consiga ser investido, se enfrentarán a una legislatura con un gobierno en minoría, en manos de lo que decida la oposición en el Parlamento en que tienen mayoría aún que, los de Ciudadanos (que todavía está por ver) lo apoyaran en todas sus propuestas en la cámara baja. Pero no debemos olvidar que, de lo que se puede deducir de las últimas elecciones del 26J, en España existe una mayoría, capitaneada por un decadente PSOE, que amenaza con convertir a este país en ingobernable. Podemos y sus partidos asociados, aunque con evidentes luchas intestinas por el poder, sigue comandando esta izquierda, cada vez más escorada al extremismo y a la radicalización que, visto lo visto en el partido socialista, sería muy posible que muchos de los socialistas más radicalizados, no conformes con apoyar la abstención, decidieran pasarse con todos sus pertrechos a la formación del Pablo Iglesias; algo que, con toda probabilidad, serviría para reforzar su posición y convertirse, por delante del propio PSOE, en la segunda fuerza política por detrás del PP. Lo dicho, señores, demasiados puños cerrados en alto, en un país que ya lleva años sometido a un intenso lavado de cerebro, tanto por parte de los separatistas, tanto vascos como catalanes, que han conseguido, a través del traspaso de la Educación, adoctrinar a las nuevas generaciones, que han sido enseñadas en la creencia de que tienen derecho a reclamar la independencia de ambas autonomías. Companys, en el 34, declaró por su cuenta la independencia de Cataluña y ello le costó ir a la cárcel y el ser fusilado. Era un abogado que se había dedicado a defender a todos los anarquistas que habían cometido atentados y, posteriormente, se convirtió en un nacionalista que pretendió levantarse contra el orden democrático de la II República. Hoy es considerado un héroe y, como tal, recibe homenajes de unos y otros para vergüenza de España y de sus autoridades. Nadie lo discute.

Si no se hace nada, si se sigue permitiendo que las calles sigan dominadas por estos grupos de inadaptados, antisistema y comunistas bolivarianos (el señor Pablo Iglesias ya ha amenazado, sin lugar a dudas, que si hubiera un gobierno de Rajoy lanzaría a los suyos a la calle para obstaculizar con algaradas, manifestaciones y huelgas, incluso la general, al gobierno de la derecha). Ya no hay lugar a engaños ni a que se nos pinten a estas izquierdas como salidas de un convento de ursulinas, porque ellos mismos se han delatado y han enseñado sus armas y sus proyectos si consiguieran, por los medios que fueren, incluso acudir a la fuerza, el poder de gobernar la nación española. Todos sabemos lo que significaría una victoria de esta gente, que no cree en la democracia y sólo usa este término para ocultar sus verdaderas intenciones si, Dios no lo quiera, se hicieran con España.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos llegado a la triste conclusión de que, por extraño e improbable que les pueda aparecer a las nuevas generaciones, que no han tenido conocimiento cabal de los motivos verdaderos del levantamiento del 18 de julio de 1936, y han sido educados mediante los parámetros de los historiadores de este engaño colectivo que es la Ley de la Memoria Histórica; es muy posible que, en pleno Siglo XXI, España vuelva a caer, por segunda vez en menos de cien años, en los graves errores políticos, económicos y sociales que crearon el fermento revolucionario que acabó llevando, a nuestra nación, a la Guerra Civil. Es obvio que, todos estos que siguen amenazando, puño en alto, con llevarnos, al resto de ciudadanos, a la revolución bolivariana, que ellos pretenden hacer en la nación española; están convencidos de que lo van a conseguir, impunemente, lo mismo que los nacionalistas catalanes piensan separase tranquilamente de España, sin que nadie reacciones ante ello. Es peligroso actuar estirando demasiado la cuerda, y esto lo vengo repitiendo ya demasiadas veces, porque no se sabe hasta qué punto los ciudadanos están dispuestos a dejarse avasallar por semejantes sujetos. Tantas veces va el cántaro a la fuente...

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