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Francisco Arias Solís

El dolor de espalda

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Es una característica de la especie: el dolor de espalda. Su origen y solución reposan, casi siempre en las posturas. Así de sencillo. Todos tenemos muchos boletos para echarnos un dolor a la espalda. Es uno de los sufrimientos más comunes de la humanidad. A veces aparecen muy de vez en cuando, pero en ocasiones se convierten en dolores crónicos que acechan sin piedad, buscando la primera ocasión para manifestarse.

Los especialistas los han bautizado como “afección dorsolumbar”, “enfermedad de la columna”, “lordosis”, o “cifosis postural”, pero todos sabemos a qué se refieren: esa sensación de dolor que aparece, de pronto, tras agacharnos a coger un paquete, al levantarse por la mañana, al hacer un esfuerzo especial o tras permanecer largo rato en la misma postura.

Pero un dolor de espalda nunca aparece porque sí. Las causas pueden ser múltiples: personales, heredadas o, con muchísima frecuencia, consecuencia de nuestras tensiones y posturas. Algunos dolores nacen de rigideces de naturaleza física o psicológica, por debilidad de los grupos musculares de esta zona, por el estrés, por el sedentarismo, por las posturas, por los incómodos muebles que nos rodean...

La mujer es una candidata ideal para sufrir este mal. Ellas son quienes frecuentemente cargan con bultos, pasan las horas seguidas de pie o sentadas, planchan y, por si fuera poco, llevan zapatos mortíferos.

A veces llega un momento en que el dolor se hace bastante inaguantable. Entonces hay que hacer algo. No queda otro remedio. Lo mejor es acudir a un generalista o al reumatólogo. Las pastillas y medicamentos diversos poco pueden hacer habitualmente.

Lo esencial, la piedra angular de todo tratamiento de un dolor de espalda, pasa por aprender una serie de posturas; por reeducar nuestras costumbres y hábitos posturales. Al estar de pie o al caminar hay que respetar la curvatura natural de la columna, dejando caer la mayor parte del cuerpo sobre los talones. Al sentarse no hay que estar ni rígido como un palo ni semitumbado. Los zapatos de tacón alto deberán utilizarse lo menos posible. Al agacharse hay que flexionar las piernas, en cuclillas, y no doblar la espalda. La mejor cama tiene un colchón duro y no lleva almohada... Hay que empezar poco a poco a ir cambiando las costumbres adquiridas.

Luego según los casos, habrá que someterse a un tratamiento especial. Aparecen entonces las aplicaciones de calor, la hidroterapia y los masajes. Pero hay que recordar siempre que no si se reeducan los hábitos y posturas no se conseguirá a la larga, nada eficaz en la lucha contra el dolor de espalda. Y es que, como dijo el poeta: “Tan desesperado estoy / que voy siempre al mismo sitio / y nunca sé adonde voy”.

El dolor de espalda

Francisco Arias Solís
Redacción
lunes, 18 de enero de 2010, 07:25 h (CET)
Es una característica de la especie: el dolor de espalda. Su origen y solución reposan, casi siempre en las posturas. Así de sencillo. Todos tenemos muchos boletos para echarnos un dolor a la espalda. Es uno de los sufrimientos más comunes de la humanidad. A veces aparecen muy de vez en cuando, pero en ocasiones se convierten en dolores crónicos que acechan sin piedad, buscando la primera ocasión para manifestarse.

Los especialistas los han bautizado como “afección dorsolumbar”, “enfermedad de la columna”, “lordosis”, o “cifosis postural”, pero todos sabemos a qué se refieren: esa sensación de dolor que aparece, de pronto, tras agacharnos a coger un paquete, al levantarse por la mañana, al hacer un esfuerzo especial o tras permanecer largo rato en la misma postura.

Pero un dolor de espalda nunca aparece porque sí. Las causas pueden ser múltiples: personales, heredadas o, con muchísima frecuencia, consecuencia de nuestras tensiones y posturas. Algunos dolores nacen de rigideces de naturaleza física o psicológica, por debilidad de los grupos musculares de esta zona, por el estrés, por el sedentarismo, por las posturas, por los incómodos muebles que nos rodean...

La mujer es una candidata ideal para sufrir este mal. Ellas son quienes frecuentemente cargan con bultos, pasan las horas seguidas de pie o sentadas, planchan y, por si fuera poco, llevan zapatos mortíferos.

A veces llega un momento en que el dolor se hace bastante inaguantable. Entonces hay que hacer algo. No queda otro remedio. Lo mejor es acudir a un generalista o al reumatólogo. Las pastillas y medicamentos diversos poco pueden hacer habitualmente.

Lo esencial, la piedra angular de todo tratamiento de un dolor de espalda, pasa por aprender una serie de posturas; por reeducar nuestras costumbres y hábitos posturales. Al estar de pie o al caminar hay que respetar la curvatura natural de la columna, dejando caer la mayor parte del cuerpo sobre los talones. Al sentarse no hay que estar ni rígido como un palo ni semitumbado. Los zapatos de tacón alto deberán utilizarse lo menos posible. Al agacharse hay que flexionar las piernas, en cuclillas, y no doblar la espalda. La mejor cama tiene un colchón duro y no lleva almohada... Hay que empezar poco a poco a ir cambiando las costumbres adquiridas.

Luego según los casos, habrá que someterse a un tratamiento especial. Aparecen entonces las aplicaciones de calor, la hidroterapia y los masajes. Pero hay que recordar siempre que no si se reeducan los hábitos y posturas no se conseguirá a la larga, nada eficaz en la lucha contra el dolor de espalda. Y es que, como dijo el poeta: “Tan desesperado estoy / que voy siempre al mismo sitio / y nunca sé adonde voy”.

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