Desde hace unos días, por desgracia, estamos asistiendo a algo que no hace mucho era impensable: Una “guerra” fratricida por hacerse con el mando absoluto del Partido Socialista. En un “bando” los que actualmente son legítimamente sus mandos (los eligió la militancia y punto) y en el otro “bando” los que, en mi modesta opinión, tratan de dar una especie de golpe de mano sin ninguna razón que los asista, quizás, porque tienen cierto miedo a que se sepan “cosas” que no se deben saber (Vds. me entienden) si no gobierna este país la derecha, que es lo mismo que su izquierda. Son los de este segundo “bando” los que hacen honor al etiquetado que servidor denomina “LA DEMAGOGIA DEL ALACRÁN”. Nadie duda, que el término “demagogia” es utilizado por las clases dominantes; podríamos decir, tácitamente en ocasiones, en muchas ocasiones, a la par que de manera habitual como gajes del oficio.
La “demagogia” está presente en demasiadas ocasiones (sólo hay que escuchar lo que dicen algunos “históricos” de cualquier Partido, especialmente del Socialista), lo que supone una clara falta de respeto a la ciudadanía a la vez que una desconsideración propia de gente mal educada -venida a más por méritos de sumisión incondicional política- y faltos de la más elemental de las convicciones morales que debieran presidir la vida pública. Y el término “alacrán”, no es necesario tener conocimientos de biología para saber que ese arácnido es altamente peligroso. Que su veneno mata, y muy rápidamente además. De tal manera ocurre, que ambos términos, “demagogia” y “alacrán”, juntos producen un mejunje que bebido por un pueblo desinformado, manipulado y, con perdón, medio-analfabeto (mi abuelo Antonio decía: “porque saben leer y escribir se piensan que no son analfabetos”) al que se le oculta lo esencial en cada momento, da lugar a un adormecimiento que induce a tener un comportamiento de conformidad sin límites o, lo que es lo mismo, borreguil y de amplia displicencia. ¡Lástima!