Esta reflexión ha venido a mi mente tras leer en la prensa local la noticia referente a un hecho insólito: “un inglés se opera a sí mismo harto de las listas de espera”. No me extraña. El hijo de la pérfida Albión estaba harto de esperar a que le retiraran unos restos de hilo de una operación bastante chapucera. Le tenían en lista de espera durante quince años. Al parecer la “auto-operación” terminó favorablemente.
No me extraña la desesperación de este ingeniero inglés. Parece ser que en todas partes cuecen habas. Nuestra Seguridad Social puede dar testimonio de las mismas. Tengo entre mis papeles uno que dice “entrega solicitud de ecografía abdominal”. Mi médico de cabecera quería comprobar si tenía piedras en la vesícula. En dicho documento pone una fecha: 2 de marzo de 2016. Hasta ahora. Estoy seguro que no tengo piedras. Si no habría reventado como el lagarto de Jaén. Que no se preocupen. No me voy a meter una cámara para comprobarlo.
Nos estamos acostumbrando al autoservicio. Empezamos por las gasolineras, seguimos con los bancos, los periódicos digitales, los expendedores de todo tipo de artículos… ¡Hasta las panaderías! he estado en una que se echan monedas y salen barras de pan.
Que pena. Con quién vamos a hablar del tiempo. Ya ni en los ascensores. Han puesto unas pantallitas con noticias para que podamos subir o bajar sin tener que hablar con nadie de lo poco que llueve. He leído “nosedonde” lo de los confesionarios virtuales y he recordado el chiste de los decimales.
Un desastre. Comemos “con alguien” mientras manipulamos el teléfono móvil. Esta semana he estado en una apasionante conferencia impartida por un montañero que nos llenó de emoción a los asistentes. Mi vecino de la fila delantera aprovechó para revisar la correspondencia, hacer un ejercicio de un master y leer los periódicos del momento.
No me extraña que la familia esté en franca crisis. Para que haya familia tienen que coexistir dos personas en el tiempo y el espacio. Un gasto innecesario. Fuera cadenas.
La buena noticia de hoy me la proporciona uno de mis nietas, Alejandra. Me dice de vez en cuando: abuelo empújame el mecedor. Espero que no inventen el mecedor automático. Entonces… rasgaré mis vestiduras.