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El morbo deriva de la estupidez que obstaculiza el discernimiento

Nieblas morbosas

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Sobre la percepción de nosotros mismos, de las características propias, nunca llegaríamos a conclusiones definitivas; por la complejidad y la cantidad de espacios recónditos. A la vista u ocultas, constituyen matizaciones de la personalidad, cuanto menos, curiosas. R.L. Stevenson ejemplificó los extremos (Jekill / Hyde), con la placidez o los terrores de la parte expuesta a la vida pública. Cuando el monstruo interior es porfiado, acumulamos TRIBULACIONES. Mientras controlamos la tensión, ocultamos las partes negras de las intimidades detrás de las apariencias. Por desgracia, no todas estas maniobras son sensibles a la voluntad del sujeto, el toque personal aporta rasgos misteriosos. Pero, ¿Deseamos siempre ese control?

Los notables estudios efectuados sobre el funcionamiento de la mente, han consolidado la idea del escaso volumen ocupado por las labores conscientes, mientras la mayoría de los mecanismos brujulean en términos de SUBCONSCIENTE. Los enigmas subsisten, con abundancia de sorpresas y la fuga de explicaciones consistentes. Apenas intuimos los factores influyentes, celulares, moleculares, cuánticos, psicológicos sin localizar, bioquímicos o magnéticos. En una posición socrática, sabemos algo, cada día mejor; sobre todo, percibimos la enormidad de las lagunas en el grandioso mundo desconocido. La desigualdad de los conocimientos propicia el uso morboso de los datos, aprovechando la nebulosa de fondo.

Al tiempo, los impulsos incontrolados saltan cuando menos lo esperamos y ponen a prueba las elaboraciones previas de los razonamientos en cada ambiente organizado. El panorama es fascinante, aunque no libre a cada protagonista de las situaciones inestables, en las que se cruzan las decisiones pensadas con las reacciones imprevistas, con la consiguiente nebulosa de cara a las responsabilidades. El control casi nulo de los impulsos, les viene de perlas para la carga de EGOISMO que cada cual tenga a bien añadir. Juntos, consolidan la excusa ideal para las mentes liberadas de mayores preocupaciones, para sus proyectos futuros. Los efectos desfavorables sobre otras personas pierden relevancia entre estas nieblas.

Por lo tanto, si bien echamos en cara a los duendes del subconsciente, aquellas actitudes de las cuales pretendemos desentendernos; no nos engañemos a nosotros mismos, quizá el principal duende encubridor de las explicaciones, radica en el propio protagonista. Porque lo que permanece subyacente es imperceptible; ha de presentar algún asomo en la superficie para detectarlo. Sin embargo, esa punta asomada sirve de interruptor manejable, para los OCULTAMIENTOS maliciosos.

Los nublados un tanto fantasiosos, provocadores, alienantes, delirantes; nos abocan a las facetas pérfidas de las VIOLENCIAS acuciantes. Son apabullantes las de cuello blanco, quizá las peores y no pocas veces las promotoras de las demás, por su potencia y frialdad, por abusos, desesperación inducida, flujos de dinero, armas, participación en negocios turbios. Sumemos las agresiones domésticas, escolares o diversos asesinatos; por no haber querido ver con precisión los fenómenos precursores. No predomina la clarificación en las actitudes sociales.

En torno a la lealtad generamos numerosas mascaradas con el final confuso, que debido a sus trayectorias equívocas, puede pasarnos desapercibido a la mayoría. Las peores lealtades no paran mientes en las cualidades o defectos detentados por individuos o gentes encumbrados; de tal guisa, detectamos lealtades hacia sujetos corruptos, con talantes totalitarios, agresivos, afines a prácticas terroristas; en lealtades transformadas en servilismos muy cercanos a la complicidad en asuntos peliagudos. El MORBO deriva de la estupidez que obstaculiza el discernimiento. La deslealtad puede ser virtuosa y la virtud leal, sospechosa; según el ineludible enfoque personal para cada proyecto emprendido.

La realidad de las nebulosas tiene su aquel. Tampoco nos dejamos engatusar por los pretendidos velamientos de los hechos que nos presentan. Si al juicio del caso Nóos hacemos referencia, vemos perfectamente el deslizamiento de las mentiras a fraudes, de los subterfugios a errores, con los enormes flujos descontrolados de los caudales públicos. Para los observadores, destaca la CLARIVIDENCIA en contraposición a las triquiñuelas legales e informativas presentadas a la discusión. Con la impresión muy difundida de los tratamientos desiguales, de la inexistente reparación de las pérdidas ocasionadas y la desproporción de las penas solicitadas, si las comparamos con las de uso habitual o con los daños derivados.

Nos atosigan con engañifas a base de la ocultación de informaciones necesarias, filtrando frivolidades confusas o bien al comunicarnos las medias verdades maliciosas. Como uno tiende a creer aquello que confirma sus propias hipótesis, el denominado SESGO de confirmación, lo que yo pensaba; cerramos así el círculo de la verdad esquiva. Si contradicen el pensamiento propio, tendemos a desestimarlo. Entre quienes manipulan en orígen los datos y el sesgo de quienes recibimos la información, espesamos la nebulosa, con el consiguiente predominio de la imprecisión, magnífico elemento para las intenciones perversas. Los métodos de clarificación acaban incluidos en dicha confusión.

Aún con el recurso de la ciencia, los derroteros abarcan dimensiones alejadas de la percepción general, creando sectores excesivamente diferenciados, el de los notables especialistas, el de ciertos intereses, los enormes almacenamientos de datos. Ocurre con la Historia, grandes empresas, estados o grupos de presión. Sufrimos el agravante de la DIVERGENCIA de los extremos, en la que se acentúa la desorientación del ciudadano corriente. Cuando los conocimientos son complejos, salud en general, macroeconomía, clima, atmósferas, perdemos la contemplación de los rumbos; también en los ámbitos moleculares, influencias, conexiones, reflejos o magnetismos, en cuyo tamaños no precisamos.

Un nuevo contraste desfavorable nos sobreviene cuando requerimos de la gente, de cada individuo, un mayor ejercicio de reponsabilidad, esa ineludible función personal para con el resto, sean seres vivos o el mismo planeta. Las angustias de lo invisible y de lo grandioso, las penurias existenciales, las tribulaciones sociales; nos inducen a diluirnos en el bullicio general, entre las aglomeraciones. Los estudiosos nominan al síndrome de la MUCHEDUMBRE como la configuración de ese escudo protector. De desastrosas consecuencias, porque anula a las personas y alimenta verdaderas monstruosidades; abandonados al devenir caótico, cuando no acaban esclavizados por manejos impensables entre seres racionales.

Añadimos mucho lastre a la quilla del controvertido yo que protagonizamos. El tiempo colabora. La conciencia atiende pocas veces al fenómeno, no es lo habitual. Los archivos personales –genética, memoria, subconsciente, costumbres- tienen raices de complejidad inusitada. Los impulsos venidos desde el exterior sobrepasan nuestras capacidades de asimilación. Pero hemos descubierto la pequeña ventana de la propia CREATIVIDAD, cuyos cristales hemos de mantener limpios, para no ofuscarnos.

Nieblas morbosas

El morbo deriva de la estupidez que obstaculiza el discernimiento
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 30 de septiembre de 2016, 00:57 h (CET)
Sobre la percepción de nosotros mismos, de las características propias, nunca llegaríamos a conclusiones definitivas; por la complejidad y la cantidad de espacios recónditos. A la vista u ocultas, constituyen matizaciones de la personalidad, cuanto menos, curiosas. R.L. Stevenson ejemplificó los extremos (Jekill / Hyde), con la placidez o los terrores de la parte expuesta a la vida pública. Cuando el monstruo interior es porfiado, acumulamos TRIBULACIONES. Mientras controlamos la tensión, ocultamos las partes negras de las intimidades detrás de las apariencias. Por desgracia, no todas estas maniobras son sensibles a la voluntad del sujeto, el toque personal aporta rasgos misteriosos. Pero, ¿Deseamos siempre ese control?

Los notables estudios efectuados sobre el funcionamiento de la mente, han consolidado la idea del escaso volumen ocupado por las labores conscientes, mientras la mayoría de los mecanismos brujulean en términos de SUBCONSCIENTE. Los enigmas subsisten, con abundancia de sorpresas y la fuga de explicaciones consistentes. Apenas intuimos los factores influyentes, celulares, moleculares, cuánticos, psicológicos sin localizar, bioquímicos o magnéticos. En una posición socrática, sabemos algo, cada día mejor; sobre todo, percibimos la enormidad de las lagunas en el grandioso mundo desconocido. La desigualdad de los conocimientos propicia el uso morboso de los datos, aprovechando la nebulosa de fondo.

Al tiempo, los impulsos incontrolados saltan cuando menos lo esperamos y ponen a prueba las elaboraciones previas de los razonamientos en cada ambiente organizado. El panorama es fascinante, aunque no libre a cada protagonista de las situaciones inestables, en las que se cruzan las decisiones pensadas con las reacciones imprevistas, con la consiguiente nebulosa de cara a las responsabilidades. El control casi nulo de los impulsos, les viene de perlas para la carga de EGOISMO que cada cual tenga a bien añadir. Juntos, consolidan la excusa ideal para las mentes liberadas de mayores preocupaciones, para sus proyectos futuros. Los efectos desfavorables sobre otras personas pierden relevancia entre estas nieblas.

Por lo tanto, si bien echamos en cara a los duendes del subconsciente, aquellas actitudes de las cuales pretendemos desentendernos; no nos engañemos a nosotros mismos, quizá el principal duende encubridor de las explicaciones, radica en el propio protagonista. Porque lo que permanece subyacente es imperceptible; ha de presentar algún asomo en la superficie para detectarlo. Sin embargo, esa punta asomada sirve de interruptor manejable, para los OCULTAMIENTOS maliciosos.

Los nublados un tanto fantasiosos, provocadores, alienantes, delirantes; nos abocan a las facetas pérfidas de las VIOLENCIAS acuciantes. Son apabullantes las de cuello blanco, quizá las peores y no pocas veces las promotoras de las demás, por su potencia y frialdad, por abusos, desesperación inducida, flujos de dinero, armas, participación en negocios turbios. Sumemos las agresiones domésticas, escolares o diversos asesinatos; por no haber querido ver con precisión los fenómenos precursores. No predomina la clarificación en las actitudes sociales.

En torno a la lealtad generamos numerosas mascaradas con el final confuso, que debido a sus trayectorias equívocas, puede pasarnos desapercibido a la mayoría. Las peores lealtades no paran mientes en las cualidades o defectos detentados por individuos o gentes encumbrados; de tal guisa, detectamos lealtades hacia sujetos corruptos, con talantes totalitarios, agresivos, afines a prácticas terroristas; en lealtades transformadas en servilismos muy cercanos a la complicidad en asuntos peliagudos. El MORBO deriva de la estupidez que obstaculiza el discernimiento. La deslealtad puede ser virtuosa y la virtud leal, sospechosa; según el ineludible enfoque personal para cada proyecto emprendido.

La realidad de las nebulosas tiene su aquel. Tampoco nos dejamos engatusar por los pretendidos velamientos de los hechos que nos presentan. Si al juicio del caso Nóos hacemos referencia, vemos perfectamente el deslizamiento de las mentiras a fraudes, de los subterfugios a errores, con los enormes flujos descontrolados de los caudales públicos. Para los observadores, destaca la CLARIVIDENCIA en contraposición a las triquiñuelas legales e informativas presentadas a la discusión. Con la impresión muy difundida de los tratamientos desiguales, de la inexistente reparación de las pérdidas ocasionadas y la desproporción de las penas solicitadas, si las comparamos con las de uso habitual o con los daños derivados.

Nos atosigan con engañifas a base de la ocultación de informaciones necesarias, filtrando frivolidades confusas o bien al comunicarnos las medias verdades maliciosas. Como uno tiende a creer aquello que confirma sus propias hipótesis, el denominado SESGO de confirmación, lo que yo pensaba; cerramos así el círculo de la verdad esquiva. Si contradicen el pensamiento propio, tendemos a desestimarlo. Entre quienes manipulan en orígen los datos y el sesgo de quienes recibimos la información, espesamos la nebulosa, con el consiguiente predominio de la imprecisión, magnífico elemento para las intenciones perversas. Los métodos de clarificación acaban incluidos en dicha confusión.

Aún con el recurso de la ciencia, los derroteros abarcan dimensiones alejadas de la percepción general, creando sectores excesivamente diferenciados, el de los notables especialistas, el de ciertos intereses, los enormes almacenamientos de datos. Ocurre con la Historia, grandes empresas, estados o grupos de presión. Sufrimos el agravante de la DIVERGENCIA de los extremos, en la que se acentúa la desorientación del ciudadano corriente. Cuando los conocimientos son complejos, salud en general, macroeconomía, clima, atmósferas, perdemos la contemplación de los rumbos; también en los ámbitos moleculares, influencias, conexiones, reflejos o magnetismos, en cuyo tamaños no precisamos.

Un nuevo contraste desfavorable nos sobreviene cuando requerimos de la gente, de cada individuo, un mayor ejercicio de reponsabilidad, esa ineludible función personal para con el resto, sean seres vivos o el mismo planeta. Las angustias de lo invisible y de lo grandioso, las penurias existenciales, las tribulaciones sociales; nos inducen a diluirnos en el bullicio general, entre las aglomeraciones. Los estudiosos nominan al síndrome de la MUCHEDUMBRE como la configuración de ese escudo protector. De desastrosas consecuencias, porque anula a las personas y alimenta verdaderas monstruosidades; abandonados al devenir caótico, cuando no acaban esclavizados por manejos impensables entre seres racionales.

Añadimos mucho lastre a la quilla del controvertido yo que protagonizamos. El tiempo colabora. La conciencia atiende pocas veces al fenómeno, no es lo habitual. Los archivos personales –genética, memoria, subconsciente, costumbres- tienen raices de complejidad inusitada. Los impulsos venidos desde el exterior sobrepasan nuestras capacidades de asimilación. Pero hemos descubierto la pequeña ventana de la propia CREATIVIDAD, cuyos cristales hemos de mantener limpios, para no ofuscarnos.

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