Es difícil volver a la rutina. Cada vez cuesta más salir de verano de fiestas, celebraciones y eventos de todo tipo y adaptarse a la realidad cotidiana de los mayores, que ni queremos, ni podemos, ni sabemos adaptarnos a una vida cada vez menos intensa.
Esta mañana hablaba en la radio con un recién jubilado cuya vida está completamente llena con la coordinación de un voluntariado de gran actividad. Me decía que valoraba mucho en los futuros voluntarios a su cargo, que manifestaran que tenían poco tiempo libre. Malo el que no tiene una vida sin proyectos.
Efectivamente, cuando a uno se le acaba la motivación por la que enfrentarse a la vida cada día, es cuando realmente ha envejecido. Ha pasado de ser un miembro del “segmento de plata” a una especie de maceta instalada en una esquina de la casa.
Creo que el secreto consiste en apoyarse en los demás. El hombre es un ser social. No puede desarrollar todas sus capacidades solo. Cuando abandona la compañía de los demás se va convirtiendo en un ser taciturno y amargado.
Por eso he vuelto a la lucha activa. Al encuentro con los amigos, compañeros o familiares. A vivir una vida de relación en grupo. A tener el tiempo justo para llegar un poco tarde a todos lados.
El mundo nos necesita y nosotros necesitamos al mundo. Nos queda mucho que dar y por aquello del “ciento por uno”, recibir. Vivir con las botas puestas. No esperar a morirse para ponérselas.
Termino. Hoy tengo que reunirme con gente. Mañana también. El viernes, el sábado y el domingo… también. Que alegría. Vuelvo a necesitar mi agenda llena de fechas, teléfono y borrones. Estoy vivo.