El problema de Pedro Sánchez no es de coherencia con su discurso público. Ya me sangran los oídos de tanto escuchar que "no es no". Ni de haberse desviado un milímetro del argumentario de su Ejecutiva Federal. Y me trae sin cuidado que a Felipe González y a otras personalidades socialistas les mintiera en privado tras las elecciones del 26 de junio, cuando les aseguró que se abstendría en la segunda votación de investidura de Rajoy.
El problema es que ha llevado al PSOE a sus peores resultados durante cinco elecciones consecutivas y que es responsable, junto a otros políticos, de que España aún no tenga un Gobierno estable y continúe sumida en una parálisis sin precedentes.
Si tuviera un poco de vergüenza y sentido de la responsabilidad habría dimitido hace tiempo, pero ya sabemos que en este país aferrarse al cargo hasta la muerte es deporte nacional.
Otra cosa son las artimañas de sus competidores internos para derrocarle. A Susana Díaz no le hacía falta jugar tan sucio. Le bastaba con tener las agallas suficientes de presentarse a las primarias y ganarle democráticamente.
A estas horas los líderes de PP, Podemos y Ciudadanos deben estar abriendo una botella de champán gran reserva a la salud de Pedro Sánchez, Susana Díaz y los miles de votos que les acaban de dar gratuitamente. Una sangría de apoyos que los socialistas tardarán años en recuperar. La travesía en el desierto del "sorpasso" y de la irrelevancia política se prevé larga.
Y mientras, como ciudadano, me siento triste. Me apena ver el espectáculo que está dando un PSOE dividido y con líderes pidiendo perdón a cada minuto. Un partido clave en la democracia que ahora no podría gobernar ni una comunidad de vecinos.