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Gabriel Ruiz-Ortega

La predominancia de las novelas de género

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Seguramente este será un artículo relativamente polémico. A lo mejor se me acuse de antojadizo, apurado e irresponsable. Lo que motiva estas líneas es la lectura de los tres tomos de MILLENNIUM, la fabulosa trilogía novelesca del sueco Stieg Larsson (1954 – 2004).

No, no voy a adentrarme en los vericuetos existenciales de la protagonista Lisbeth Salander, menos en las pulsiones racionales de Mikael Blomkvist. Eso será trabajo para mi buen amigo y compañero de espacio crítico Herme Cerezo.

En lo personal, la lectura de estos monumentales títulos me llevó a pensar mucho en los géneros novelísticos que injustamente vienen siendo, desde hace décadas, muy subvalorados. Me pregunté con justa razón: ¿en qué momento se jodió la novela? Claro, los ríos de tinta de la parcela literaria más libre, se enriquecen con nombres imprescindibles en el imaginario de la literatura mundial, de quienes más de uno hemos aprendido, en especial sobre los logros de la forma y andamiaje estructural de los mecanismos de la ficción. Podemos citar un buen número de autores como ejemplo de aquello.

Hasta allí, todo bien. Seguimos siendo canónicos. Pero me pregunto, ahora sí esperando un tanteo de respuesta aunque sea: ¿qué papel juegan las novelas de género?, ¿pertenecen al segundo orden del arte de novelar?

Una de las características que signó los salones frecuentados por los señorones de las letras en el siglo pasado, fue la de catalogar todo lo popular como expresión artística menor. Durante mucho tiempo se pensó que mientras más obtuso fuera una expresión creativa, más cerca esta podía traspasar los derechos de admisión de los celadores del arte y del dizque buen gusto. Un ejemplo de lo expresado: La nueva novela francesa, corriente del cincuenta y sesenta felizmente hoy olvidada.

Son las novelas de género, muchas de ellas cobijadas por el rótulo de Best Sellers, las que han mantenido el espíritu vivo del siglo de la novela: la novela decimonónica. Una mirada somera sobre lo acontecido durante el XIX nos permite llegar a la conclusión general de que fue el ánimo totalizador lo que germinó la novela con voluntad de crónica, en la que todos podían ser protagonistas de una historia bien contada, a manera de novela-río como los rusos, a manera de novela-episodio como los franceses. En otras palabras, el tema, o asunto, como base de los cauces formales que se depurarían en el siglo siguiente.

Basta leer las entregas de escritores de género como Philip K. Dick, Robert Ludlum, Stephen King, Irving Wallace, James Ellroy, John Le Carré, Manuel Vázquez Montalbán, Raymond Chandler, etc.; cada quien en su sendero temático, como para saber que ellos, al igual que sus pares del siglo pasado, también querían dar cuenta de las vicisitudes del sujeto en la sociedad y de los avatares que lo absorben. Es por ello que, más allá de ser catalogados como escritores menores, estos no dejan de gozar los favores honestos del público lector, quienes son los verdaderos jueces a la hora de valorar un texto, y este reconocimiento se da porque estos autores de género la tenían (y tienen) muy clara a la hora de narrar: enganchar al lector con un argumento que no deje indiferente. Mientras se sigan escribiendo novelas que relaten una historia, la novela como género supremo de libertad temática y formal no se verá socavada por aquellas incursiones llevadas a cabo de espaldas al lector, que también son válidas, pero no determinantes al detallar los alcances naturales de la novela como tal.

La predominancia de las novelas de género

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
lunes, 21 de diciembre de 2009, 08:33 h (CET)
Seguramente este será un artículo relativamente polémico. A lo mejor se me acuse de antojadizo, apurado e irresponsable. Lo que motiva estas líneas es la lectura de los tres tomos de MILLENNIUM, la fabulosa trilogía novelesca del sueco Stieg Larsson (1954 – 2004).

No, no voy a adentrarme en los vericuetos existenciales de la protagonista Lisbeth Salander, menos en las pulsiones racionales de Mikael Blomkvist. Eso será trabajo para mi buen amigo y compañero de espacio crítico Herme Cerezo.

En lo personal, la lectura de estos monumentales títulos me llevó a pensar mucho en los géneros novelísticos que injustamente vienen siendo, desde hace décadas, muy subvalorados. Me pregunté con justa razón: ¿en qué momento se jodió la novela? Claro, los ríos de tinta de la parcela literaria más libre, se enriquecen con nombres imprescindibles en el imaginario de la literatura mundial, de quienes más de uno hemos aprendido, en especial sobre los logros de la forma y andamiaje estructural de los mecanismos de la ficción. Podemos citar un buen número de autores como ejemplo de aquello.

Hasta allí, todo bien. Seguimos siendo canónicos. Pero me pregunto, ahora sí esperando un tanteo de respuesta aunque sea: ¿qué papel juegan las novelas de género?, ¿pertenecen al segundo orden del arte de novelar?

Una de las características que signó los salones frecuentados por los señorones de las letras en el siglo pasado, fue la de catalogar todo lo popular como expresión artística menor. Durante mucho tiempo se pensó que mientras más obtuso fuera una expresión creativa, más cerca esta podía traspasar los derechos de admisión de los celadores del arte y del dizque buen gusto. Un ejemplo de lo expresado: La nueva novela francesa, corriente del cincuenta y sesenta felizmente hoy olvidada.

Son las novelas de género, muchas de ellas cobijadas por el rótulo de Best Sellers, las que han mantenido el espíritu vivo del siglo de la novela: la novela decimonónica. Una mirada somera sobre lo acontecido durante el XIX nos permite llegar a la conclusión general de que fue el ánimo totalizador lo que germinó la novela con voluntad de crónica, en la que todos podían ser protagonistas de una historia bien contada, a manera de novela-río como los rusos, a manera de novela-episodio como los franceses. En otras palabras, el tema, o asunto, como base de los cauces formales que se depurarían en el siglo siguiente.

Basta leer las entregas de escritores de género como Philip K. Dick, Robert Ludlum, Stephen King, Irving Wallace, James Ellroy, John Le Carré, Manuel Vázquez Montalbán, Raymond Chandler, etc.; cada quien en su sendero temático, como para saber que ellos, al igual que sus pares del siglo pasado, también querían dar cuenta de las vicisitudes del sujeto en la sociedad y de los avatares que lo absorben. Es por ello que, más allá de ser catalogados como escritores menores, estos no dejan de gozar los favores honestos del público lector, quienes son los verdaderos jueces a la hora de valorar un texto, y este reconocimiento se da porque estos autores de género la tenían (y tienen) muy clara a la hora de narrar: enganchar al lector con un argumento que no deje indiferente. Mientras se sigan escribiendo novelas que relaten una historia, la novela como género supremo de libertad temática y formal no se verá socavada por aquellas incursiones llevadas a cabo de espaldas al lector, que también son válidas, pero no determinantes al detallar los alcances naturales de la novela como tal.

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