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“¡Fabricarse una conciencia para sí, una moral personal, una religión personal! Estas cosas, por su naturaleza, no pueden ser privadas.” J. Joubert

P. Zabala establece el mismo rasero para familiares de asesinos de ETA y los de sus víctimas

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Nadie pone en duda que la familia de una persona que, por las causas que fueren, ha fallecido de una forma violenta y antinatural, sienta el dolor por la aflicción que padece con la misma intensidad que cualquier otra persona que sufre la pérdida de un ser querido. Por ello, no nos extraña que la señora Pilar Zabala, la hermana de aquel etarra, José Ignacio Zabala, y toda su familia tuvieran el sobresalto y el dolor que hubiera tenido cualquier otra familia, ante el asesinato a cargo de los terroristas de Estado, los famosos Gal, de los etarras Lasa y Zabala (1983), un episodio cruel e injustificable que acabó costándole la presidencia del gobierno al señor Felipe González.

Es posible que, en realidad lo ignoramos, la familia de aquel muchacho inscrito en las filas de la organización terrorista ETA, no compartiera el instinto asesino que le impulsó a formar parte de la banda abertzale, incluso puede que le aconsejaran que no cometiera semejante locura o, también pudo suceder que no se opusieran y que pensaran que la causa por la que luchaba fuera justa y, hasta es viable, que siendo simpatizantes de las doctrinas de Sabino Arana, le empujasen a que se promocionase como un gudari vasco para luchar por la independencia de Euskal Herria. Es, incluso, probable que acabáramos inclinándonos por esta última hipótesis, ante el hecho de que la joven Zabala ha escogido el camino de la senda del comunismo bolivariano, el formar parte de la élite vasca de esta formación y el haberse presentado como candidata a las elecciones que se van a celebrar en el País Vasco este 25 de septiembre.

Lo cierto es que, en una de las confrontaciones electorales en las que participó la joven Pilar en el que también estaba presente el candidato del PP en el País Vasco, el señor Alfonso Alonso, un buen parlamentario que, generalmente, sabe defenderse con pericia y solvencia de los ataques de sus rivales; se produjo un momento en el que tuvo lugar una interpelación directa de la vasca al representante del PP que, quizá por lo inesperado o por la forma y la solemnidad que quiso darle la candidata de Podemos, fue uno de los momentos más tensos y particularmente reseñables de aquel debate. Pilar Zabala, mientras se estaba discutiendo respecto a las víctimas del terrorismo y dirigiéndose al señor Alonso, mirándole fijamente, le espetó. “¿Entonces usted no me considera víctima?” a lo que el ex ministro, cogido con la guardia baja, sólo atinó a responder “Conforme a la Ley, a cómo está redactada, no. No del terrorismo, pero si es usted víctima de…” a partir de dicho instante, visiblemente desconcertado, empezó a balbucear y a dudar, empleando términos como abusos “execrables” de los funcionarios.

Evidentemente no fue la mejor actuación del señor Alonso ni, su respuesta, fue la que a nuestro criterio debiera de haber empleado. Debemos empezar por dejar claro que no podemos poner en el mismo plano ético a un asesino de ETA con una persona corriente, un soldado, un guardia civil o quien fuese la víctima sobre la que ETA descargaba toda su vesania terrorista. En segundo lugar, el caso al que nos referimos no tuvo lugar bajo ningún gobierno del PP y sí bajo el de los socialistas, por lo que el señor Hernando, como representante del PP, debería haberle contestado que los populares nunca hubieran acudido a semejantes métodos inconstitucionales y si, a alguien debía ella dirigirse, debería haber sido al representante del PSOE. En cualquier caso, es evidente que un terrorista, un peligro evidente para cualquier ciudadano español, una persona sin el menor sentido de la decencia ni de compasión por aquel infeliz sobre el que disparaba a quemarropa o aquellas personas que hacía volar por los aires con una potente bomba; no es alguien al que convenga dejar actuar a su libre albedrío y lo que es deber del Estado es perseguirlo, detenerlo, juzgarlo y e ingresarlo, si es condenado, en un lugar desde el cual no puede continuar ejerciendo su maléfica profesión.

Puede que la señora Zabala se considere a sí misma como una víctima, y es posible que lo fuera en alguna manera; pero, sin duda alguna, no está en el derecho de que se le tenga la misma compasión por la muerte de un hermano dedicado a asesinar personas inocentes, un enemigo de la sociedad española y un desalmado impertérrito ante el dolor de las familias de aquellos a los que asesinaba, por muy ilegal que hubiera sido la forma en la que se le asesinó, por muy reprochables que fueran los sicarios que se encargaron de procurar hacer desaparecer su cadáver o por muy rechazable que sea el terrorismo de Estado, cuando existen medios legales para impedir que los delincuentes sigan ejerciendo su carrera criminal, mediante los cuales se puede y, de hecho así ha sucedido, acabar por exterminar por completo a quienes siguen creyendo que infringiendo las leyes van a conseguir sus objetivos contrarios a la legalidad, la seguridad ciudadana y la vida de las personas.

Y aquí tenemos que hacer un reproche contra los gobiernos que, no se sabe por qué motivo, han dejado de apoyar o han criticado a aquellas víctimas, verdaderas víctimas del terror etarra, no las que pretenden atribuirse tal cualidad cuando, si han padecido por la suerte de alguno de los suyos, se ha debido a que no han evitado o no han querido hacerlo, que se dedicase a una actividad que, de antemano, se sabía que su fin iba a ser o la muerte o la cárcel. Que la señora Zabala mire fijamente y en actitud desafiante, como quien tiene la razón de su parte y clama contra una injusticia que, por la forma en la que tuvo lugar la ejecución de su hermano, es evidente que se dio, no debe servir para que Alfonso Alonso baje la mirada porque, de una forma u otra, el hermano de la podemita, tenía que haber purgado los delitos de los que era responsable.

Y es que, en España, parece que existe un cierto temor a las acusaciones de la izquierda, como si, en realidad, fuera la que está en posesión de la razón moral, de la defensa de los pobres o de la preocupación por las injusticias que, continuamente, se vienen cometiendo en cualquier comunidad. La derecha se ha caracterizado por ser, como el señor Alfonso Alonso, mojigata, dubitativa, recelosa ante las acusaciones del adversario, poco incisiva en su defensa y demasiado contemporizadora cuando, teniendo la razón, prefiere ceder un mal acuerdo antes de conseguir la victoria que, con valentía, podría conquistar. Cuando el señor Sánchez se desgañita cebándose en el caso Gürtel o, últimamente, en el de la alcaldesa Rita Barberá; quienes tendrían la obligación de contratacar, de sacar a relucir con todo detalle lo que está sucediendo con los ERE andaluces y los chanchullo de los cursillos que se pagaron pero no se impartieron así como tantos y tantos otros casos que se han dejado pasar, a causa de que apartaron a la juez Alaya del procedimiento, por miedo a que acabasen siendo citados como investigados todos los miembros, incluso nacionales, de este PSOE que, además de predicar lo que ellos mismo no creen, por si fuera poco, tienen la cara dura de acusar a sus adversarios de aquello de lo que, ellos mismos, están sobrados, y hablamos de corrupción, señores.

Ha llegado el momento de que las derechas españolas se saquen de encima este apocamiento que las caracteriza, se sacudan los complejos que tanto la han perjudicado en tiempos pasados, empezando por el que el señor Rajoy y su equipo les llevó a desaprovechar la mayoría absoluta que los españoles les dieron, precisamente para que acabaran con todas las barbaridades, estupideces, sinrazones y torpezas que terminaron por llevar a nuestra nación a las puertas de la bancarrota y a punto de caer bajo las garras de los famosos hombres de negro que, si hubieran entrado en España, todos habríamos sabido lo que, de verdad, es tenerse que apretar el cinturón como, por cierto, les viene ocurriendo a los socios de Podemos, los de Syriza, en Grecia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos percatamos de que, cada vez que parece que estamos a punto de salir de uno de los habituales atolladeros nacionales en los que nos metemos, ocurren cosas, aparecen inconvenientes, llegan intrusos que pretenden enseñarnos “el buen camino” o nacen de las entrañas de la tierra nuevos “iluminados” que pretenden venderles, a los ciudadanos, un pedazo de nuestra nación como, en una ocasión sucedió, según me contaron, cuando un capellán de un pequeño pueblo de Cataluña que, acuciado por sus necesidades crematísticas, pretendía vender parcelas de Cielo a sus feligreses.

P. Zabala establece el mismo rasero para familiares de asesinos de ETA y los de sus víctimas

“¡Fabricarse una conciencia para sí, una moral personal, una religión personal! Estas cosas, por su naturaleza, no pueden ser privadas.” J. Joubert
Miguel Massanet
domingo, 18 de septiembre de 2016, 12:13 h (CET)
Nadie pone en duda que la familia de una persona que, por las causas que fueren, ha fallecido de una forma violenta y antinatural, sienta el dolor por la aflicción que padece con la misma intensidad que cualquier otra persona que sufre la pérdida de un ser querido. Por ello, no nos extraña que la señora Pilar Zabala, la hermana de aquel etarra, José Ignacio Zabala, y toda su familia tuvieran el sobresalto y el dolor que hubiera tenido cualquier otra familia, ante el asesinato a cargo de los terroristas de Estado, los famosos Gal, de los etarras Lasa y Zabala (1983), un episodio cruel e injustificable que acabó costándole la presidencia del gobierno al señor Felipe González.

Es posible que, en realidad lo ignoramos, la familia de aquel muchacho inscrito en las filas de la organización terrorista ETA, no compartiera el instinto asesino que le impulsó a formar parte de la banda abertzale, incluso puede que le aconsejaran que no cometiera semejante locura o, también pudo suceder que no se opusieran y que pensaran que la causa por la que luchaba fuera justa y, hasta es viable, que siendo simpatizantes de las doctrinas de Sabino Arana, le empujasen a que se promocionase como un gudari vasco para luchar por la independencia de Euskal Herria. Es, incluso, probable que acabáramos inclinándonos por esta última hipótesis, ante el hecho de que la joven Zabala ha escogido el camino de la senda del comunismo bolivariano, el formar parte de la élite vasca de esta formación y el haberse presentado como candidata a las elecciones que se van a celebrar en el País Vasco este 25 de septiembre.

Lo cierto es que, en una de las confrontaciones electorales en las que participó la joven Pilar en el que también estaba presente el candidato del PP en el País Vasco, el señor Alfonso Alonso, un buen parlamentario que, generalmente, sabe defenderse con pericia y solvencia de los ataques de sus rivales; se produjo un momento en el que tuvo lugar una interpelación directa de la vasca al representante del PP que, quizá por lo inesperado o por la forma y la solemnidad que quiso darle la candidata de Podemos, fue uno de los momentos más tensos y particularmente reseñables de aquel debate. Pilar Zabala, mientras se estaba discutiendo respecto a las víctimas del terrorismo y dirigiéndose al señor Alonso, mirándole fijamente, le espetó. “¿Entonces usted no me considera víctima?” a lo que el ex ministro, cogido con la guardia baja, sólo atinó a responder “Conforme a la Ley, a cómo está redactada, no. No del terrorismo, pero si es usted víctima de…” a partir de dicho instante, visiblemente desconcertado, empezó a balbucear y a dudar, empleando términos como abusos “execrables” de los funcionarios.

Evidentemente no fue la mejor actuación del señor Alonso ni, su respuesta, fue la que a nuestro criterio debiera de haber empleado. Debemos empezar por dejar claro que no podemos poner en el mismo plano ético a un asesino de ETA con una persona corriente, un soldado, un guardia civil o quien fuese la víctima sobre la que ETA descargaba toda su vesania terrorista. En segundo lugar, el caso al que nos referimos no tuvo lugar bajo ningún gobierno del PP y sí bajo el de los socialistas, por lo que el señor Hernando, como representante del PP, debería haberle contestado que los populares nunca hubieran acudido a semejantes métodos inconstitucionales y si, a alguien debía ella dirigirse, debería haber sido al representante del PSOE. En cualquier caso, es evidente que un terrorista, un peligro evidente para cualquier ciudadano español, una persona sin el menor sentido de la decencia ni de compasión por aquel infeliz sobre el que disparaba a quemarropa o aquellas personas que hacía volar por los aires con una potente bomba; no es alguien al que convenga dejar actuar a su libre albedrío y lo que es deber del Estado es perseguirlo, detenerlo, juzgarlo y e ingresarlo, si es condenado, en un lugar desde el cual no puede continuar ejerciendo su maléfica profesión.

Puede que la señora Zabala se considere a sí misma como una víctima, y es posible que lo fuera en alguna manera; pero, sin duda alguna, no está en el derecho de que se le tenga la misma compasión por la muerte de un hermano dedicado a asesinar personas inocentes, un enemigo de la sociedad española y un desalmado impertérrito ante el dolor de las familias de aquellos a los que asesinaba, por muy ilegal que hubiera sido la forma en la que se le asesinó, por muy reprochables que fueran los sicarios que se encargaron de procurar hacer desaparecer su cadáver o por muy rechazable que sea el terrorismo de Estado, cuando existen medios legales para impedir que los delincuentes sigan ejerciendo su carrera criminal, mediante los cuales se puede y, de hecho así ha sucedido, acabar por exterminar por completo a quienes siguen creyendo que infringiendo las leyes van a conseguir sus objetivos contrarios a la legalidad, la seguridad ciudadana y la vida de las personas.

Y aquí tenemos que hacer un reproche contra los gobiernos que, no se sabe por qué motivo, han dejado de apoyar o han criticado a aquellas víctimas, verdaderas víctimas del terror etarra, no las que pretenden atribuirse tal cualidad cuando, si han padecido por la suerte de alguno de los suyos, se ha debido a que no han evitado o no han querido hacerlo, que se dedicase a una actividad que, de antemano, se sabía que su fin iba a ser o la muerte o la cárcel. Que la señora Zabala mire fijamente y en actitud desafiante, como quien tiene la razón de su parte y clama contra una injusticia que, por la forma en la que tuvo lugar la ejecución de su hermano, es evidente que se dio, no debe servir para que Alfonso Alonso baje la mirada porque, de una forma u otra, el hermano de la podemita, tenía que haber purgado los delitos de los que era responsable.

Y es que, en España, parece que existe un cierto temor a las acusaciones de la izquierda, como si, en realidad, fuera la que está en posesión de la razón moral, de la defensa de los pobres o de la preocupación por las injusticias que, continuamente, se vienen cometiendo en cualquier comunidad. La derecha se ha caracterizado por ser, como el señor Alfonso Alonso, mojigata, dubitativa, recelosa ante las acusaciones del adversario, poco incisiva en su defensa y demasiado contemporizadora cuando, teniendo la razón, prefiere ceder un mal acuerdo antes de conseguir la victoria que, con valentía, podría conquistar. Cuando el señor Sánchez se desgañita cebándose en el caso Gürtel o, últimamente, en el de la alcaldesa Rita Barberá; quienes tendrían la obligación de contratacar, de sacar a relucir con todo detalle lo que está sucediendo con los ERE andaluces y los chanchullo de los cursillos que se pagaron pero no se impartieron así como tantos y tantos otros casos que se han dejado pasar, a causa de que apartaron a la juez Alaya del procedimiento, por miedo a que acabasen siendo citados como investigados todos los miembros, incluso nacionales, de este PSOE que, además de predicar lo que ellos mismo no creen, por si fuera poco, tienen la cara dura de acusar a sus adversarios de aquello de lo que, ellos mismos, están sobrados, y hablamos de corrupción, señores.

Ha llegado el momento de que las derechas españolas se saquen de encima este apocamiento que las caracteriza, se sacudan los complejos que tanto la han perjudicado en tiempos pasados, empezando por el que el señor Rajoy y su equipo les llevó a desaprovechar la mayoría absoluta que los españoles les dieron, precisamente para que acabaran con todas las barbaridades, estupideces, sinrazones y torpezas que terminaron por llevar a nuestra nación a las puertas de la bancarrota y a punto de caer bajo las garras de los famosos hombres de negro que, si hubieran entrado en España, todos habríamos sabido lo que, de verdad, es tenerse que apretar el cinturón como, por cierto, les viene ocurriendo a los socios de Podemos, los de Syriza, en Grecia.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos percatamos de que, cada vez que parece que estamos a punto de salir de uno de los habituales atolladeros nacionales en los que nos metemos, ocurren cosas, aparecen inconvenientes, llegan intrusos que pretenden enseñarnos “el buen camino” o nacen de las entrañas de la tierra nuevos “iluminados” que pretenden venderles, a los ciudadanos, un pedazo de nuestra nación como, en una ocasión sucedió, según me contaron, cuando un capellán de un pequeño pueblo de Cataluña que, acuciado por sus necesidades crematísticas, pretendía vender parcelas de Cielo a sus feligreses.

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