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Anécdota de un anciano que desea ser joven

De unisex a bisexual

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Procuro programar mi existencia por andurriales próximos a mi hogar para no salirme en demasía de la normalidad cotidiana, aunque hay días en que todo se va al garete.

El hecho de que el epicentro de ese transitar por la tardenoche, el Gran Vía, se encuentre cerrado ha venido a revolucionar algo mi diario quehacer. Por ejemplo, un servidor está suscrito a un número de la ONCE que mi amigo Juan, el lotero, me llevaba todos los días al establecimiento cerrado por lo que tengo que buscar la suerte por otros derroteros que hacen que contemple nuevos mundos cuando tengo que salir del perímetro estúpido, por muy conocido, en el que me siento seguro.

Fue ayer cuando se cascaron las gafas de “ver y leer”, las bifocales, o sea justo el día en que necesitaba de ella para ver el partido de fútbol entre el Sevilla y la Juve, a la que por cierto le mojamos algo la orejilla; llegué a contemplar tan magnífico espectáculo encendiendo todas las luces del salón de casa y me coloqué las gafas oscuras graduadas con lo que conseguí, al menos, salir del atasco.

Ya saben los que me visualizan a través de redes sociales y los pocos que lo hacen en directo que porto barba desaliñada, pero blanca como la nieve. Existen dos formas de tener barba, la primera es para ser esclavo de ella y mantenerla en debidas condiciones estéticas, la otra manera es despreocuparse de ella y ser libre de ese tormento diario de tener que afeitarse; actualmente la porto libre, sin recortes y toqueteos a la misma, algo así como un Moisés.

Es por ello que los amigos, no las amigas, me aconsejan que vaya a la peluquería para que me la retoquen; pues bien, cuando iba camino de la óptica para arreglar el auténtico estropicio, el de la vista, pasé por una limpia peluquería y en el quicio de la puerta se encontraba una bella profesional a la que, metiendo la pata como nada más yo sé hacerlo, le pregunté si la peluquería era bisexual; ella sonrió con picardía y contestó: “unisexual, que no es lo mismo”; un estallido rojo azotó mi rostro, más aún cuando me comentó que no trabajaban las barbas.

Les cuento esto como anécdota de un anciano que desea ser joven; mañana tocaremos el tema andaluz, ya saben.

De unisex a bisexual

Anécdota de un anciano que desea ser joven
José García Pérez
viernes, 16 de septiembre de 2016, 08:40 h (CET)
Procuro programar mi existencia por andurriales próximos a mi hogar para no salirme en demasía de la normalidad cotidiana, aunque hay días en que todo se va al garete.

El hecho de que el epicentro de ese transitar por la tardenoche, el Gran Vía, se encuentre cerrado ha venido a revolucionar algo mi diario quehacer. Por ejemplo, un servidor está suscrito a un número de la ONCE que mi amigo Juan, el lotero, me llevaba todos los días al establecimiento cerrado por lo que tengo que buscar la suerte por otros derroteros que hacen que contemple nuevos mundos cuando tengo que salir del perímetro estúpido, por muy conocido, en el que me siento seguro.

Fue ayer cuando se cascaron las gafas de “ver y leer”, las bifocales, o sea justo el día en que necesitaba de ella para ver el partido de fútbol entre el Sevilla y la Juve, a la que por cierto le mojamos algo la orejilla; llegué a contemplar tan magnífico espectáculo encendiendo todas las luces del salón de casa y me coloqué las gafas oscuras graduadas con lo que conseguí, al menos, salir del atasco.

Ya saben los que me visualizan a través de redes sociales y los pocos que lo hacen en directo que porto barba desaliñada, pero blanca como la nieve. Existen dos formas de tener barba, la primera es para ser esclavo de ella y mantenerla en debidas condiciones estéticas, la otra manera es despreocuparse de ella y ser libre de ese tormento diario de tener que afeitarse; actualmente la porto libre, sin recortes y toqueteos a la misma, algo así como un Moisés.

Es por ello que los amigos, no las amigas, me aconsejan que vaya a la peluquería para que me la retoquen; pues bien, cuando iba camino de la óptica para arreglar el auténtico estropicio, el de la vista, pasé por una limpia peluquería y en el quicio de la puerta se encontraba una bella profesional a la que, metiendo la pata como nada más yo sé hacerlo, le pregunté si la peluquería era bisexual; ella sonrió con picardía y contestó: “unisexual, que no es lo mismo”; un estallido rojo azotó mi rostro, más aún cuando me comentó que no trabajaban las barbas.

Les cuento esto como anécdota de un anciano que desea ser joven; mañana tocaremos el tema andaluz, ya saben.

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