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No sabemos si los próximos turrones nos los comeremos o no con la certidumbre de un Gobierno factible

Cohesión en un 75 aniversario

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Acariciando el remate del verano, apenas nos damos cuenta que encaramos ya la recta final de este año en funciones. A medida que el pulso entre las horas de luz natural y luz artificial vaya siendo ganado por las compañías eléctricas estimuladoras de nuestros bolsillos, y conforme suceda el retorno a nuestros quehaceres relajantes, nos mostraremos más sombríos y autómatas. Quizá el reproductor de recuerdos que mora ahí arriba en la cocota alivie el peso de nuestras ocupaciones regalándonos felices testimonios de memoria con origen en una circunstancia vivida personalmente o una efeméride conmemorada, solemne o sencillamente, en días de calor y júbilo como los que anuncian ya su término. Con empecinamiento se nos dice -y decimos a los demás- que hemos de mirar siempre al futuro, pero conviene no perder de vista la trascendencia de acontecimientos notables pasados y el significado de la celebración de su aniversario ahora.

Al margen de que este 2016 acabe siendo el año de la pantomima política, este 2016 es el año del setenta y cinco aniversario para muchos colectivos congregados en torno a un signo material o espiritual. Rebobinar el carrete mental tres cuartos de siglo sitúa a nuestros queridos octogenarios que preservan su conciencia lúcida, y a los de mayor edad en iguales condiciones, en un terreno yermo, raso y desabrigado en valores y sentimientos fraternales. Quienes somos jóvenes y menos jóvenes sabemos de la España de 1941 por lo que hemos visto, leído o escuchado según nuestro mayor o menos interés en ese espacio-tiempo. De aquella España con sus desdichados vencidos y vencedores, de aquella España con sus ignominiosas cartillas de racionamiento y prácticas especulativas del estraperlo, de aquella España con sus innumerables penurias y su asombrosa resiliencia para sobreponerse a las adversidades del momento, hemos recibido enormes provechos que nos han hecho mejores en todo este período. Cuando escribo este artículo pienso en el setenta y cinco aniversario de una empresa de ferrocarriles, una firma de grandes almacenes, un despacho de abogados y, con especial cariño y respeto, en una imagen de culto católico. Aun a riesgo de encontrarme con críticas por referirme a elementos inconexos, señalaré que todos ellos han reportado valiosos frutos para con cada uno de nosotros y la sociedad de la que formamos parte, que resumo en una palabra: cohesión. Renfe ha vertebrado nuestro territorio salpicado de cordilleras montañosas, llanuras y depresiones, con ríos o sin ellos, a través del ferrocarril, un medio de transporte que avanza con paso firme en el objetivo de la movilidad sostenible y que suma cada vez más usuarios a medida que el coche y el avión traslucen sus desventajas. El Corte Inglés ha hecho accesible la moda en vestimenta y calzado a personas de diferentes edades, preferencias y poder adquisitivo, introduciendo pioneramente las rebajas de temporada en sus establecimientos, un modelo de negocio que revoluciona continuamente el escaparatismo, la compra electrónica y el pago de las adquisiciones a plazos. Garrigues (en sus inicios, J&A Garrigues) ha posibilitado el desembarco jurídico y tangible de un importante número de compañías extranjeras en nuestro país, con la consecuente generación de puestos de trabajo y riqueza contribuyendo así a la aparición de una clase media trabajadora sustentadora del PIB nacional que, previamente y por razón de las necesidades del servicio de las empresas arribadas, emprendió el camino de la formación para aumentar sus posibilidades de empleabilidad y carrera profesional.

Por cercanía y devoción, mención especial me merece la evocadora imagen del Cristo de los Afligidos que llegó a la localidad de Riba-roja de Túria procedente de la ciudad de Valencia hace setenta y cinco años. Llamada a reemplazar el vacío material dejado por la imagen anterior destruida durante la Guerra Civil, la figura que ocupa un lugar preeminente en la parroquia Asunción de Nuestra Señora ha demostrado ser un auténtico motor cohesionador en el municipio. Prueba de ello son las fiestas que, organizadas en su honor, hoy -día de la Exaltación de la Cruz- concluyen con un excelente sabor de espíritu. El Cristo de Riba-roja de Túria ha transmitido un exuberante caudal de energía a sus vecinos y los de los municipios próximos, amigos todos. Esa energía se ha dejado notar en el esfuerzo, en la participación, en el interés de centenares de personas que, aparcando sus distintas afinidades y prioridades, han sacado adelante exitosamente un programa de actos con la imagen religiosa local como cabecera del mismo. Emociona afirmar que la ciudadanía de Riba-roja de Túria es acogedora, bien avenida, generosa, comprometida con lo que se le propone, y muy exigente consigo misma.

No sabemos si los próximos turrones nos los comeremos o no con la certidumbre de un Gobierno factible vista la desfachatez de la clase política que venimos aguantando con gran entereza. Pero muy probablemente saboreemos esas dulces tabletas rememorando los deliciosos momentos vividos en este 2016, con ocasión de la participación en un aniversario sentido desde la entrega absoluta. Sin perjuicio de que entonces recibamos más o menos regalos navideños comprados en El Corte Inglés y alguno de nosotros tenga el pensamiento puesto en un placentero viaje en un tren hotel de los operados por Renfe, no descuidemos la unión trabada con motivo de una celebración dejando que se consuma de forma rápida y desapercibida como un día de otoño, para acordarnos pasajeramente de ella en la mesa vestida de Navidad. Que al final de año vivamos esa cohesión humana tan intensamente como la experimentamos a pocas horas de ver al Cristo de los Afligidos en procesión por las calles de Riba-roja de Túria. Y si para el ocaso de este año todo sigue igual en cuanto a la política nacional, será cuestión de ir preguntando a los letrados de Garrigues si esta inédita situación tiene solución jurídica idónea.

Cohesión en un 75 aniversario

No sabemos si los próximos turrones nos los comeremos o no con la certidumbre de un Gobierno factible
Emilio Amezcua
miércoles, 14 de septiembre de 2016, 08:41 h (CET)
Acariciando el remate del verano, apenas nos damos cuenta que encaramos ya la recta final de este año en funciones. A medida que el pulso entre las horas de luz natural y luz artificial vaya siendo ganado por las compañías eléctricas estimuladoras de nuestros bolsillos, y conforme suceda el retorno a nuestros quehaceres relajantes, nos mostraremos más sombríos y autómatas. Quizá el reproductor de recuerdos que mora ahí arriba en la cocota alivie el peso de nuestras ocupaciones regalándonos felices testimonios de memoria con origen en una circunstancia vivida personalmente o una efeméride conmemorada, solemne o sencillamente, en días de calor y júbilo como los que anuncian ya su término. Con empecinamiento se nos dice -y decimos a los demás- que hemos de mirar siempre al futuro, pero conviene no perder de vista la trascendencia de acontecimientos notables pasados y el significado de la celebración de su aniversario ahora.

Al margen de que este 2016 acabe siendo el año de la pantomima política, este 2016 es el año del setenta y cinco aniversario para muchos colectivos congregados en torno a un signo material o espiritual. Rebobinar el carrete mental tres cuartos de siglo sitúa a nuestros queridos octogenarios que preservan su conciencia lúcida, y a los de mayor edad en iguales condiciones, en un terreno yermo, raso y desabrigado en valores y sentimientos fraternales. Quienes somos jóvenes y menos jóvenes sabemos de la España de 1941 por lo que hemos visto, leído o escuchado según nuestro mayor o menos interés en ese espacio-tiempo. De aquella España con sus desdichados vencidos y vencedores, de aquella España con sus ignominiosas cartillas de racionamiento y prácticas especulativas del estraperlo, de aquella España con sus innumerables penurias y su asombrosa resiliencia para sobreponerse a las adversidades del momento, hemos recibido enormes provechos que nos han hecho mejores en todo este período. Cuando escribo este artículo pienso en el setenta y cinco aniversario de una empresa de ferrocarriles, una firma de grandes almacenes, un despacho de abogados y, con especial cariño y respeto, en una imagen de culto católico. Aun a riesgo de encontrarme con críticas por referirme a elementos inconexos, señalaré que todos ellos han reportado valiosos frutos para con cada uno de nosotros y la sociedad de la que formamos parte, que resumo en una palabra: cohesión. Renfe ha vertebrado nuestro territorio salpicado de cordilleras montañosas, llanuras y depresiones, con ríos o sin ellos, a través del ferrocarril, un medio de transporte que avanza con paso firme en el objetivo de la movilidad sostenible y que suma cada vez más usuarios a medida que el coche y el avión traslucen sus desventajas. El Corte Inglés ha hecho accesible la moda en vestimenta y calzado a personas de diferentes edades, preferencias y poder adquisitivo, introduciendo pioneramente las rebajas de temporada en sus establecimientos, un modelo de negocio que revoluciona continuamente el escaparatismo, la compra electrónica y el pago de las adquisiciones a plazos. Garrigues (en sus inicios, J&A Garrigues) ha posibilitado el desembarco jurídico y tangible de un importante número de compañías extranjeras en nuestro país, con la consecuente generación de puestos de trabajo y riqueza contribuyendo así a la aparición de una clase media trabajadora sustentadora del PIB nacional que, previamente y por razón de las necesidades del servicio de las empresas arribadas, emprendió el camino de la formación para aumentar sus posibilidades de empleabilidad y carrera profesional.

Por cercanía y devoción, mención especial me merece la evocadora imagen del Cristo de los Afligidos que llegó a la localidad de Riba-roja de Túria procedente de la ciudad de Valencia hace setenta y cinco años. Llamada a reemplazar el vacío material dejado por la imagen anterior destruida durante la Guerra Civil, la figura que ocupa un lugar preeminente en la parroquia Asunción de Nuestra Señora ha demostrado ser un auténtico motor cohesionador en el municipio. Prueba de ello son las fiestas que, organizadas en su honor, hoy -día de la Exaltación de la Cruz- concluyen con un excelente sabor de espíritu. El Cristo de Riba-roja de Túria ha transmitido un exuberante caudal de energía a sus vecinos y los de los municipios próximos, amigos todos. Esa energía se ha dejado notar en el esfuerzo, en la participación, en el interés de centenares de personas que, aparcando sus distintas afinidades y prioridades, han sacado adelante exitosamente un programa de actos con la imagen religiosa local como cabecera del mismo. Emociona afirmar que la ciudadanía de Riba-roja de Túria es acogedora, bien avenida, generosa, comprometida con lo que se le propone, y muy exigente consigo misma.

No sabemos si los próximos turrones nos los comeremos o no con la certidumbre de un Gobierno factible vista la desfachatez de la clase política que venimos aguantando con gran entereza. Pero muy probablemente saboreemos esas dulces tabletas rememorando los deliciosos momentos vividos en este 2016, con ocasión de la participación en un aniversario sentido desde la entrega absoluta. Sin perjuicio de que entonces recibamos más o menos regalos navideños comprados en El Corte Inglés y alguno de nosotros tenga el pensamiento puesto en un placentero viaje en un tren hotel de los operados por Renfe, no descuidemos la unión trabada con motivo de una celebración dejando que se consuma de forma rápida y desapercibida como un día de otoño, para acordarnos pasajeramente de ella en la mesa vestida de Navidad. Que al final de año vivamos esa cohesión humana tan intensamente como la experimentamos a pocas horas de ver al Cristo de los Afligidos en procesión por las calles de Riba-roja de Túria. Y si para el ocaso de este año todo sigue igual en cuanto a la política nacional, será cuestión de ir preguntando a los letrados de Garrigues si esta inédita situación tiene solución jurídica idónea.

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