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En el transcurso de mi ya larga vida, he podido observar y utilizar un montón de medios de comunicación. No digo de difusión. La comunicación va y viene. La difusión tiene un solo sentido

La guasa del WhatsApp

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He vivido la etapa en la que tenía que pedir una conferencia con el Rincón de la Victoria o la de vivir en lugares totalmente incomunicados telefónicamente. Después, llegaron las llamadas automáticas, los contestadores automáticos y los teléfonos inalámbricos. De la visita a Correos para redactar y enviar un telegrama (aquél del stop) pasamos al fax.

Después, ay, aparecieron los teléfonos móviles, con las etapas del maletón, el zapatófono y el pequeñajo actual que perdemos por todas partes. Hoy, pulsando un botón puedo hablar con cualquier parte del mundo de forma automática y barata. Aunque me cuesta trabajo ver la pantalla.

Finalmente, los computadores invadieron el mundo de los comunes. Yo había conocido en Intelhorce un ordenador de la IBM (el 360) que necesitaba una habitación para la maquinaria y otra para almacenar las fichas perforadas que servían para completar el trabajo. Más tarde se fueron reduciendo de tamaño hasta llegar al PC de consola y el actual portátil e inalámbrico; rápido, cómodo y barato de mantener. Este te permite enviar correos electrónicos, poner videoconferencias y engañar o engañarte en los chats y páginas de contacto.

Todas estas innovaciones han ido minando nuestra libertad y aumentando la dependencia de los diversos instrumentos con los que contamos. También han eliminado, desgraciadamente, la comunicación escrita de cartas de amor, familiares o de negocios y, consecuentemente, del antiguamente eficaz servicio de correos.

Lo último, que ha colmado mi paciencia, ha sido el whastapp maldito. Me va a volver loco. Por deferencia, asumo el ser incluido en diversos grupos, lo que trae consigo el constante bombardeo de información que ni me compete… ni me interesa. Hay días que acabo rendido. Por educación los leo todos. Un desastre. Estoy harto de sentarme a la mesa con comensales que ponen encima de la mesa el “telefonino” y leer, hablar o escribir notas que permiten que el mundo siga girando y que no haya quién mantenga una conversación coherente.

La buena noticia de hoy es que los puedo borrar sin leerlos e incluso darme de baja del dichoso grupo. Lo mismo que los telediarios; se cambia de canal y basta. Termino este escrito. Está pitando un “guasap” familiar en el que me dan la noticia de que una nieta mía se ha hecho caca. Ya puedo dormir feliz.

La guasa del WhatsApp

En el transcurso de mi ya larga vida, he podido observar y utilizar un montón de medios de comunicación. No digo de difusión. La comunicación va y viene. La difusión tiene un solo sentido
Manuel Montes Cleries
lunes, 12 de septiembre de 2016, 08:17 h (CET)
He vivido la etapa en la que tenía que pedir una conferencia con el Rincón de la Victoria o la de vivir en lugares totalmente incomunicados telefónicamente. Después, llegaron las llamadas automáticas, los contestadores automáticos y los teléfonos inalámbricos. De la visita a Correos para redactar y enviar un telegrama (aquél del stop) pasamos al fax.

Después, ay, aparecieron los teléfonos móviles, con las etapas del maletón, el zapatófono y el pequeñajo actual que perdemos por todas partes. Hoy, pulsando un botón puedo hablar con cualquier parte del mundo de forma automática y barata. Aunque me cuesta trabajo ver la pantalla.

Finalmente, los computadores invadieron el mundo de los comunes. Yo había conocido en Intelhorce un ordenador de la IBM (el 360) que necesitaba una habitación para la maquinaria y otra para almacenar las fichas perforadas que servían para completar el trabajo. Más tarde se fueron reduciendo de tamaño hasta llegar al PC de consola y el actual portátil e inalámbrico; rápido, cómodo y barato de mantener. Este te permite enviar correos electrónicos, poner videoconferencias y engañar o engañarte en los chats y páginas de contacto.

Todas estas innovaciones han ido minando nuestra libertad y aumentando la dependencia de los diversos instrumentos con los que contamos. También han eliminado, desgraciadamente, la comunicación escrita de cartas de amor, familiares o de negocios y, consecuentemente, del antiguamente eficaz servicio de correos.

Lo último, que ha colmado mi paciencia, ha sido el whastapp maldito. Me va a volver loco. Por deferencia, asumo el ser incluido en diversos grupos, lo que trae consigo el constante bombardeo de información que ni me compete… ni me interesa. Hay días que acabo rendido. Por educación los leo todos. Un desastre. Estoy harto de sentarme a la mesa con comensales que ponen encima de la mesa el “telefonino” y leer, hablar o escribir notas que permiten que el mundo siga girando y que no haya quién mantenga una conversación coherente.

La buena noticia de hoy es que los puedo borrar sin leerlos e incluso darme de baja del dichoso grupo. Lo mismo que los telediarios; se cambia de canal y basta. Termino este escrito. Está pitando un “guasap” familiar en el que me dan la noticia de que una nieta mía se ha hecho caca. Ya puedo dormir feliz.

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