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Algunas fuentes sitúan bajo esta denominación un vasto territorio entre Irak y Siria, con ciudades como Mosul o Al Raqa donde ubican su capital

El Islam. De aquellos polvos el Dáesh actual

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Por mucho que pueda extrañar que, en pleno siglo XXI, aparezcan problemas entre distintas religiones, que nos hacen recordar pasados tiempos en los que, las creencias religiosas, se imponían más por la fuerza de las armas y de las torturas que por los métodos de la prédica, la argumentación razonada y la fe; como sucedió en la famosa Guerra de los Treinta años (1618 y 1648); aquella que se inició con un conflicto político entre Estados partidarios de la reforma y la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, aunque la intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa. Se dice que sólo en Alemania se produjeron 5 millones de muertes como consecuencia de la contienda.

Para muchos ha sido una sorpresa inesperada y poco explicable este resurgimiento del espíritu islámico reivindicativo, por el que se ha desatado una especie de contracruzada liderada por fanáticos islamistas yihadistas que han pretendido resucitar, en pleno siglo XXI, el espíritu de reconquista que tuvo su origen, a la muerte del profeta Mahoma, en el año 632 a.C., en la exportación de la religión que fundo en La Meca ( el Islam) que se fue extendiendo, con una rapidez asombrosa, por todo Oriente Medio. Aparte de las conquistas en la península Arábiga, Persia, Siria, Armenia, Egipto, Afganistán y en el norte de África, en el año 711 ya habían introducido el Islam en Europa, con la ocupación de España (Al Andalus). A mediados del siglo VIII empezaron a fragmentarse de modo que, el mayor de los califatos, el abásida, trasladó su capital a Bagdad, mientras que las provincias ibéricas establecían el suyo propio.

En aquellos tiempos de la “Europa oscura” aquel éxito islamista resultaba alarmante. Fueron los reyes francos. Con Carlos Martel los que los fijaron la invasión árabe en el norte de la península ibérica, deteniendo su intento de penetración hacia el resto de Europa. Los mongoles, liderados por un nieto de Gengis Kan, tomaron Bagdad, quemándola y destruyendo sus valiosas bibliotecas.

Mahoma predicaba que antes del final de los tiempos surgiría del Islam un hombre conocido como el mahdi, miembro de su propio linaje, que convertiría el Mundo en un lugar pacífico y puro. Para los chiís, desde la muerte de Mahoma el Islam ha sido guiado por imanes, siendo el primero de ellos Alí primo y yerno de aquel. El duodécimo de ellos (868) y el último, los chiís piensan que todavía no ha muerto y que se llama Mahoma al Mahdi que un día volverá. Para los suníes, en cambio, el Mahdí todavía no ha nacido y verá la luz en Medina donde falleció Mahoma, y despuntará a los 40 años de modo que, tanto él como Jesús, retornado, vivirán durante muchos años. Para ambas comunidades religiosas es posible adelantar la llegada de El Mahdí, para lo cual es imprescindible provocar el gran caos: eso significa millones de litros de sangre a derramar, algo que los musulmanes saben hacer muy bien.

¿Les sugiere a ustedes algo esta historia? A alguien, estudioso del tema, le parece que existe una cierta similitud entre este Mahdí musulmán y el llamado anticristo bíblico. Lo que verdaderamente resulta preocupante es que, el pueblo musulmán, está convencido de que estas profecías son ciertas y algunos, además de creerlas, están dispuestos a provocar este caos que, según ellos, va a adelantar la llegada de este gran personaje benefactor que va a traer la paz y la purificación de la especie humana. Si quisiéramos buscar una explicación aproximada a lo que ha venido ocurriendo, de una forma precipitada, desde que se produjo la pasada “primavera árabe”; aquella intifada que tuvo su comienzo con la inmolación a lo bonzo de un joven tunecino en señal de protesta por la dictadura existente en su nación y que, fomentada por algunas naciones interesadas en mejorar su situación estratégica en el norte de África, se fue extendiendo como reguero de pólvora, con distintos resultados, pero con general derramamiento de sangre, a través de Libia, Egipto, el Yemen, Irak y Siria; creando una inestabilidad en toda la región, en la que han provocado un estado de terror mantenido por las escaramuzas, raptos, asesinatos colectivos y aplicación del estado islámico radical en todas aquellas zonas que ocuparon por las armas. Esta fue, sin duda, la certificación de lo que fue la creación del Daesh o EI, como el califato único, con la misión de recobrar todo lo que, en otro tiempo, fue la totalidad del territorio de Oriente medio y Europa, bajo el dominio del antiguo Califato de Damasco.

Seguramente, la creación de un caos mundial sería la más atinada para el islamismo si lo quisiéramos contemplar desde la especial óptica de los creyentes islámicos, huéspedes habituales de la miseria, sujetos de las más abominables dictaduras, condenados a vivir en los lugares más inhóspitos de la tierra y azotados por los más desagradables fenómenos de la naturaleza de modo que, aparte de las guerras endémicas que vienen sosteniendo entre ellos, de las hambrunas y sequías tan corrientes en aquellas apartadas regiones; se puede decir que no tienen nada que realmente les haga tener apego a esta vida y sí mucho, si lo consideramos desde su fe musulmana, que les haga aspirar a ir, cuanto antes, a disfrutar de las delicias que les esperan en los paraísos de Alá, si guardan en la tierra sus preceptos y, todavía con mayores ventajas, si consiguen ser sacrificados en la lucha por defender su religión contra los infieles que les robaron sus antiguos reinos en la tierra.

Puede que, en Europa, haya pocos que intenten comprender lo que impulsa a este fanatismo religioso, que parece como si hubiera surgido, de repente, de las profundidades del reino de Hades, para acabar con la civilización occidental que, curiosamente, se siente impotente ante unos procedimientos a los que no está acostumbrada, como es el caso de los sucesivos atentados llevados a cabo por jóvenes kamikaces de la religión islámica, dispuestos a inmolarse si, con ello, consiguen arrastrar consigo a unos cuantos infieles y, de paso, contribuyen efectivamente a crear el caos en aquellos países en los que consiguen llevar a cabo sus proezas criminales.

Puede que, como afirman los árabes moderados, el Corán no predique de una manera directa la guerra santa. Puede que los muftíes en las mezquitas no pidan la matanza de los cristianos o no impulsen a sus feligreses a cometer barbaridades o crear el caos entre los vecinos con los que conviven en cada una de las naciones en las que residen junto a la población oriunda. Pero, de lo que no hay duda, es de que existen textos, tradiciones, leyendas e interpretaciones de los textos sagrados musulmanes, que contienen consignas para que los musulmanes se sientan impulsados a seguir a aquellos que les han lavado el cerebro, prometiéndoles recompensas celestiales y, por qué no decirlo, de contenido humano como pudieran ser buenas pagas, mujeres, poder, buena comida y aventura, algo que para muchos musulmanes y, también, para personas reclutadas en países no islámicos, pueden ser incentivos que les compensen vidas poco entretenidas, situaciones de pobreza, falta de perspectivas económicas y aburrimiento, mucho aburrimiento de modo que se conviertan en un atractivo que, para algunos antisistema, díscolos, inadaptados y disconformes con su forma de vivir, deseosos de participar en aventuras, les puedan resultar ofertas irresistibles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, cada vez que dirigimos nuestra mirada hacia los acontecimientos de Oriente Medio, o en cada ocasión que recibimos información de los, casi diarios, atentados que se cometen en aquellos países en guerra constante, en ocasiones con distintos adversarios a la vez; tenemos la sensación de que estamos en una nación frívola, que se está mirando el ombligo y que vive en la más perfecta inopia, buscando la manera más fácil de auto destruirse; enzarzada en inútiles batallas políticas y cayendo en la más burda de las estupideces, empeñada en conseguir el medio más fácil de acabar con su bienestar, tirando por la borda todo el trabajo de años para entregarse al más absurdos de los fomentos de luchas fraticidas, encaminadas, si Dios no lo remedia, a que debamos repetir, una vez más, todos aquellos errores que nos condujeron a teñir de sangre todas las ciudades de una España en plena decadencia. Puede que nuestra ceguera y falta de previsión nos impidan prestar atención a la verdadera amenaza que nos acecha desde el sur de la península, mientras seguimos disputando sobre si serán galgos o serán podencos.

El Islam. De aquellos polvos el Dáesh actual

Algunas fuentes sitúan bajo esta denominación un vasto territorio entre Irak y Siria, con ciudades como Mosul o Al Raqa donde ubican su capital
Miguel Massanet
domingo, 11 de septiembre de 2016, 08:03 h (CET)
Por mucho que pueda extrañar que, en pleno siglo XXI, aparezcan problemas entre distintas religiones, que nos hacen recordar pasados tiempos en los que, las creencias religiosas, se imponían más por la fuerza de las armas y de las torturas que por los métodos de la prédica, la argumentación razonada y la fe; como sucedió en la famosa Guerra de los Treinta años (1618 y 1648); aquella que se inició con un conflicto político entre Estados partidarios de la reforma y la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, aunque la intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa. Se dice que sólo en Alemania se produjeron 5 millones de muertes como consecuencia de la contienda.

Para muchos ha sido una sorpresa inesperada y poco explicable este resurgimiento del espíritu islámico reivindicativo, por el que se ha desatado una especie de contracruzada liderada por fanáticos islamistas yihadistas que han pretendido resucitar, en pleno siglo XXI, el espíritu de reconquista que tuvo su origen, a la muerte del profeta Mahoma, en el año 632 a.C., en la exportación de la religión que fundo en La Meca ( el Islam) que se fue extendiendo, con una rapidez asombrosa, por todo Oriente Medio. Aparte de las conquistas en la península Arábiga, Persia, Siria, Armenia, Egipto, Afganistán y en el norte de África, en el año 711 ya habían introducido el Islam en Europa, con la ocupación de España (Al Andalus). A mediados del siglo VIII empezaron a fragmentarse de modo que, el mayor de los califatos, el abásida, trasladó su capital a Bagdad, mientras que las provincias ibéricas establecían el suyo propio.

En aquellos tiempos de la “Europa oscura” aquel éxito islamista resultaba alarmante. Fueron los reyes francos. Con Carlos Martel los que los fijaron la invasión árabe en el norte de la península ibérica, deteniendo su intento de penetración hacia el resto de Europa. Los mongoles, liderados por un nieto de Gengis Kan, tomaron Bagdad, quemándola y destruyendo sus valiosas bibliotecas.

Mahoma predicaba que antes del final de los tiempos surgiría del Islam un hombre conocido como el mahdi, miembro de su propio linaje, que convertiría el Mundo en un lugar pacífico y puro. Para los chiís, desde la muerte de Mahoma el Islam ha sido guiado por imanes, siendo el primero de ellos Alí primo y yerno de aquel. El duodécimo de ellos (868) y el último, los chiís piensan que todavía no ha muerto y que se llama Mahoma al Mahdi que un día volverá. Para los suníes, en cambio, el Mahdí todavía no ha nacido y verá la luz en Medina donde falleció Mahoma, y despuntará a los 40 años de modo que, tanto él como Jesús, retornado, vivirán durante muchos años. Para ambas comunidades religiosas es posible adelantar la llegada de El Mahdí, para lo cual es imprescindible provocar el gran caos: eso significa millones de litros de sangre a derramar, algo que los musulmanes saben hacer muy bien.

¿Les sugiere a ustedes algo esta historia? A alguien, estudioso del tema, le parece que existe una cierta similitud entre este Mahdí musulmán y el llamado anticristo bíblico. Lo que verdaderamente resulta preocupante es que, el pueblo musulmán, está convencido de que estas profecías son ciertas y algunos, además de creerlas, están dispuestos a provocar este caos que, según ellos, va a adelantar la llegada de este gran personaje benefactor que va a traer la paz y la purificación de la especie humana. Si quisiéramos buscar una explicación aproximada a lo que ha venido ocurriendo, de una forma precipitada, desde que se produjo la pasada “primavera árabe”; aquella intifada que tuvo su comienzo con la inmolación a lo bonzo de un joven tunecino en señal de protesta por la dictadura existente en su nación y que, fomentada por algunas naciones interesadas en mejorar su situación estratégica en el norte de África, se fue extendiendo como reguero de pólvora, con distintos resultados, pero con general derramamiento de sangre, a través de Libia, Egipto, el Yemen, Irak y Siria; creando una inestabilidad en toda la región, en la que han provocado un estado de terror mantenido por las escaramuzas, raptos, asesinatos colectivos y aplicación del estado islámico radical en todas aquellas zonas que ocuparon por las armas. Esta fue, sin duda, la certificación de lo que fue la creación del Daesh o EI, como el califato único, con la misión de recobrar todo lo que, en otro tiempo, fue la totalidad del territorio de Oriente medio y Europa, bajo el dominio del antiguo Califato de Damasco.

Seguramente, la creación de un caos mundial sería la más atinada para el islamismo si lo quisiéramos contemplar desde la especial óptica de los creyentes islámicos, huéspedes habituales de la miseria, sujetos de las más abominables dictaduras, condenados a vivir en los lugares más inhóspitos de la tierra y azotados por los más desagradables fenómenos de la naturaleza de modo que, aparte de las guerras endémicas que vienen sosteniendo entre ellos, de las hambrunas y sequías tan corrientes en aquellas apartadas regiones; se puede decir que no tienen nada que realmente les haga tener apego a esta vida y sí mucho, si lo consideramos desde su fe musulmana, que les haga aspirar a ir, cuanto antes, a disfrutar de las delicias que les esperan en los paraísos de Alá, si guardan en la tierra sus preceptos y, todavía con mayores ventajas, si consiguen ser sacrificados en la lucha por defender su religión contra los infieles que les robaron sus antiguos reinos en la tierra.

Puede que, en Europa, haya pocos que intenten comprender lo que impulsa a este fanatismo religioso, que parece como si hubiera surgido, de repente, de las profundidades del reino de Hades, para acabar con la civilización occidental que, curiosamente, se siente impotente ante unos procedimientos a los que no está acostumbrada, como es el caso de los sucesivos atentados llevados a cabo por jóvenes kamikaces de la religión islámica, dispuestos a inmolarse si, con ello, consiguen arrastrar consigo a unos cuantos infieles y, de paso, contribuyen efectivamente a crear el caos en aquellos países en los que consiguen llevar a cabo sus proezas criminales.

Puede que, como afirman los árabes moderados, el Corán no predique de una manera directa la guerra santa. Puede que los muftíes en las mezquitas no pidan la matanza de los cristianos o no impulsen a sus feligreses a cometer barbaridades o crear el caos entre los vecinos con los que conviven en cada una de las naciones en las que residen junto a la población oriunda. Pero, de lo que no hay duda, es de que existen textos, tradiciones, leyendas e interpretaciones de los textos sagrados musulmanes, que contienen consignas para que los musulmanes se sientan impulsados a seguir a aquellos que les han lavado el cerebro, prometiéndoles recompensas celestiales y, por qué no decirlo, de contenido humano como pudieran ser buenas pagas, mujeres, poder, buena comida y aventura, algo que para muchos musulmanes y, también, para personas reclutadas en países no islámicos, pueden ser incentivos que les compensen vidas poco entretenidas, situaciones de pobreza, falta de perspectivas económicas y aburrimiento, mucho aburrimiento de modo que se conviertan en un atractivo que, para algunos antisistema, díscolos, inadaptados y disconformes con su forma de vivir, deseosos de participar en aventuras, les puedan resultar ofertas irresistibles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, cada vez que dirigimos nuestra mirada hacia los acontecimientos de Oriente Medio, o en cada ocasión que recibimos información de los, casi diarios, atentados que se cometen en aquellos países en guerra constante, en ocasiones con distintos adversarios a la vez; tenemos la sensación de que estamos en una nación frívola, que se está mirando el ombligo y que vive en la más perfecta inopia, buscando la manera más fácil de auto destruirse; enzarzada en inútiles batallas políticas y cayendo en la más burda de las estupideces, empeñada en conseguir el medio más fácil de acabar con su bienestar, tirando por la borda todo el trabajo de años para entregarse al más absurdos de los fomentos de luchas fraticidas, encaminadas, si Dios no lo remedia, a que debamos repetir, una vez más, todos aquellos errores que nos condujeron a teñir de sangre todas las ciudades de una España en plena decadencia. Puede que nuestra ceguera y falta de previsión nos impidan prestar atención a la verdadera amenaza que nos acecha desde el sur de la península, mientras seguimos disputando sobre si serán galgos o serán podencos.

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