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Me levantaré e iré a casa de mi Padre

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De todas las parábolas con las que “el nacido en Belén” enseñaba a los que le seguían, ninguna como la conocida por “El hijo pródigo”, ya saben, aquel Padre, rico hacendado, que tenía dos hijos y un día el menor de ellos le pidió la parte de herencia que le correspondía y marchó, con ella, a lugares lejanos donde la dilapidó; mientras tanto el hijo mayor seguía con el Padre, el cual todos los días se subía a una montaña a la espera de la vuelta de su hijo pródigo, el que por cierto había llegado a la mayor de las miserias y, en un momento de raciocinio, pensó que lo mejor sería volver a la casa del Padre y pedirle perdón. Así lo hizo, aunque el Padre, bajando de la montaña de la paciencia, lo abrazó alborozado y solicitó de sus siervos prepararan una gran fiesta por el regreso de su amado; el mayor de sus hijos sintió envidia y le echó en cara al Padre que él siempre le había servido durante toda su vida y le espetó en la cara que “ahora viene ese hijo tuyo -negándole el nombre de hermano- y le prepara la mayor de las fiestas, y a mí que te he servido con fidelidad jamás has efectuado cosa igual”. Breve resumen dela parábola del que se puede obtener infinidad de lecciones imposibles de describir en una columna.

En mis actuales circunstancias, y tras años de no aparecer por ningún acto cultural de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, me he propuesto que mi alargada sombra husmeadora vaya apareciendo, de vez en cuando, por algunos de esos homenajes mutuos que poetas y escritores se dan entre ellos y dar fe de los mismos como lo hiciera mi amigo Juan el de Cartajima.

Y es que veo, apreciación muy particular, que hay que agitar algo las mansas aguas de los estanques poéticos donde los cisnes deslizan sus plumajes de colores, o sea, nombre de distintas asociaciones culturales llevadas por las mismas personas con un intercambio de nombres y puestos directivos que se apropian de todos los honores, al tiempo que lo reparten entre sus súbditos.

A mi edad, y tras un dilatado y muy largo reposo, voy a reiniciar el camino de la auténtica crítica literaria y del humanismo, al que por cierto no es necesario añadir ninguna palabra que lo convierta en pleonasmo. Será en otoño.

www.josegarciaperez.es

Me levantaré e iré a casa de mi Padre

José García Pérez
domingo, 11 de septiembre de 2016, 08:02 h (CET)
De todas las parábolas con las que “el nacido en Belén” enseñaba a los que le seguían, ninguna como la conocida por “El hijo pródigo”, ya saben, aquel Padre, rico hacendado, que tenía dos hijos y un día el menor de ellos le pidió la parte de herencia que le correspondía y marchó, con ella, a lugares lejanos donde la dilapidó; mientras tanto el hijo mayor seguía con el Padre, el cual todos los días se subía a una montaña a la espera de la vuelta de su hijo pródigo, el que por cierto había llegado a la mayor de las miserias y, en un momento de raciocinio, pensó que lo mejor sería volver a la casa del Padre y pedirle perdón. Así lo hizo, aunque el Padre, bajando de la montaña de la paciencia, lo abrazó alborozado y solicitó de sus siervos prepararan una gran fiesta por el regreso de su amado; el mayor de sus hijos sintió envidia y le echó en cara al Padre que él siempre le había servido durante toda su vida y le espetó en la cara que “ahora viene ese hijo tuyo -negándole el nombre de hermano- y le prepara la mayor de las fiestas, y a mí que te he servido con fidelidad jamás has efectuado cosa igual”. Breve resumen dela parábola del que se puede obtener infinidad de lecciones imposibles de describir en una columna.

En mis actuales circunstancias, y tras años de no aparecer por ningún acto cultural de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, me he propuesto que mi alargada sombra husmeadora vaya apareciendo, de vez en cuando, por algunos de esos homenajes mutuos que poetas y escritores se dan entre ellos y dar fe de los mismos como lo hiciera mi amigo Juan el de Cartajima.

Y es que veo, apreciación muy particular, que hay que agitar algo las mansas aguas de los estanques poéticos donde los cisnes deslizan sus plumajes de colores, o sea, nombre de distintas asociaciones culturales llevadas por las mismas personas con un intercambio de nombres y puestos directivos que se apropian de todos los honores, al tiempo que lo reparten entre sus súbditos.

A mi edad, y tras un dilatado y muy largo reposo, voy a reiniciar el camino de la auténtica crítica literaria y del humanismo, al que por cierto no es necesario añadir ninguna palabra que lo convierta en pleonasmo. Será en otoño.

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