Nuevamente nos encontramos ante el trance anual de sobrevivir al 11 de septiembre. Si el dinero que los
políticos catalanes han ido invirtiendo, a través de los años, en subvencionar esta llamada “fiesta
patriótica catalana”, seguramente algunas de las múltiples carencias que hoy se detectan en esta
comunidad catalana, habrían podido ser cumplidamente atendidas. Pero, esta fecha, se la han grabado a
fuego en esta vena psicótica que, a fuerza de insistir, machacar, inculcar y repetir hasta la saciedad, esta
parte de la sociedad catalana imbuida de este afán de independencia de España y convencida de que,
fuera del estado español, iban a ser más felices, gozando de una supuesta libertad e independencia que,
no obstante, los que no padecen esta especie de gripe de la razón e inteligencia, no son capaces de ver en
una nación fuera de Europa, obligada a pagar aranceles; excluida de las ayudas europeas; sin poder
acudir a la financiación externa para endeudarse (que si hoy la consigue con dificultades es debido a que
toda la deuda que emite la autonomía catalana está garantizada por el Estado español) debida a la
calificación de bono basura que le han atribuido las agencias de rating; sin poder contar con el 60% de
su comercio con el resto de España y corriendo el peligro que una administración de color izquierdista
provocara el abandono de la mayoría de multinacionales que, todavía, quedan en el territorio catalán.
Lo malo es que la actuación del Estado español, a través de los distintos gobiernos, ya fueren del PSOE
o del mismo PP, nunca ha sido lo suficientemente enérgica para evitar que la propaganda separatista,
cada vez más insistente y dotada de mejores medios, llegara a calar con fuerza, como ha sucedido, en
una parte importante de los ciudadanos catalanes que, ya fuere por la incidencia de la crisis, que ha
provocado un incremente desmesurado del paro y una disminución de la riqueza o, debido a la
percepción que ha llegado a calar en la mente de los catalanes en el sentido de que se podía retar al
Estado; enfrentarse a él; incumplir las sentencias de los tribunales; desobedecer las normas
constitucionales y hacer caso omiso de los acuerdos de las Cortes de la Nación; lo cierto es que han
llegado a crecerse tanto, han estado tan convencidos de que se van a salir con la suya y han adquirido la
confianza tan enraizada de que España va a acabar por ceder a sus pretensiones separatistas de modo que
ya no les influyen las amenazas, no se creen que se les pueda parar por medio del llamado Estado de
Derecho y toman a chirigota una posible intervención de la policía o las fuerzas armadas para que las
cosas en Cataluña vuelvan a la normalidad.
Es tanto así que, recientemente, no se han cortado lo más mínimo en su campaña por el resto de países
de Europa y del nuevo continente, en un intento más de vender su causa a todos los que tengan la
paciencia para escuchar sus argumentos. El gobierno en funciones hace tímidos esfuerzos para
contrarrestar esta campaña pero, evidentemente, la situación anormal por la que estamos viviendo en
España no es precisamente la más conveniente y oportuna para que estos problemas internos del país
puedan ser tratados con el rigor con que, asuntos de tal importancia como es la unidad de España,
puedan ser afrontados con garantías de éxito. En consecuencia nos hallamos en vísperas de una más de
estas algaradas multitudinarias con las que pretenden impresionar a los mandatarios de países
extranjeros, con la intención de atraerlos hacia la causa independentista.
Sin embargo algunas cosas han cambiado respecto a lo sucedido en anteriores celebraciones. El
nacionalismo, el verdadero sentimiento identitario catalán, el rechazo hacia el madridismo y la ojeriza
hacia el resto de la nación estaba enraizado, especialmente, en la burguesía catalana, en los
comerciantes, en los industriales, en todos aquellos que tenían que pagar impuestos que consideraban
que eran demasiado onerosos y que, a ellos, era a quienes les tocaba pagar la parte del león, para que el
resto de la península se beneficiara de ellos ( con la particularidad de que, los catalanes, siempre han
tenido la idea equivocada de que son los únicos de entre los españoles que trabajan de verdad) siempre
en perjuicio del pueblo catalán. Esto fue hasta que empezó a ganar terreno, ERC, con motivo de la crisis
y, de forma espectacular, desde que el caso de Jordi Pujol, su familia y sus mangoneos y negocios poco
claros, abrieron los ojos a muchos catalanistas de buena fe; de modo que decidieron que habían sido
engañados y, en consecuencia, pensaron en cambiar el sentido de su voto.
Este viraje hacia la izquierda se ha ido acentuando a medida que la CDC, mayormente separatista pero
de derechas, fue dejando al descubierto sus vergüenzas, especialmente sus problemas de endeudamiento
y sus contenciosos con Hacienda. ERC, con el señor Junqueras a la cabeza, dio un paso de gigante
llegando a sobrepasar a su socio separatista de la derecha y ello quedó demostrado cuando, en las
elecciones del 27S del 2015, Junts pel Sí (la coalición de CDC y ERC) sólo consiguieron 62 escaños
cuando, juntos, en las del 2012 habían conseguido 71., aunque, en el Parlament catalá consiguieron la
mayoría absoluta, no en número de votos, que fueron sobrepasados por los partidos constitucionalistas.
Hoy en día los que se atribuyen la fuerza dentro de Cataluña, los que están empezando a dominar la
situación son las izquierdas capitaneada por Ada Colau que sigue, incomprensiblemente, dada su mala
gestión, acaparando apoyos y consiguiendo ir avanzando con el apoyo de sus socios de Podemos que ya
han decidido darle libertad para actuar en Cataluña convencidos de que lleva camino de alcanzar la
Generalitat. La CUP, extrema izquierda, sigue jugando sus bazas teniendo sujeta a esta nueva CDC
(provisionalmente PDC) en horas bajas, cada vez parece más distanciada de ERC, lo que pudiera llegar a
significar una ruptura del pacto y un decantamiento de la mayoría del Parlamento en dirección a las
izquierdas, lo que no sería nada de extrañar ya que, la gran masa de la población catalana, especialmente
la de las grandes capitales, es mayormente de tendencia a las izquierdas y la de las poblaciones rurales
catalanista o de partidos de izquierdas, como ERC.
Esta año 2016, el 11 de septiembre se caracterizará por ser el primero en el que ya han anunciado su
participación en la manifestación, el señor Puigdemónt, el actual presidente de la Generalitat, el señor
Artur Mas, el expresidente, hoy encargado de la renovación de la antigua CDC, lo que, de por sí, ya es
una novedad ya que, en anteriores ocasiones, no concurrió el presidente de la Generalitat a tal
concentración. Pero existe otra novedad y es el auge que van experimentado las izquierdas que, con la
señora Colau al frente, comenzaron por robarles votos a los nacionalistas, pero lo que ahora sucede, es
que la señora Colau acaba de declararse abiertamente separatista y, en consecuencia, si antes no la
votaban los catalanistas acérrimos, a partir de ahora ya podrán elegir entre votas a la antigua CDC y a
sus correligionarios, a ERC y, los más izquierdistas y a la vez separatistas, tendrán donde depositar su
voto, ya que la señora Colau ya ha convertido a BenComú en un nuevo partido de cariz independentista.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, comenzamos a ver a la comunidad
catalana no sólo como un avispero de carácter nacionalista dispuesto a aprovechar la menor ocasión para
sacudirse el yugo de la españolidad, sino que, contrariamente a lo que Pujol y A.Mas tenían previsto; si
llegara el caso ( evidentemente meramente utópico) en el que Cataluña consiguiera alguna clase de
independencia de España, lo que parece evidente es que su gobierno no sería, como todos los
nacionalistas de la vieja guardia parece que esperaban; al contrario, todo apunta a que sean las
izquierdas quienes iban a imponer su yugo a los catalanes ya que, los partidos de derechas se quedarían
en minoría, con lo que la gobernabilidad de un país, excluido de Europa, sin apoyos internacionales,
abandonado a sus propias fuerzas, debiendo competir en inferioridad de condiciones con el resto de
países europeos y tratados a baqueta por las grandes potencias internacionales y debiendo mantener una
moneda, el Euro, ya que si creaban una propia su caída en la cotización internacional sería sólo cosa de
instantes. No tardarían en producirse los desengaños, la petición de cuentas o los arrepentimientos entre
aquellos mismos que han venido defendiendo contra viento y marea el independentismo catalán. Vean,
si no, lo que les ha sucedido con el brexit inglés, cuando apenas acaban de votar su abandono de la UE
cuando ya se lamentan e intentan volverse atrás del mal paso dado. Pero ya no tiene remedio.