Algo hay que no funciona y es evidente que, los que tienen la responsabilidad de que este mal engrase
que parece que afecta al PP del señor Rajoy, debieran preocuparse de cuáles son las causas de que los
rodamientos no funcionen con la debida fluidez. Ya no es algo circunstancial, temporal o debido a
cuestiones transitorias, más bien parece que tiene raíces más profundas, causas estructurales y ciertos
indicios de desgaste de una cúpula que, al parecer y por lo que se deduce de sus últimas actuaciones,
está entrando en un periodo de falta de ideas, escasa imaginación y ostracismo intelectual, que hace que,
en los momentos más insospechados, cometa errores garrafales que tienen la particularidad de
producirse cuando las circunstancias son la menos favorables para los intereses de los populares.
Sabemos que no son estos momentos propicios a grandes cambios, que los adversarios están pendientes
del menor signo de fragilidad o flaqueza para arrojarse encima del PP, que tiene que bregar contra el
resto de los partidos cuando, incluso C’s, que votó a su favor en el acto de la investidura, se ha mostrado
muy exigente con Rajoy y excesivamente quisquilloso con las demandas de regeneración y las
peticiones de que Rajoy abandone su puesto para cedérselo a otro de los barones de la formación creada
por el señor Fraga Iribarne. Sin embargo, y ya hace muchos meses que lo hemos venido repitiendo en
nuestros comentarios, es evidente que, por fas o nefas, el señor Mariano Rajoy, un hombre cabal, íntegro
y honrado, no resulta simpático a una gran parte de la ciudadanía. Es obvio que los partidos de
izquierdas no han ahorrado esfuerzos para sacarle defectos, desautorizarlo, presentarlo como un dictador
o una persona que no se presta a ceder ante lo que le piden los separatistas catalanes y vascos.
Para sus seguidores y para los que amamos a España su postura ante los políticos catalanes, ante los
señores Mas y ahora Puigdemont, si ha pecado de algo ha sido, sin duda, el haberles permitido que
llevaran sus desafíos independentistas demasiado lejos; que no hubiera empleado métodos más
expeditivos para acabar, de inmediato, con los primeros signos de insolidaridad y de rebelión contra la
unidad de España y las leyes de la nación; tal y como fue el caso de su desacato al TS y el
incumplimiento malicioso, descarado y desafiante de las leyes y sentencias por las que se les obligaba a
impartir en Cataluña el idioma castellano en la enseñanza y el derecho de los padres a elegir el sistema
educativo para sus hijos. Los seguidores del PP no le reprochamos a Rajoy sus esfuerzos para sacar a
España del peligro de ser rescatada; su tenacidad en que se llevaran a cabo las reformas, entre ellas la
laboral, para adaptarnos a las directrices que se nos daban desde Europa ni tan siquiera, los sacrificios
que los ciudadanos debimos afrontar en cuanto a la contención de gastos y a los ajustes salariales.
Rajoy si de algo ha padecido ha sido de excesiva prudencia, de una cierta cobardía cuando disponía de
mayoría absoluta para poder afrontar las reformas necesarias de las leyes que los socialistas se
atrevieron a imponer al pueblo español, que dieron al traste con nuestra tradición moral y ética y que
implantaron en nuestro país leyes tan draconianas como la de un aborto a la carta que ha venido
costando a nuestra nación del orden de más de 100.000 abortos anuales desde su implantación. Ya no
hablemos de la incapacidad para poner tope al desenfreno con el que se ha permitido que, los
homosexuales y lesbianas, se comportaran en las calles con la excusa de reclamar una libertad que ya
tienen por las leyes promulgadas y que, sólo se pueden entender como un afán de revancha en contra de
los heterosexuales que, a la vista de lo que se dice, de lo que se trasmite por la prensa y por la forma en
la que la ciudadanía se ha comportado en defensa de estas opciones sexuales, daría la impresión de que,
lo raro, serían las parejas entre hombres y mujeres y lo normal y natural el resto de combinaciones que
seguramente pondría en apuros a un matemático por el número de combinaciones y permutaciones a los
que se prestan.
Lo cierto es que parece que, si no se llegan a acuerdos para la formación de un gobierno de minorías o
de coaliciones que, a la vista de lo manifestado por los distintos partidos, sería poco probable o, como
parece que tiene intención de intentar, de nuevo, si le dan píe para ello, el señor Pedro Sánchez del
PSOE;, algo que si no ocurre no será porque el actual líder de los socialistas no se lo venga trabajando
desde hace tiempo; lo más normal que podría suceder es que, pasado este nuevo periodo de reflexión al
que el Rey, tememos que bastante confundido con la situación a la que se enfrenta y con pocos, por no
decir ningún, ases en la manga para jugar, ha recurrido para intentar dar tiempo a, un poco probable
entendimiento entre partidos; se produzca la convocatoria de las, tan temidas, terceras elecciones que,
sin embargo, si se piensa bien, asustan menos que algunas de las combinaciones de gobiernos de
partidos de izquierdas y extrema izquierda, cuyas garantías de éxito todos pondríamos en duda.
Y ante esa posibilidad tenemos la impresión de que, el insistir en presentar, de nuevo, como candidato
del PP al señor Rajoy puede que fuera tentar demasiado a la suerte, máxime si, como es de esperar,
aunque el PP aumentara, como parece esperarse, el número de votos a favor, no está nada claro que
obtuviera la mayoría absoluta, la única forma de que pudiera imponer su política al resto de formaciones
políticas. En este caso, la figura de don Mariano lo mismo que la de Pedro Sánchez, si se tuviera que
volver a buscar acuerdos de gobierno, no harían más que entorpecer y quizá de una manera
determinante, la posibilidad de que ya no fuera necesario tener que acudir a unas cuartas lo que, con toda
seguridad, el pueblo español no estaría en condiciones de soportar.
En Galicia el PP tiene un elemento que, hasta ahora, parece que no ha sido suficientemente valorado y
que, sin embargo, ha demostrado su valía repitiendo triunfo tras triunfo, consiguiendo mayorías
absolutas cuando, en el resto de las comunidades españolas, no se han producido estas circunstancias y
ha sido preciso acuerdos entre partidos para poder establecer los órganos de gobierno respectivos. Don
Alberto Núñez Feijoó es de las pocas personas sobre las cuales no han caído sospechas que pudieran
desmerecer su figura. Es una persona seria, sensata, inteligente, instruido, está en la edad adecuada para
emprender la aventura y no ha formado parte de ninguna de las camarillas que, por desgracia, se suelen
formar en cada partido alrededor de aquellos que esperan un día suceder al líder.
Tenemos la impresión de que tendría la ventaja de su experiencia de años al frente de la comunidad
gallega; es persona capaz de negociar y, al mismo tiempo, posee la energía y la decisión para saber
afrontar temas de la entidad del desafío separatista catalán y del eventual que pudiera surgir de la
comunidad vasca, en estado de hibernación y a la espera de cómo se resulta el contencioso catalán, sobre
el que ya han dicho que no se van a conformar ni con un euro menos de los que pudieran conseguir los
catalanes ni con una brizna menos de los derechos y concesiones de las que pudieran obtener los del
señor Puigdemont. El peligro de esta maniobra, como siempre suele suceder, no está en los partidos de
la oposición que intentarán, por todos los medios, descalificar al posible sustituto de Rajoy, sino de los
propios dirigentes del PP que, si no se han pronunciado hasta ahora, ha sido porque no se ha discutido
nunca el caudillaje de Rajoy pero, a la que se abra la veda de su sucesión, es evidente que van a surgir
aspirantes como setas luego de una lluvia revivificadora.
Sé de las dificultades que entraña, en tiempo de elecciones, plantearse movimientos internos de esta
categoría, pero no debemos ignorar que habrá un momento en el que, los cambios en la ciudadanía, van
a imponer reformas en los partidos que pretendan seguir gozando del favor de los votantes. Un día, tarde
o temprano, cada formación deberá plantearse la necesidad de actualizarse, renovar a sus directivos y
rejuvenecerse porque es ley de vida el que llegue un momento en que, los mayores, deberán ceder su
puesto a los jóvenes que, evidentemente, serán lo mejor preparados para recoger las inquietudes sociales
y políticas de las nuevas generaciones. Quizá ya haya llegado el momento de que, en el PP, se proceda a
una renovación a fondo de su cúpula directiva.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos la necesidad de que la vieja
guardia del PP se plantee la posibilidad de que, en un plazo prudencial, agradeciendo sus inestimables
servicios, se proceda a la renovación, no sólo de la dirección del partido, sino que se pongan en práctica
los remozamientos necesarios para restaurar lo que siempre han sido sus valores morales y éticos, sus
líneas maestras de conducta y sus objetivos; siguiendo la civilización cristiana que nos imbuyeron
nuestros padres. O así es como lo vemos como meros ciudadanos de derechas.