El terrorismo islámico ha conseguido inyectar una psicosis colectiva que altera la realidad. No puede ponerse en duda que el llamado Estado Islámico golpea allí en donde puede conseguir más resonancia mediática con lo cual la población ve fantasmas por doquiera. Una muestra de la psicosis colectiva la encontramos en lo ocurrido en Platja d’Aro. El Periódico del 3 de agosto de 2016 publica una reseña de lo sucedido: “Precisamente, anoche se registraron unas escenas de pánico en Platja d’Aro cuando a las diez de la noche un grupo de turistas se presentaron en el centro de la población con la intención de realizar un < i>flash mob, o lo que es lo mismo una acción en la que se perseguían entre ellos simbolizando la persecución de un personaje famoso”. Los testigos de la escenificación al ver la corrida de los actores lo relacionaron con un ataque terrorista que “sembró el pánico en la población. Centenares de personas se recluyeron en comercios y discotecas y mensajes de alerta en las redes sociales. El Sistema de Emergencias atendieron a varias personas con ataques de ansiedad”.
Unas palabras de Jennifer Bensen: “La próxima vez que el miedo se apodere de ti, no dejes entrar el pánico. Puedes incluso confiar en Dios en la oscuridad”. El salmista nos reconforta con estas palabras: “En el día que temo, yo en ti (Dios) confío” (Salmo 56:3). El alma que no guarda a Dios en su interior es como una ciudad sin murallas, está desprotegida del enemigo y el miedo se introduce rápidamente en ella produciendo estragos. Quien clama al Señor, Él le escucha, da respuesta y lo libra de todos sus miedos.
En estos momentos de manera muy machacona, los informativos dan preferencia a las noticias que tienen que ver con el terrorismo que hace estallar explosivos y dispara indiscriminadamente contra grupos de personas que tranquilamente se toman un refresco en la terraza de una cafetería o comprando en un área comercial. El miedo se apodera de nosotros y, el movimiento de una hoja nos asusta. Emocionalmente nos sentimos desprotegidos y el miedo como un ladrón se introduce furtivamente en nuestra alma, empezando a extender el virus del pánico. Nos encontramos indefensos ante el miedo que nace instintivamente en nuestras almas. Con urgencia necesitamos un escudo que nos proteja del sobresalto.
Somos miopes. Únicamente nos interesa el cuerpo que contemplamos y nos olvidamos del alma que es invisible. Debido a nuestra ceguera únicamente valoramos el cuerpo, la parte más frágil de nuestra persona porque en el mismo instante de nacer ya iniciamos la carrera hacia la muerte, y descuidamos el alma que tiene duración eterna sea en la salvación o la condenación. Al alma, debido a su condición espiritual no la valoramos. Únicamente apreciamos a los sentidos y, como dice un anuncio publicitario: Excítalos. Nunca es tarde para rectificar. El refrán popular dice: “De sabios es rectificar”.
¡A ver si somos capaces de mostrar que lo somos!
Jesús nos hace una advertencia: “Mas os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después nada pueden hacer” (Lucas 12.4). Estas palabras pronunciadas hace más de dos mil años parecen como si hubiesen sido dichas especialmente para nuestra generación. No, estas palabras fueron pronunciadas y conservadas impresas sobre papel porque son útiles para las personas de todas las épocas porque todas las generaciones han sido marcadas por la violencia: La institucional, con los poderosos que movidos por el egoísmo desmesurado que no vacila a la hora de iniciar guerras a sabiendas de que en los campos de batalla muchos hombres perderán la vida o quedarán lisiados para siempre. A la vez la población civil sufrirá las consecuencias de los mal llamados daños colaterales debido a los abusos de las tropas invasoras. Además es un hecho documentado la presencia de los bandoleros que asaltaban a los caminantes para despojarles de sus bienes y a menudo de sus vidas. Las palabras de Jesús no tienen fecha de caducidad.
Jesús pretende abrirnos los ojos para que sepamos a quien debemos temer: “Pero yo os enseñaré a quien debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno, sí, os digo, a este temed” (v.5). “Dicen que la gente, cuando pone el ojo en el visor del telescopio (del Observatorio Fabra), la gente suele musitar: “¡Dios mío, Dios mío!” Esta no es una declaración de fe al contemplar la maravilla de la creación, sino una reacción instintiva ante contemplar algo tan asombroso y es un pronunciar en vano el Nombre de Dios. La realidad sigue siendo la indiferencia ante el mundo del espíritu.
Por inferencia, sin ser nombrado, nos dice que aquel a quien debemos temer es Satanás, el Diablo. Está claro que éste, con sus artimañas ha conseguido que no lo temamos porque se ha presentado con una imagen burlesca. ¿Qué es esto sino los diablos en los pasacalles que hacen pasar la mar de bien a los espectadores, sean adultos o niños? ¿Qué diremos del diablo que con sus ocurrencias provoca la alegría de los espectadores en las representaciones navideñas de los pastorcillos? No es de este diablo de fábula de quien nos alerta Jesús. Se refiere a este ser espiritual a quien llama: “Padre de mentira y homicida desde el principio”. De este espíritu maligno es de quien debemos tener miedo porque además de podernos matar físicamente por medio de un ataque terrorista, “tiene la potestad de lanzarnos al infierno”, a la condenación eterna. Es al diablo a quien debemos temer. Debemos reconocer que no le podemos plantar cara porque al ser muy superior en fuerza que nosotros, en un santiamén nos destrozaría. Debemos buscar cobijo bajo las alas protectoras de Jesús porque con su muerte y resurrección al tercer día ha vencido al Diablo. El diablo ya no tiene poder sobre los que han creído en Jesús como a su Salvador. Siendo Jesús “nuestro Dios para siempre y eternamente: nos guiará más allá de la muerte” (Salmo 48:14).