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Óscar Arce Ruiz

Boca abajo en una cuneta

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«A usted le encantaría coger una camioneta, venir a mi casa de madrugada y, por la mañana, aparecer yo boca abajo en una cuneta». No puede negarse lo delicioso de la frase, el estilo directo y provocador.

Más se reconoce el valor de la oración si se tiene en cuenta el emisor del mensaje, el receptor del mismo y el lugar donde se produjo.

El que Francisco Camps le diga tal cosa al portavoz del Partido Socialista en la Comunidad Valenciana en el Parlamento de esa comunidad, le da un toque de exquisita maestría a la situación. Claro, es evidente el cambio sobre todo ideológico en los socialistas desde su primera aparición años ha. Pero no sé si tanto como para que el mismísimo portavoz del PSPV tome una furgoneta y llame al timbre de Camps ya de madrugada con tales intenciones.

Es posible que no fuese intención de Camps pronunciar esas palabras en el lugar en que lo hizo y que, quizás empujado por la presión que ha de soportar, la retórica se abriera paso a manotazos entre las laxitudes de la prudencia.

En cualquier caso, no es posible dejar de ver un diálogo del Presidente de la Generalitat Valenciana consigo mismo. Es cierto, todo parece indicar que físicamente se encuentra en el Parlamento Autonómico dando la réplica a los socialistas, pero tal joya solamente se regala en la intimidad, cuando uno se evade del mundo y da luz verde a la palabra, que suele tomarse la justicia por su mano.

Y no es que no sea lícita la tensión entre el odio y el amor llevados al extremo (de hecho, el análisis de algunos sobre la cultura occidental se basa en la tensión entre querer eliminar al otro y no poder vivir sin él). Pero atribuir tantos detalles (la camioneta, la hora, la cuneta) a la acción de otro hace sospechar. Es como si un testigo presencial ofreciese más detalles del crimen de los que el mismo acusado puede dar.

En otras palabras, Camps hablaba con Camps y reinterpretó su odio activo como un odio sufrido.

Se hace válido el refrán de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, aunque quizás se debería reformular para hacerlo encajar en la excelente frase del principio: dime a quién acusas y desvelaré tus odios.

Boca abajo en una cuneta

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
sábado, 14 de noviembre de 2009, 04:58 h (CET)
«A usted le encantaría coger una camioneta, venir a mi casa de madrugada y, por la mañana, aparecer yo boca abajo en una cuneta». No puede negarse lo delicioso de la frase, el estilo directo y provocador.

Más se reconoce el valor de la oración si se tiene en cuenta el emisor del mensaje, el receptor del mismo y el lugar donde se produjo.

El que Francisco Camps le diga tal cosa al portavoz del Partido Socialista en la Comunidad Valenciana en el Parlamento de esa comunidad, le da un toque de exquisita maestría a la situación. Claro, es evidente el cambio sobre todo ideológico en los socialistas desde su primera aparición años ha. Pero no sé si tanto como para que el mismísimo portavoz del PSPV tome una furgoneta y llame al timbre de Camps ya de madrugada con tales intenciones.

Es posible que no fuese intención de Camps pronunciar esas palabras en el lugar en que lo hizo y que, quizás empujado por la presión que ha de soportar, la retórica se abriera paso a manotazos entre las laxitudes de la prudencia.

En cualquier caso, no es posible dejar de ver un diálogo del Presidente de la Generalitat Valenciana consigo mismo. Es cierto, todo parece indicar que físicamente se encuentra en el Parlamento Autonómico dando la réplica a los socialistas, pero tal joya solamente se regala en la intimidad, cuando uno se evade del mundo y da luz verde a la palabra, que suele tomarse la justicia por su mano.

Y no es que no sea lícita la tensión entre el odio y el amor llevados al extremo (de hecho, el análisis de algunos sobre la cultura occidental se basa en la tensión entre querer eliminar al otro y no poder vivir sin él). Pero atribuir tantos detalles (la camioneta, la hora, la cuneta) a la acción de otro hace sospechar. Es como si un testigo presencial ofreciese más detalles del crimen de los que el mismo acusado puede dar.

En otras palabras, Camps hablaba con Camps y reinterpretó su odio activo como un odio sufrido.

Se hace válido el refrán de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, aunque quizás se debería reformular para hacerlo encajar en la excelente frase del principio: dime a quién acusas y desvelaré tus odios.

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