Es hora de que los gobiernos del mundo fomenten la cultura del encuentro y practiquen menos el
cinismo, con el reconstituyente de conciliar abecedarios y propiciar otros ambientes más armónicos, más
justos, más de todos en el deber responsable, para que podamos llegar a una sintonía común dentro de la
familia de las naciones. La crónica de los tiempos actuales nos demuestra que cada día somos más
ingobernables, en parte por nuestra carencia afectiva para poder enfrentarnos a problemas complejos.
La
necedad nos domina, y así es muy complicado poder allanar el camino de las sendas negociadoras.
Deberíamos escucharnos más todos, intentar comprendernos, pues el mayor catalizador de progresos
sociales ya no es el crecimiento económico, sino el desarrollo como especie conjunta. Sin duda,
necesitamos espacios de participación, sentirnos protagonistas de un mundo más habitable, con el vínculo
de la solidaridad como actitud moral que mejor responde a la toma de conciencia de nuestra época.
Lo importante no es tanto el orden, como la avenencia entre culturas. De ahí, que subraye una
vez más el requerimiento de un mundializado gobierno, más poético que político, con el fin de que actúe
como salvavidas de la humanidad. Subrayo el término paradisíaco de esta tutela en favor del linaje,
porque ha de hacer frente a mil amenazas sin precedentes, y en ese combate la autoridad de gobierno,
aparte de estar siempre en guardia como los verdaderos poetas, ha de germinar del amor a sus análogos y
de la humildad de sentirse parte de un todo. Nos merecemos otras expectativas, pues a pesar de tantas
cumbres, falta a veces voluntad humana para llevar a buen término, lo que verdaderamente suele quedar
en un sueño. O nos dignificamos como seres humanos y protegemos nuestro hábitat, de manera vinculada
entre todos, o el caos más destructor nos lo serviremos nosotros mismos en bandeja.
La apuesta por ese mundializado gobierno tiene que sustentarse en el permanente diálogo y en la
continua escucha. Ha llegado el momento de que nos tenemos que entender. Las armas no sirven. Pues a
desarmarse toca. Lo que vale es la mano tendida, el consuelo de unos para con otros. La beneficencia, sin
duda, puede aliviar los peores efectos de las crisis humanitarias, complementar los servicios públicos de
atención de la salud, la educación, la vivienda y la protección de la infancia. De esto, la Madre Teresa de
Calcuta es un referente y una referencia, por su labor para superar la pobreza y tantas debilidades que
tenemos los humanos. Más que agendas, por tanto, necesitamos líderes entregados a edificar nuevas
sociedades menos competitivas, y más hermanadas. Requerimos, por consiguiente, avanzar hacia el
futuro con esperanza. Pero, para este florecimiento humanitario, tenemos que estar unidos, no
fragmentados. El sufrimiento se lleva mejor compartido, no cabe duda. Cuando falta ese abrazo en
común, todo se vuelve desesperante, confuso, deprimente.
Ante este cúmulo de contrariedades nos conviene recapacitar; reflexionar sobre la valoración
moral de cada acto humano y madurar nuestra manera de gobernarnos en este caminar por la existencia.
El mundo se ha quedado chico a nuestros ojos; sin embargo, cada día estamos más recluidos en nosotros,
cuando debiéramos estar más abiertos al mundo para consensuar objetivos comunes, ya que resulta cada
vez más evidente la creciente interdependencia de la humanidad y de los mismos Estados entre sí. En
efecto, la universalidad llama a la puerta de todos los moradores del planeta.
En 1945, las naciones estaban en ruinas. La Segunda Guerra Mundial había terminado y el
mundo quería la paz. En 2016, el mundo sigue siendo nuestro, de toda la humanidad; pero ésta ni se
humaniza, ni se compenetra. No pasamos de los buenos deseos. De promover más bien nada y de asistir
más bien poco. Nos falta, a mi juicio, ese gobierno mundial que no sólo defienda el derecho internacional,
sepa también protegerlo y defenderlo con devoción y acción, así como vivirlo y renacerlo con valentía y
constancia. Quizás ahora entiendan lo de poético, o sea perpetuo, en conservación siempre, para que
persista el ser humano. No sólo hay que trabajar juntos para combatir agobios, también hay que activar el
pensamiento, para que entusiasmados, gobernemos gracias al amor y no gracias al odio o la venganza.