Este testimonio es consecuencia del panorama que el país ofrece, de un tiempo a esta parte, tras una no detenida observación. A su vez, esta columna, que no se prodiga porque carece de toda obligación o compromiso, enfoca su catalejo hacia lo que sigue siendo España, y, aunque su estado actual permita equipararla con una de las acepciones del “cachondeo”. Así pues, “desbarajuste, desorden, guirigay”, y, este último, como “escena de confusión y desarreglo”, se ajustan con precisión al estado de descomposición de lo español.
La afirmación del título no es gratuita, y tampoco se corresponde a una apreciación individual, comparativa, con la particular opinión que se tenga de la “nación”. Hasta en este término, bien conocido, resulta aplicable el desbarajuste y desconcierto. No hace falta ceñirse para el enjuiciamiento a las disparatadas observaciones que se ofrecen a través de cualquier cadena de Televisión, nacional o regional.
En estos momentos, para juerga de los observadores de allende los Pirineos, en España se reedita de forma pública y manifiesta la milenaria lucha del Cristianismo con las fuerzas del Mal. El “paro” no sólo es una consecuencia del mal quehacer del Gobierno, sino una tragedia plural que se vive en colectividad. Rajoy, con todos sus muchachos, es una cabecera de pista, a la derecha, de un circo en lo que se dice una sesión “non stop”, Otra juerga no interrumpida. Y en la pista de la izquierda llevan la contrapartida ZP y su banda de salteadores, de reventadores de todo lo que tenga la menor relación con los “valores” de España. Algunos lo hacen de manera tan burda que han dado con sus huesos, y su bolsa de basura azul con los objetos personales, en la cárcel de Soto del Real.
Unas pocas féminas, en representación de una silenciosa multitud, intentan y consiguen poner orden en el quehacer de sus obligaciones. Esperanza Aguirre anda esquivando zancadillas masculinas para mantener la Comunidad de Madrid, en orden de desarrollo y preparar su futuro. Se publica en esta misma portada un contundente artículo de Rosa Plantagenet, donde “toma las medidas” al gobierno socialista de Aragón, y traza lo que sería un ideal de mandato. La “razón de estado” que se invoca para encubrir el llamado caso Faisán, es otra más de las supremas mentiras. ¿Dónde está la verdad sobre el asesinato de Carrero Blanco (1973)? ¿Dónde la de cuanto acaeció en Atocha aquel OnceM? ¿Por qué de tanto crimen impune o jocosamente celebrado?
Parte del desbarajuste son las obscenas actuaciones de Baltasar Garzón. ¿Pagarán con su vida algunos de los tripulantes del Alakrana, su último alarde de pretensión judicial estelar? Como parte también es el “descubrimiento”, anunciado esta misma mañana, por parte del Vicesecretario de comunicación del PP, de que Rubalcaba es un mentiroso. ¿Quién lo puede ignorar a estas alturas de la Historia?
¿Qué se puede tomar en serio? ¿Que aspecto de la vida pública no está contaminado por el desorden, el embuste o la triquiñuela? Y, para enfrentarse al “cachondeo”, para sobrevivir, nada mejor que, eso, tomárselo por tal; unos “finos”, unas palmas, y ¡zambra!. Como dice la gente sabia del agro: ¡Ya escampará…!