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Jim Hoagland

Chirac en su peor trago

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"La vejez es la ruina", Charles de Gaulle.

WASHINGTON - Las revoluciones son conocidas por no tener piedad con sus hijos. Pero el sistema político de Francia reserva sus crueldades más acusadas a los políticos de edad avanzada cuando caen en desgracia, como descubrió De Gaulle en 1968. Ahora es el turno del ex presidente Jacques Chirac, que a los 76 años fue imputado el viernes de cargos de corrupción que se remontan 32 años atrás.

Seamos honestos. Muchos estadounidenses estarán encantados. Sólo se acuerdan de los amargos años finales de Chirac en el poder, cuando se opuso a la invasión de Irak y se proponía construir coaliciones "multipolares" de países para reducir de una vez por todas la "hegemonía" norteamericana.

Pero esa está lejos de ser toda la historia de Chirac, un hombre muy simpático que fue un conjunto de contradicciones debilitantes e impulsos dignos. A pesar de su guerra política con Washington y George W. Bush, Chirac es también el más americano de todos los políticos franceses que he conocido.

Su naturaleza gregaria, sus rasgos grandes y rechonchos y su bullicioso abrazo a los amigos siempre me hizo pensar en Lyndon Johnson ganándose enemigos en Washington, o John Wayne atravesando las puertas del salón. A menudo, ya nos encontráramos en el ayuntamiento de París, el palacio presidencial o las Naciones Unidas, Chirac hablaba de cómo se había enamorado de mi país, y de una de las agraciadas jóvenes, cuando era un adolescente.

Trabajó un verano como camarero de un Howard Johnson's. El romance con la joven no duró mucho, pero su gusto americano perduró. Una vez me pidió durante un almuerzo en un restaurante de Nueva York que yo pidiera el vino porque él se quedaba con su Budweiser.

Así que tal vez no debería ser una sorpresa que esté imputado por acusaciones de que dirigió la oficina del alcalde de París de 1977 a 1995 igual que los Demócratas Mahattan o la maquinaria Daley en Chicago. El fiscal, que tuvo constitucionalmente prohibido procesar a Chirac durante sus dos mandatos presidenciales de 1995 a 2007, alega hoy que la maquinaria del partido del ex presidente creó 21 - sí, 21 – cargos ficticios para sus afiliados con el conocimiento de Chirac.

A pesar de todos sus parecidos americanos, este primer histórico procesamiento de un ex presidente francés es un asunto indeleblemente galo. Es la ruina no sólo de un político entrado en años que ha vivido libre de cargas en el apartamento de un político libanés en París desde que abandonara el cargo, sino también del sistema de financiación de campañas de un país y de los clanes que lo manipularon en su propio beneficio. Es un relato de conflictos personales brutales por dinero, poder y orgullo digno de Balzac o, caso de haber sido francés, de Shakespeare.

El juicio a Chirac aún podría verse imposibilitado por un recurso de procedimiento. Pero su legado ya se está viendo manchado en otras peleas judiciales. Su antiguo hombre de confianza, Charles Pasqua, fue condenado a un año de cárcel la semana pasada por aceptar sobornos siendo ministro del interior. Pasqua insinuó inmediatamente que Chirac había iniciado en secreto el procesamiento hace años con el fin de impedirle postularse a presidente contra Chirac.

Casi al mismo tiempo, los fiscales exigían la condena del ex primer ministro y heredero político de Chirac, Dominique de Villepin, acusado de haber conspirado para falsificar los documentos destinados a poner fin a la carrera política de Nicolas Sarkozy, quien sucedió a Chirac en la presidencia hace dos años y quien ha prometido colgar "de un gancho de carnicero" a aquellos que conspiraron contra él.

La cosa no acaba ahí, no se crea: Chirac es conocido como "Le Grand Absent" del juicio Clearstream (bautizado así en honor al banco de Luxemburgo en el que Sarkozy entre otros fueron falsamente acusados de haber tenido sus cuentas secretas), puesto que la tirria del ex presidente a Sarkozy es ampliamente asumida como el principal móvil de la presunta campaña de calumnias de Villepin. Sarkozy fue originalmente un protegido de Chirac y se le relacionó sentimentalmente con la hija de Chirac. Prescindió de ambos para perseguir su propia carrera, y se dice que Chirac nunca se lo ha perdonado.

La política es aún más personal en Francia que en muchos otros países. Los franceses, que Dios los bendiga, nunca superaron la manía de demostrar que son los más inteligentes, o al menos los más avispados, del aula y luego de la administración. Cuestione esa noción central y tendrá más de un problema con ellos.

Dije a Chirac y Villepin a finales de enero de 2003 que sus esperanzas de impedir a la administración Bush la invasión de Irak eran nulas. Ellos se burlaron de mi falta de sofisticación: la invasión podría producir un desastre y por lo tanto no se iniciaría nunca. Desafortunadamente yo tenía razón, y ellos sólo la tenían a medias.

Chirac en su peor trago

Jim Hoagland
Jim Hoagland
miércoles, 4 de noviembre de 2009, 02:29 h (CET)
"La vejez es la ruina", Charles de Gaulle.

WASHINGTON - Las revoluciones son conocidas por no tener piedad con sus hijos. Pero el sistema político de Francia reserva sus crueldades más acusadas a los políticos de edad avanzada cuando caen en desgracia, como descubrió De Gaulle en 1968. Ahora es el turno del ex presidente Jacques Chirac, que a los 76 años fue imputado el viernes de cargos de corrupción que se remontan 32 años atrás.

Seamos honestos. Muchos estadounidenses estarán encantados. Sólo se acuerdan de los amargos años finales de Chirac en el poder, cuando se opuso a la invasión de Irak y se proponía construir coaliciones "multipolares" de países para reducir de una vez por todas la "hegemonía" norteamericana.

Pero esa está lejos de ser toda la historia de Chirac, un hombre muy simpático que fue un conjunto de contradicciones debilitantes e impulsos dignos. A pesar de su guerra política con Washington y George W. Bush, Chirac es también el más americano de todos los políticos franceses que he conocido.

Su naturaleza gregaria, sus rasgos grandes y rechonchos y su bullicioso abrazo a los amigos siempre me hizo pensar en Lyndon Johnson ganándose enemigos en Washington, o John Wayne atravesando las puertas del salón. A menudo, ya nos encontráramos en el ayuntamiento de París, el palacio presidencial o las Naciones Unidas, Chirac hablaba de cómo se había enamorado de mi país, y de una de las agraciadas jóvenes, cuando era un adolescente.

Trabajó un verano como camarero de un Howard Johnson's. El romance con la joven no duró mucho, pero su gusto americano perduró. Una vez me pidió durante un almuerzo en un restaurante de Nueva York que yo pidiera el vino porque él se quedaba con su Budweiser.

Así que tal vez no debería ser una sorpresa que esté imputado por acusaciones de que dirigió la oficina del alcalde de París de 1977 a 1995 igual que los Demócratas Mahattan o la maquinaria Daley en Chicago. El fiscal, que tuvo constitucionalmente prohibido procesar a Chirac durante sus dos mandatos presidenciales de 1995 a 2007, alega hoy que la maquinaria del partido del ex presidente creó 21 - sí, 21 – cargos ficticios para sus afiliados con el conocimiento de Chirac.

A pesar de todos sus parecidos americanos, este primer histórico procesamiento de un ex presidente francés es un asunto indeleblemente galo. Es la ruina no sólo de un político entrado en años que ha vivido libre de cargas en el apartamento de un político libanés en París desde que abandonara el cargo, sino también del sistema de financiación de campañas de un país y de los clanes que lo manipularon en su propio beneficio. Es un relato de conflictos personales brutales por dinero, poder y orgullo digno de Balzac o, caso de haber sido francés, de Shakespeare.

El juicio a Chirac aún podría verse imposibilitado por un recurso de procedimiento. Pero su legado ya se está viendo manchado en otras peleas judiciales. Su antiguo hombre de confianza, Charles Pasqua, fue condenado a un año de cárcel la semana pasada por aceptar sobornos siendo ministro del interior. Pasqua insinuó inmediatamente que Chirac había iniciado en secreto el procesamiento hace años con el fin de impedirle postularse a presidente contra Chirac.

Casi al mismo tiempo, los fiscales exigían la condena del ex primer ministro y heredero político de Chirac, Dominique de Villepin, acusado de haber conspirado para falsificar los documentos destinados a poner fin a la carrera política de Nicolas Sarkozy, quien sucedió a Chirac en la presidencia hace dos años y quien ha prometido colgar "de un gancho de carnicero" a aquellos que conspiraron contra él.

La cosa no acaba ahí, no se crea: Chirac es conocido como "Le Grand Absent" del juicio Clearstream (bautizado así en honor al banco de Luxemburgo en el que Sarkozy entre otros fueron falsamente acusados de haber tenido sus cuentas secretas), puesto que la tirria del ex presidente a Sarkozy es ampliamente asumida como el principal móvil de la presunta campaña de calumnias de Villepin. Sarkozy fue originalmente un protegido de Chirac y se le relacionó sentimentalmente con la hija de Chirac. Prescindió de ambos para perseguir su propia carrera, y se dice que Chirac nunca se lo ha perdonado.

La política es aún más personal en Francia que en muchos otros países. Los franceses, que Dios los bendiga, nunca superaron la manía de demostrar que son los más inteligentes, o al menos los más avispados, del aula y luego de la administración. Cuestione esa noción central y tendrá más de un problema con ellos.

Dije a Chirac y Villepin a finales de enero de 2003 que sus esperanzas de impedir a la administración Bush la invasión de Irak eran nulas. Ellos se burlaron de mi falta de sofisticación: la invasión podría producir un desastre y por lo tanto no se iniciaría nunca. Desafortunadamente yo tenía razón, y ellos sólo la tenían a medias.

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