“Cuando la injusticia es ley la desobediencia es derecho”, sintetizaba una pancarta en
una de las manifestaciones de trabajadores durante la huelga general del 29 de marzo
del 2012. Y es evidente que cuando se da esta circunstancia en la que existe un gobierno
opresor, cuando el país se siente bajo el yugo de una dictadura o cuando los derechos
humanos del pueblo no son respetados, de tal modo que, el único recurso de los
habitantes de la nación que sufre tal clase de injusticia social se concreta en apalear a la
resistencia o a la llamada desobediencia civil; esta actitud pudiera estar justificada si las
otras opciones democráticas para derrocar al gobierno corrupto o tiranía no hubieran
sido suficientes para hacer valer los derechos del pueblo a ejercer sus derechos
democráticos.
Sin embargo, como suele suceder en muchas ocasiones con aquellos que apelan a la
justicia social, a la injusticia de las leyes, a los derechos proletarios o al recurso
revolucionario para desbancar a los gobernantes; en la mayoría de las ocasiones y, en la
actualidad tenemos ejemplos que pueden servir para avalar una actitud más prudente,
un análisis más ajustado o una prevención más meticulosa ante estos grupos de
pretendidos defensores de los derechos humanos; opositores a gobiernos democráticos,
elegidos por el pueblo con todas las garantías constitucionales o supuestos caudillos
salvadores de la patria; que se constituyen en verdaderos críticos del sistema legal
vigente, del tipo de fórmula de gobierno o del régimen político más apto y conveniente
(no siempre significan lo mismo) para gobernar un Estado; situándose por encima del
sistema de gobierno y de las leyes vigentes, atribuyéndose la superioridad moral y ética,
para descalificar el trabajo del los gobernantes y proponiendo fórmulas antidemocráticas
como medio de imponer a la fuerza o por medio de las amenazas lo que, de otra forma,
entendiéndolo como la aplicación de los sistemas establecidos constitucionalmente, no
tendrían manera alguna de llevar a cabo.
En Cataluña señores, mientras en el resto de España estamos dirimiendo a quien le
corresponde gobernar y perdemos el tiempo en aquello de los galgos y los podencos, en
la comunidad catalana permanecen, en cierta manera, ajenos a tales disputas, atentos a ir
avanzando en dos proyectos que, posiblemente, pudieran llegar a coincidir si, en el entre
tanto, el Gobierno en funciones y los principales partidos políticos que pudiéramos
denominar como constitucionalistas, no prestan atención a lo que está ocurriendo en
esta comunidad, no se deciden a afrontar el peligro de ruptura que, cada día, parece
acercarse más a su última fase, y se les enseña, a todos estos dirigentes díscolos,
expertos en desobedecer las recomendaciones de los tribunales y la ejecución de sus
sentencias, incluso las del TC, emperrados en conseguir sus objetivos aunque, para ello,
tuvieran que recurrir al recurso del enfrentamiento, la declaración unilateral de su
independencia o la negativa a seguir formando parte de la nación española; que el
Estado de Derecho y la Constitución española están por encima de este tipo de intrigas y
se les enseña a los cabecillas de este movimiento separatista, que en España tenemos
unas magníficas cárceles en las que podrán descansar cómodamente de su exceso de
trabajo, como se hizo con el señor Companys en aquella intentona de 1934.
Lo cierto es que, en este batiburrillo de partidos, asambleas catalanas, Omniums
culturales, Junts pel Sí, Barcelona en Comú, CDC, ERC, CUB etc. que,
incomprensiblemente, han ido proliferando de la mano de individuos ávidos de hacerse
populares, fanáticos de sus ideas y a la caza de proporcionarse unos emolumentos que,
en cualquier otro oficio, les sería imposible alcanzar; si quisiéramos resumir y dividirlos
en dos grandes bandos, podríamos llegar a la simplificación de que, el panorama
político catalán ,aparte de dos partidos marginales, como son Ciudadanos y el PP, los
garbanzos se los reparten la señora Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, una repescada
de los grupos antisistema, experta en algaradas callejeras, apoyo de todos los grupos
marginados y que llegó a la alcaldía de la Ciudad Condal de la mano y con el apoyo de
los comunistas bolivarianos de Podemos; una señora que parece intentar jugar con dos
barajas: la comunista, luchadora contra la legalidad democrática, que mantiene una
actitud equívoca respecto a la independencia de Cataluña y, por la otra, todo el grupo de
los independentistas, radicalizados, ensoberbecidos y convencidos de que el Gobierno
central nunca se va a atrever a recurrir a los recursos de que disponen en la Constitución
por el miedo a lo que pudiera suceder en esta autonomía si se recurriera a medidas más
enérgicas y disuasorias.
Lo que es imposible de comprender es ¿qué especiales conocimientos, qué ciencia
infusa posee o que méritos desconocidos se atribuye la señora Colau para mostrase
capacitada para, como ella misma dijo, “no aceptaría cumplir aquellas leyes estatales
que, a ella, no le parecieran justas? Por otro lado ¿qué sucede con los fiscales
catalanes? que todavía no la han expedientado por sobrepasarse, excederse y prevaricar
dictando leyes que no están dentro de su competencia publicar, que afectan
directamente al derecho constitucional de la propiedad de las personas y que, para poder
aplicar las limitaciones que, en el mismo cuerpo legal se fijan, se precisa seguir unos
procedimientos especiales por los que se declare la utilidad pública de aquellas
actuaciones y la necesidad de proceder a la expropiación y, como es natural, al pago del
correspondiente justiprecio por el perjuicio que se le causa a la persona afectada.
El procedimiento de utilizar los hechos consumados, como ha sido el caso de la
intervención de la alcaldesa de Barcelona en cuestiones que han afectado a la economía
de la ciudad, como ha sido la moratoria turística; la campaña, completamente irregular,
en contra del alquiler de pisos a extranjeros; su obsesión por reducir el número de
turistas que visitan Barcelona y el dar a las asociaciones vecinales unas competencias
que no les corresponden; de forma que, hoy en día, la capital de los catalanes se ha
convertido en una especie de reino de taifas en el que, cada distrito, lucha por conseguir
el mejor trato y los que más se acercan a la señora alcaldesa, los que más comulgan con
sus ideas comunistas y los que mejor le hacen la pelota, son los que consiguen más
beneficios de la alcaldía barcelonesa. Un ejemplo: el número de decibelios que
soportamos muchos vecinos de esta ciudad exceden que garantiza la salubridad y
bienestar de la ciudadanía, de tal modo que hay calles del ensanche en las que la
circulación en determinadas horas hacen casi imposible soportar el ruido que produce.
Se ha denunciado, se ha reconocido el hecho pero… ha pasado el tiempo y no se ha
solucionado el problema. Ahora, cuando los vecinos de algún barrio de los protegidos
por la Colau, denuncian el charloteo de las terrazas, se ha procedido a no permitir a los
bares sacar mesas a la calle sin más trámite que la denuncia de algún vecino
excesivamente escrupuloso.
El procedimiento de los chivatos ha sido otro de los logros de esta comisaria que nos
recuerda al método utilizado por Stalin para tener controlada a la ciudadanía,
consistente en establecer en cada escalera comunitaria una especie de comisario que era
el encargado de fisgonear lo que hacían sus vecinos, a qué hora entraban o cuando se
retiraban y hasta las visitas que, cada miembro de la comunidad, recibía en su casa. No
quiero acabar este artículo sin mencionar el tema de los manteros, unos sujetos que se
han hecho los amos de ciertas partes de la ciudad de Barcelona, a los que la guardia
urbana más que perseguir protege y a los que se les permite competir, con ventaja, con
los comerciantes que pagan sus impuestos y sus licencias para poder vender en sus
tiendas con el derecho a no ser perturbados y perjudicados por aquellos que venden
géneros de inferior calidad pero a más bajo coste.
El otro grupo, el de los separatistas, sigue sin obedecer ninguna norma del TC y lo
único que les ocurre es que el más alto tribunal de este país, el TC, se limita a hacerles
alguna tímida advertencia, mientras ellos siguen preparando leyes, van creando
infraestructuras y contratando funcionarios para tener preparada su propia
Administración el día en el que se decidan a darle el carpetazo a su unión con el resto de
España. Y, entre tanto, una vez más los ciudadanos españoles, especialmente, los que
vivimos en Cataluña y pretendemos continuar formando parte de España por
considerarnos tan o más españoles que el resto de nuestros conciudadanos, estamos
sometidos al bochornoso espectáculo de “a mí me toca”, “contigo no hablo” o “si este
no hace lo que le pido, yo no juego”. Y mientras el país funcionado por inercia y,
curiosamente, bastante bien dadas las circunstancias. Pudiera darse el caso de que
acabemos viviendo sin gobierno, sin políticos ni otros figurones semejantes.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la amarga
sensación de que aquí, en esta España que nadie reconocería dada su actual situación
política, nadie se ocupa de otra cosa que de asegurarse su subsistencia, ganarse su
sueldo y amarrarse a la mamandurria de la ubre pública. Y así es como vamos.