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Difundir falsedades sobre la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay es una vieja estrategia para seguir ocultando lo que de verdad sucedió

La guerra que nos ocultaron

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Por estas fechas del año 1869, se vivía en el paraje paraguayo denominado Acosta Ñu, uno de los episodios más bárbaros en las historia de la humanidad. Un contingente de niños indefensos era masacrado por los poderosos ejércitos de la Triple Alianza, en el marco de una guerra demencial inspirada y materializada por los aliados sudamericanos del imperialismo inglés.

De acuerdo con Nemesio Barreto Monzón, “Rubio Ñú” se llamaba el campo del naturalista sueco Eberhard Munck af Rosenschöld. El sueco adquirió este campo de Don Juan Bautista Rivarola, que tenía como uno de sus linderos las tierras que pertenecieron a Acosta Freyre. No es del todo improbable que las primeras escaramuzas comenzaran en “Rubio Ñú”.

Ese fue el escenario de un episodio casi olvidado por los historiadores argentinos y brasileños, en una omisión llena de memoria.

La guerra del Paraguay es una guerra que figura muy poco en los libros de historia, curiosamente, en los mismos países vencedores. Entre 1864 y 1870, Argentina, Brasil y Uruguay combatieron en una guerra en la que la verdad no solo fue la primera víctima, también la última.

La guerra contra la verdad tuvo como aliado a Bartolomé Mitre y sus colegas, según relató el ecritor y bibliotecario francés Paul Groussac, quien afirmó haberlos descubierto falsificando y adulterando documentos, así como haciendo traducciones falsas con documentos reales.

El arduo trabajo realizado dio sus frutos, y gran parte de la trama de provocaciones e intrigas que llevaron al estallido de aquella guerra hoy se encuentra en la nebulosa. Por si todo ello fuera poco, los historiadores “serios” se dedican a negar la participación del imperialismo inglés en la guerra del Paraguay con un entusiasmo digno de mejor causa. Pero la tarea que se han impuesto a sí mismos es tan complicada, como lo sería negar la participación de Estados Unidos en las guerras sucias emprendidas por las dictaduras de Pinochet, Stroessner o Videla, en los tiempos del Plan Cóndor.

La intención obvia de estas versiones es desacreditar el esfuerzo realizado para desenterrar las raíces de una guerra inexplicable, y exculpar a los imperialismos de las iniquidades padecidas por estas latitudes.

De todas maneras, los cabos sueltos son imposibles de enterrar. El mismo embajador francés en Montevideo, Martin Maillefer, afirmó que el ministro inglés en el Plata, Edward Thornton, se encontraba en el ojo de las intrigas contra el Paraguay. También participaba de las reuniones del gabinete de Mitre, quien al finalizar la guerra admitiría en un discurso tantas veces transcripto, que la contienda había tenido como noble causa abrir el Paraguay al libre comercio.

No es difícil comprender que el modelo paraguayo era incómodo para la burguesía intermediaria, y había un viejo litigio con Inglaterra por la detención de un uruguayo hijo de ingleses, Jaime Canstatt. Esto había derivado en un episodio muy poco conocido para la dimensión de su significado: Un ataque al vapor paraguayo que transportada a Francisco Solano López, por parte de buques de guerra británicos, en las mismas costas de Buenos Aires.

Demás está decir que los mismos que se dedican a desacreditar el papel de la Pérfida Albión en la guerra del Paraguay, se dedican a negar el papel que el petróleo tuvo en la guerra paraguayo boliviana de 1932 a 1935. Y conste que en este último caso, las dificultades son mayores, pues existen denuncias en el mismo Senado norteamericano de aquel entonces, y una tesis doctoral con documentos del Departamento de Estado Norteamericano: “Politics of the Chaco Peace Conference”, de Leslie B. Rout.

De todas maneras, nos queda como antídoto o consuelo y ellos como advertencia, la célebre frase de Borges en Everness: “Solo una cosa no hay, es el olvido”.

La guerra que nos ocultaron

Difundir falsedades sobre la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay es una vieja estrategia para seguir ocultando lo que de verdad sucedió
Luis Agüero Wagner
miércoles, 17 de agosto de 2016, 09:39 h (CET)
Por estas fechas del año 1869, se vivía en el paraje paraguayo denominado Acosta Ñu, uno de los episodios más bárbaros en las historia de la humanidad. Un contingente de niños indefensos era masacrado por los poderosos ejércitos de la Triple Alianza, en el marco de una guerra demencial inspirada y materializada por los aliados sudamericanos del imperialismo inglés.

De acuerdo con Nemesio Barreto Monzón, “Rubio Ñú” se llamaba el campo del naturalista sueco Eberhard Munck af Rosenschöld. El sueco adquirió este campo de Don Juan Bautista Rivarola, que tenía como uno de sus linderos las tierras que pertenecieron a Acosta Freyre. No es del todo improbable que las primeras escaramuzas comenzaran en “Rubio Ñú”.

Ese fue el escenario de un episodio casi olvidado por los historiadores argentinos y brasileños, en una omisión llena de memoria.

La guerra del Paraguay es una guerra que figura muy poco en los libros de historia, curiosamente, en los mismos países vencedores. Entre 1864 y 1870, Argentina, Brasil y Uruguay combatieron en una guerra en la que la verdad no solo fue la primera víctima, también la última.

La guerra contra la verdad tuvo como aliado a Bartolomé Mitre y sus colegas, según relató el ecritor y bibliotecario francés Paul Groussac, quien afirmó haberlos descubierto falsificando y adulterando documentos, así como haciendo traducciones falsas con documentos reales.

El arduo trabajo realizado dio sus frutos, y gran parte de la trama de provocaciones e intrigas que llevaron al estallido de aquella guerra hoy se encuentra en la nebulosa. Por si todo ello fuera poco, los historiadores “serios” se dedican a negar la participación del imperialismo inglés en la guerra del Paraguay con un entusiasmo digno de mejor causa. Pero la tarea que se han impuesto a sí mismos es tan complicada, como lo sería negar la participación de Estados Unidos en las guerras sucias emprendidas por las dictaduras de Pinochet, Stroessner o Videla, en los tiempos del Plan Cóndor.

La intención obvia de estas versiones es desacreditar el esfuerzo realizado para desenterrar las raíces de una guerra inexplicable, y exculpar a los imperialismos de las iniquidades padecidas por estas latitudes.

De todas maneras, los cabos sueltos son imposibles de enterrar. El mismo embajador francés en Montevideo, Martin Maillefer, afirmó que el ministro inglés en el Plata, Edward Thornton, se encontraba en el ojo de las intrigas contra el Paraguay. También participaba de las reuniones del gabinete de Mitre, quien al finalizar la guerra admitiría en un discurso tantas veces transcripto, que la contienda había tenido como noble causa abrir el Paraguay al libre comercio.

No es difícil comprender que el modelo paraguayo era incómodo para la burguesía intermediaria, y había un viejo litigio con Inglaterra por la detención de un uruguayo hijo de ingleses, Jaime Canstatt. Esto había derivado en un episodio muy poco conocido para la dimensión de su significado: Un ataque al vapor paraguayo que transportada a Francisco Solano López, por parte de buques de guerra británicos, en las mismas costas de Buenos Aires.

Demás está decir que los mismos que se dedican a desacreditar el papel de la Pérfida Albión en la guerra del Paraguay, se dedican a negar el papel que el petróleo tuvo en la guerra paraguayo boliviana de 1932 a 1935. Y conste que en este último caso, las dificultades son mayores, pues existen denuncias en el mismo Senado norteamericano de aquel entonces, y una tesis doctoral con documentos del Departamento de Estado Norteamericano: “Politics of the Chaco Peace Conference”, de Leslie B. Rout.

De todas maneras, nos queda como antídoto o consuelo y ellos como advertencia, la célebre frase de Borges en Everness: “Solo una cosa no hay, es el olvido”.

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