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El estado del bienestar se desmorona por falta de justicia social

Inestabilidad social

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“El daño más grande y la peor crisis del siglo XXI es la ansiedad, la incertidumbre y la angustia del presente. El futuro apenas cuenta. En estos momentos, cuando el hombre posee más medios para conocerse, más parece que se desconoce. La información es instantánea y global, los descubrimientos de toda índole avanzan y se sobreponen a gran velocidad…Y?” (Joan-Pere Viladecans, pintor. El Y? del artista es un interrogante que abre la puerta a las dudas que expone en su escrito Epidemia de patologías mentales.

El mundo actual está afectado por un capitalismo sin entrañas que desea conseguir los máximos beneficios a muy corto plazo. Este dinero de fácil obtener se consigue a base de recortes salariales hasta el extremo de sueldos de hambre, contratos laborales basura, largas y extenuantes jornadas laborales…Hoy ya se habla de la restauración de la esclavitud en el llamado Primer Mundo o Occidente. El desmantelamiento del estado del bienestar con la implantación de la precariedad como sistema tiene un coste social: la proliferación de trastornos mentales que comienzan a manifestarse en edades cada vez más jóvenes.

Esta situación puede provocar dos respuestas. Una es levantar los puños hacia el cielo y culpar a Dios de la situación existente. “Si existes” se acostumbra a decir, “por qué lo permites?” “Si eres un Dios tan bueno” como suelen decir los cristianos, “por qué permites que los seres humanos sufran de manera tan cruel como los medios de comunicación se encargan de visualizarlo?” Esta postura de odio hacia Dios agrava la situación de las personas que sufren debido a la opresión a que los someten los poderosos que se han convertido en esbirros que Satanás utiliza para llevar a cabo sus instintos homicidas. Reaccionar con odio hacia Dios por la realidad que nos toca vivir contribuye a aumentar la miseria porque esta actitud atiza el consumo de fármacos para combatir el estrés, la ansiedad y otras dolencias mentales emparentadas que además de esclavizarnos a la química, esquilman nuestros bolsillos empobreciéndonos con el regocijo de las farmacéuticas que ven como sus beneficios se incrementan exponencialmente.

La otra reacción ante el desmantelamiento del estado del bienestar con todos los perjuicios sociales que le acompaña no es agresividad contra Dios culpándole de los males que nos aquejan. Consiste, aunque no lo parezca, que Dios es quien controla la situación, que no se le ha escapado de sus manos y que permitiendo, no que las cometa, que las cosas sean tal como son es porque desea enseñarnos algo para nuestro bien. Pienso que sin dejarnos llevar por la ofuscación debemos hacernos una pregunta: ¿Cómo es mi relación con Dios? Ya sé que somos de aquellas personas que con el puño en alto culpamos a Dios de nuestros males. Si resulta que Dios no es el enemigo que disfruta haciéndonos sufrir, todo lo contrario, desea nuestro bien, y que la situación catastrófica en que estamos inmersos la tolera porque desea enseñarnos algo que será para nuestro beneficio. Si se niega la soberanía de Dios en todos los acontecimientos, el resultado es que al prescindir de su autoridad soberana las cosas nos van de mal a peor. ¿No nos damos cuenta de que al prescindir de Dios y dejarnos guiar por los dictados de nuestros corazones perversos nos ha llevado al caos que estamos viviendo? “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero terminan siendo senderos de muerte” (Proverbios 14:12).

Como personas rebeldes que somos Dios tiene que disciplinarnos con el fin de que nos pongamos en el lugar que nos corresponde por ser criaturas suyas. La realidad es que la desobediencia a Dios y no dejarnos guiar por sus mandamientos nos a llevado a la situación actual y sin saber cómo salir de ella. ¡Cuánto más pretendemos solucionarla más enfangados nos encontramos! A pesar de nuestra rebeldía Dios se nos dirige en estos términos: “No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección, porque el Señor a quien ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:11,12). “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1:7). La segunda parte de este versículo dice: “Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”. Una reflexión sincera nos ayudará a comprender que alzar los puños contra Dios descubre nuestra necedad y que nuestra insensatez por falta de sabiduría nos ha llevado a la desgracia que las noticias evidencian y al consumo desorbitado de antidepresivos i ansiolíticos.

El autor de Proverbios sigue escribiendo: “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, y que obtiene la inteligencia, porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más valiosa que las piedras preciosas, y todo lo que puedas desear, no se puede comparar a ella” (vv.13-15).El texto nos dice que la sabiduría divina es más valiosa que los bienes materiales más apreciados. Estos podemos perderlos en un parpadear. De hecho, con la actual crisis son muchos quienes los han perdido y muchos que vivían en la holganza han caído en la pobreza. En cambio, quien posee la sabiduría divina tiene un tesoro mucho más valioso que el ladrón más experto no le podrá robar. Los anuncios de las empresas de seguridad que avivan el miedo a los ladrones para hacer negocio no van con los ricos en la sabiduría divina.

El autor de Proverbios prosigue dándonos buenas noticias que contradicen los estereotipos que se dan del aburrimiento que ocasiona tomarse en serio la fe cristiana. He aquí la recompensa que acompaña poseer la sabiduría que proviene del temor de Dios: “Largura de días está en su mano derecha, en su izquierda riquezas y honra. Sus caminos son senderos deleitosos, y todas sus veredas paz. Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano, y felices son los que la retienen” (vv.16-18).

Al finalizar su artículo Viladecans escribe: “Pero a la gente, hoy, más que a la muerte, la angustia sobrevive y ver el horizonte como una línea trazada a lápiz, así: sin más. Sin futuro. Quizás lo que más nos cuesta es volver a creer en el mundo y en el hombre”. ¡Qué contraste entre la sabiduría humana y la divina!

Inestabilidad social

El estado del bienestar se desmorona por falta de justicia social
Octavi Pereña
martes, 16 de agosto de 2016, 10:54 h (CET)
“El daño más grande y la peor crisis del siglo XXI es la ansiedad, la incertidumbre y la angustia del presente. El futuro apenas cuenta. En estos momentos, cuando el hombre posee más medios para conocerse, más parece que se desconoce. La información es instantánea y global, los descubrimientos de toda índole avanzan y se sobreponen a gran velocidad…Y?” (Joan-Pere Viladecans, pintor. El Y? del artista es un interrogante que abre la puerta a las dudas que expone en su escrito Epidemia de patologías mentales.

El mundo actual está afectado por un capitalismo sin entrañas que desea conseguir los máximos beneficios a muy corto plazo. Este dinero de fácil obtener se consigue a base de recortes salariales hasta el extremo de sueldos de hambre, contratos laborales basura, largas y extenuantes jornadas laborales…Hoy ya se habla de la restauración de la esclavitud en el llamado Primer Mundo o Occidente. El desmantelamiento del estado del bienestar con la implantación de la precariedad como sistema tiene un coste social: la proliferación de trastornos mentales que comienzan a manifestarse en edades cada vez más jóvenes.

Esta situación puede provocar dos respuestas. Una es levantar los puños hacia el cielo y culpar a Dios de la situación existente. “Si existes” se acostumbra a decir, “por qué lo permites?” “Si eres un Dios tan bueno” como suelen decir los cristianos, “por qué permites que los seres humanos sufran de manera tan cruel como los medios de comunicación se encargan de visualizarlo?” Esta postura de odio hacia Dios agrava la situación de las personas que sufren debido a la opresión a que los someten los poderosos que se han convertido en esbirros que Satanás utiliza para llevar a cabo sus instintos homicidas. Reaccionar con odio hacia Dios por la realidad que nos toca vivir contribuye a aumentar la miseria porque esta actitud atiza el consumo de fármacos para combatir el estrés, la ansiedad y otras dolencias mentales emparentadas que además de esclavizarnos a la química, esquilman nuestros bolsillos empobreciéndonos con el regocijo de las farmacéuticas que ven como sus beneficios se incrementan exponencialmente.

La otra reacción ante el desmantelamiento del estado del bienestar con todos los perjuicios sociales que le acompaña no es agresividad contra Dios culpándole de los males que nos aquejan. Consiste, aunque no lo parezca, que Dios es quien controla la situación, que no se le ha escapado de sus manos y que permitiendo, no que las cometa, que las cosas sean tal como son es porque desea enseñarnos algo para nuestro bien. Pienso que sin dejarnos llevar por la ofuscación debemos hacernos una pregunta: ¿Cómo es mi relación con Dios? Ya sé que somos de aquellas personas que con el puño en alto culpamos a Dios de nuestros males. Si resulta que Dios no es el enemigo que disfruta haciéndonos sufrir, todo lo contrario, desea nuestro bien, y que la situación catastrófica en que estamos inmersos la tolera porque desea enseñarnos algo que será para nuestro beneficio. Si se niega la soberanía de Dios en todos los acontecimientos, el resultado es que al prescindir de su autoridad soberana las cosas nos van de mal a peor. ¿No nos damos cuenta de que al prescindir de Dios y dejarnos guiar por los dictados de nuestros corazones perversos nos ha llevado al caos que estamos viviendo? “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero terminan siendo senderos de muerte” (Proverbios 14:12).

Como personas rebeldes que somos Dios tiene que disciplinarnos con el fin de que nos pongamos en el lugar que nos corresponde por ser criaturas suyas. La realidad es que la desobediencia a Dios y no dejarnos guiar por sus mandamientos nos a llevado a la situación actual y sin saber cómo salir de ella. ¡Cuánto más pretendemos solucionarla más enfangados nos encontramos! A pesar de nuestra rebeldía Dios se nos dirige en estos términos: “No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección, porque el Señor a quien ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:11,12). “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1:7). La segunda parte de este versículo dice: “Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”. Una reflexión sincera nos ayudará a comprender que alzar los puños contra Dios descubre nuestra necedad y que nuestra insensatez por falta de sabiduría nos ha llevado a la desgracia que las noticias evidencian y al consumo desorbitado de antidepresivos i ansiolíticos.

El autor de Proverbios sigue escribiendo: “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, y que obtiene la inteligencia, porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más valiosa que las piedras preciosas, y todo lo que puedas desear, no se puede comparar a ella” (vv.13-15).El texto nos dice que la sabiduría divina es más valiosa que los bienes materiales más apreciados. Estos podemos perderlos en un parpadear. De hecho, con la actual crisis son muchos quienes los han perdido y muchos que vivían en la holganza han caído en la pobreza. En cambio, quien posee la sabiduría divina tiene un tesoro mucho más valioso que el ladrón más experto no le podrá robar. Los anuncios de las empresas de seguridad que avivan el miedo a los ladrones para hacer negocio no van con los ricos en la sabiduría divina.

El autor de Proverbios prosigue dándonos buenas noticias que contradicen los estereotipos que se dan del aburrimiento que ocasiona tomarse en serio la fe cristiana. He aquí la recompensa que acompaña poseer la sabiduría que proviene del temor de Dios: “Largura de días está en su mano derecha, en su izquierda riquezas y honra. Sus caminos son senderos deleitosos, y todas sus veredas paz. Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano, y felices son los que la retienen” (vv.16-18).

Al finalizar su artículo Viladecans escribe: “Pero a la gente, hoy, más que a la muerte, la angustia sobrevive y ver el horizonte como una línea trazada a lápiz, así: sin más. Sin futuro. Quizás lo que más nos cuesta es volver a creer en el mundo y en el hombre”. ¡Qué contraste entre la sabiduría humana y la divina!

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