WASHINGTON -- ¿Está vacilando el Presidente Obama en Afganistán, como afirman sus críticos? ¿O son los incondicionales que elogian su paso decidido los que lo han entendido a la primera? Ambas partes pasan por alto lo evidente: El presidente está aplicando casi seguro un abrazo calculado y desapasionado a sus socios en la empresa afgana para conseguir lo que necesita para una política exitosa.
Obama está orquestando un prolongado examen que es en realidad un instrumento político en sí mismo. Esa realidad (afortunadamente para Obama) queda eclipsada por la nociva atmósfera de filtraciones, contra-filtraciones y conjeturas que ha descendido sobre el estamento de Washington. Sin embargo, tres cosas están absolutamente claras:
En primer lugar, Hamid Karzai no puede ser aceptado como gobernante legítimo de Afganistán basándose en las elecciones celebradas en agosto. Debería aceptar una segunda vuelta inmediata o bien acceder a convertirse en el presidente ceremonial de Afganistán y designar un gobierno de unidad nacional para dirigir el país. Sólo entonces Estados Unidos y sus aliados podrán avanzar ampliando considerablemente la ayuda militar y civil a Kabul.
En segundo lugar, los miembros europeos de la OTAN deben incrementar considerablemente su participación (y su gasto) en los proyectos de reconstrucción civil y aportar más mano de obra. Casi desapercibido en el marco del acalorado debate en Washington en torno al número de tropas, el nuevo pacto norteamericano-europeo en contrainsurgencia es un rasgo esencial del informe secreto del General Stanley McChrystal remitido al presidente y convertido en éxito de tirada.
En tercer lugar, la administración Obama no debe caer en el juego de dejar que Pakistán se presente como una parte agraviada cuyas delicadas sensibilidades nacionales son injustamente ofendidas ante las insinuaciones de que su ejército y sus servicios de Inteligencia podrían estar explotando la ayuda estadounidense y alentando de manera encubierta el terrorismo.
Están haciendo justamente eso. Y se les debe seguir diciendo frontalmente que Washington está al tanto. El Congreso lo hizo diplomáticamente al aprobar un proyecto de ley que contiene ayudas a cinco años por valor de 7.500 millones de dólares y que requiere garantías de que el dinero no será robado - provocando protestas nacionalistas desde Islamabad.
Esta tercera tarea será más fácil si el Secretario de Defensa Robert Gates y los demás dejan de lamentarse públicamente por la forma en que "dimos la espalda" a Pakistán en 1989. La negativa de Pakistán a prestar atención a las advertencias norteamericanas contra el desarrollo de armas nucleares obligó a la administración de Bush padre - de la cual Gates era alto funcionario - a suspender las ayudas a un país decidido a convertirse en timador de la proliferación.
Pakistán entregó tecnología nuclear a Irán y Corea del Norte, y continuó su apoyo a los talibanes y las redes de Al-Qaeda por sus propias razones perversas de seguridad nacional y / o codicia - no por orgullo herido.
Sí, Pakistán es el problema más relevante y esencial de la lucha en Afganistán. Pero los precedentes de las administraciones de Bush hijo y Obama demuestran que sólo cuando Estados Unidos presiona - en lugar de pedir disculpas a Islamabad por el pasado o tratar de jugar al ajedrez estratégico tridimensional con sus gobernantes - Pakistán proporciona un apoyo importante a los objetivos estadounidenses.
El afgano Karzai se ha convertido en un problema similar para el Equipo Obama. Se resistió con éxito a los esfuerzos de Washington por obligarle a dimitir o convocar elecciones justas y libres en agosto. Las denuncias de fraude generalizado ponen en entredicho la capacidad de Karzai de trabajar con la administración, que ahora prefiere agitar las aguas en torno suyo en lugar de atacarle frontalmente. Obama dio un respaldo sutil pero claro al coordinador de la ONU Kai Eide en la cuestión del fraude dando órdenes al embajador norteamericano de comparecer junto a Eide en una conferencia de prensa celebrada en Kabul.
Sin embargo, esto deja sólo un arma con la que presionar a Karzai para que comparta el poder con afganos más honestos y competentes: la amenaza de la retirada norteamericana. Obama deja que la idea o algún sucedáneo suyo flote en el ambiente a medida que la revisión estratégica avanza ostentosamente, quizá para llamar la atención de Karzai. Pero hay una dura realidad detrás de la amenaza implícita que Washington y Kabul deben comprender: Obama podría verse conducido a rebajar de manera drástica el apoyo norteamericano si Karzai sigue siendo un obstáculo importante para el cambio. Karzai puede llevar a Afganistán al límite si no trabaja con Obama.
Una advertencia similar es trasladada a las naciones europeas que han rebajado todo lo que han podido el apoyo en combate al tiempo que destacan su compromiso en gran parte teórico con la reconstrucción y el desarrollo. McChrystal está seguro de que la OTAN debe ser más activa y estar profundamente involucrada en los esfuerzos de reconstrucción si Estados Unidos suma decenas de miles de efectivos a sus labores militares. Nuevas tropas europeas, incluso si las cifras son pequeñas, también son necesarias.
Afganistán se encuentra al borde del abismo, como reconoce prudentemente el análisis de Obama. Sólo un esfuerzo focalizado por parte de Washington y Kabul - entre otras capitales - puede alejarlo del borde. El presidente acierta al dar a ese mensaje tiempo para calar en todas partes, ver los resultados que produce, y luego actuar.