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Nuestra existencia es áspera y nuestro ser ciñe con los brazos la compostura, la delicadeza y la confianza halladas en el buen camarero

¿Qué le apetece tomar?

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Apenas pasan unos minutos de las cuatro de la tarde cuando mis acompañantes de origen galo y yo tenemos la inmensa fortuna de tomar asiento en el interior de un restaurante de la costa valenciana. Hasta llegar a este lugar antes intentamos encontrar mesa libre en otros establecimientos pero en ningún caso la suerte nos sonrió. Del local que nos ha acogido podría referir una retahíla interminable de adjetivos bondadosos concernientes a su luminosidad, limpieza, espaciosidad y, por supuesto, carta gastronómica. Sin embargo, apetecible es el calificativo que mejor define este sitio. ¿Por qué me preguntarán ustedes? Por la enorme profesionalidad y generosidad de sus camareros, mayormente.

Nuestro camarero se llama Ángel, no alcanza los treinta años de edad y según nos ha comentado procede de una localidad cercana a Soria. Todavía no nos ha preguntado qué deseamos tomar y ya se ha ganado nuestra admiración por su carácter afable, sus excelentes modales y su equilibrado sentido del humor demostrados en el recorrido comprendido entre la puerta de acceso al salón de la planta superior y la mesa que nos aguarda junto a una delgada terraza con vistas al Mediterráneo en vivo. Coincidirán conmigo en que un recibimiento así esfuma el cansancio e incita la conversación. Mejor comienzo, inimaginable. Una vez sentados, Ángel apunta las especialidades de la casa invitándonos a observar la carta con suficiente detalle. La presentación es esmerada y sugerente. La oferta de productos es variadísima. Los precios son razonables. Si le preguntamos por platos o ingredientes que desconocemos, se deshace en concisas y vistosas explicaciones. Si le pedimos recomendación, alude a las preferencias de Matilde y Vicente, los propietarios del restaurante que trabajan en una cocina sabia y experimentada, también joven e ilusionante. Las anotaciones de la comanda dejan traslucir la nobleza de ánimo, el tesón, el buen hacer y la simpatía de nuestro querido Ángel. El servicio prestado es inconmensurable se mire por donde se mire, pues el profesional venido de los campos de Castilla que se dirige a nosotros en un perfecto español y francés como se expresara en vida y obras aquel insigne catedrático que recaló en Baeza, es un camarero vocacional y no un transportista de alimentos. Entre sus idas y venidas, quienes me acompañan y yo, congratulados por lo satisfactorio del momento, percibimos que el resto de comensales del espacioso salón comedor disfruta tanto como nosotros por razón del magnífico servicio prestado por quienes les atienden en mesas libres de preocupaciones y colmadas de muy buen rollo.

Lo anterior viene a cuento de los últimos datos de nuestro mercado laboral conocidos hace escasos días. El Ministerio dirigido por Fátima Báñez informa que el empleo de camarero es el que más crece desde el inicio de la crisis económica cuantificando en doscientos diez mil los nuevos profesionales incorporados al sector hostelero. Hay quienes coligen de esa información que España va camino de convertirse en un país de camareros. Como quiera que un camarero no es comparable a un economista auditor, un ingeniero industrial o un abogado urbanista por aquello de la baja cualificación y el escaso valor añadido, tardamos en poner el grito en el cielo para afirmar que este Estado nuestro es un territorio de categoría ínfima si lo comparamos con alguna de esas potencias mayúsculas que ahora mismo nos vienen a la cabeza. Entre los comensales del restaurante a esta hora de la tarde hay afectados por la salida a bolsa de una entidad financiera que presuntamente no aportó sus cuentas anuales verificadas cuando empezó a cotizar, hay afectados por la instalación de programas informáticos fraudulentos en sus vehículos que trucan las emisiones de partículas contaminantes, y hay afectados por construcciones declaradas ilegales pendientes de orden judicial de demolición. Por unas horas, todas estas personas y otras tantas no exentas de fatigosos problemas, estamos quedando deslumbradas por la capacidad y la aplicación rectas de los camareros en el desempeño de su actividad. Nadie nos obliga a consumir en el ámbito del local y, sin embargo, ninguno optamos por el cash and carry, últimamente take away (en fin, el paga y llévatelo de toda la vida). Nuestra existencia es áspera y nuestro ser ciñe con los brazos la compostura, la delicadeza y la confianza halladas en el buen camarero. Tras un año agotador, este estío apetece tomar sustancias saludables de mucho alimento nutritivo y, también, anímico. Intuyo que la profesionalidad de Ángel está repartida en nuestra extensa geografía. ¡Aprovechémosla! Feliz verano a todos.

¿Qué le apetece tomar?

Nuestra existencia es áspera y nuestro ser ciñe con los brazos la compostura, la delicadeza y la confianza halladas en el buen camarero
Emilio Amezcua
lunes, 8 de agosto de 2016, 09:34 h (CET)
Apenas pasan unos minutos de las cuatro de la tarde cuando mis acompañantes de origen galo y yo tenemos la inmensa fortuna de tomar asiento en el interior de un restaurante de la costa valenciana. Hasta llegar a este lugar antes intentamos encontrar mesa libre en otros establecimientos pero en ningún caso la suerte nos sonrió. Del local que nos ha acogido podría referir una retahíla interminable de adjetivos bondadosos concernientes a su luminosidad, limpieza, espaciosidad y, por supuesto, carta gastronómica. Sin embargo, apetecible es el calificativo que mejor define este sitio. ¿Por qué me preguntarán ustedes? Por la enorme profesionalidad y generosidad de sus camareros, mayormente.

Nuestro camarero se llama Ángel, no alcanza los treinta años de edad y según nos ha comentado procede de una localidad cercana a Soria. Todavía no nos ha preguntado qué deseamos tomar y ya se ha ganado nuestra admiración por su carácter afable, sus excelentes modales y su equilibrado sentido del humor demostrados en el recorrido comprendido entre la puerta de acceso al salón de la planta superior y la mesa que nos aguarda junto a una delgada terraza con vistas al Mediterráneo en vivo. Coincidirán conmigo en que un recibimiento así esfuma el cansancio e incita la conversación. Mejor comienzo, inimaginable. Una vez sentados, Ángel apunta las especialidades de la casa invitándonos a observar la carta con suficiente detalle. La presentación es esmerada y sugerente. La oferta de productos es variadísima. Los precios son razonables. Si le preguntamos por platos o ingredientes que desconocemos, se deshace en concisas y vistosas explicaciones. Si le pedimos recomendación, alude a las preferencias de Matilde y Vicente, los propietarios del restaurante que trabajan en una cocina sabia y experimentada, también joven e ilusionante. Las anotaciones de la comanda dejan traslucir la nobleza de ánimo, el tesón, el buen hacer y la simpatía de nuestro querido Ángel. El servicio prestado es inconmensurable se mire por donde se mire, pues el profesional venido de los campos de Castilla que se dirige a nosotros en un perfecto español y francés como se expresara en vida y obras aquel insigne catedrático que recaló en Baeza, es un camarero vocacional y no un transportista de alimentos. Entre sus idas y venidas, quienes me acompañan y yo, congratulados por lo satisfactorio del momento, percibimos que el resto de comensales del espacioso salón comedor disfruta tanto como nosotros por razón del magnífico servicio prestado por quienes les atienden en mesas libres de preocupaciones y colmadas de muy buen rollo.

Lo anterior viene a cuento de los últimos datos de nuestro mercado laboral conocidos hace escasos días. El Ministerio dirigido por Fátima Báñez informa que el empleo de camarero es el que más crece desde el inicio de la crisis económica cuantificando en doscientos diez mil los nuevos profesionales incorporados al sector hostelero. Hay quienes coligen de esa información que España va camino de convertirse en un país de camareros. Como quiera que un camarero no es comparable a un economista auditor, un ingeniero industrial o un abogado urbanista por aquello de la baja cualificación y el escaso valor añadido, tardamos en poner el grito en el cielo para afirmar que este Estado nuestro es un territorio de categoría ínfima si lo comparamos con alguna de esas potencias mayúsculas que ahora mismo nos vienen a la cabeza. Entre los comensales del restaurante a esta hora de la tarde hay afectados por la salida a bolsa de una entidad financiera que presuntamente no aportó sus cuentas anuales verificadas cuando empezó a cotizar, hay afectados por la instalación de programas informáticos fraudulentos en sus vehículos que trucan las emisiones de partículas contaminantes, y hay afectados por construcciones declaradas ilegales pendientes de orden judicial de demolición. Por unas horas, todas estas personas y otras tantas no exentas de fatigosos problemas, estamos quedando deslumbradas por la capacidad y la aplicación rectas de los camareros en el desempeño de su actividad. Nadie nos obliga a consumir en el ámbito del local y, sin embargo, ninguno optamos por el cash and carry, últimamente take away (en fin, el paga y llévatelo de toda la vida). Nuestra existencia es áspera y nuestro ser ciñe con los brazos la compostura, la delicadeza y la confianza halladas en el buen camarero. Tras un año agotador, este estío apetece tomar sustancias saludables de mucho alimento nutritivo y, también, anímico. Intuyo que la profesionalidad de Ángel está repartida en nuestra extensa geografía. ¡Aprovechémosla! Feliz verano a todos.

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