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“Los malos, con tal de no perecer, pierden a los demás”. Fedro

La conjura de los necios

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Resulta sorprendente el constatar los miles de excusas, los enrevesados argumentos, las infantiles razones o los increíbles silogismos de los que se valen los políticos para justificarse, desdecirse de lo dicho, darle la vuelta a una situación que les incomoda o evitar comprometerse en algo que, aunque fuera conveniente, beneficioso para el pueblo, saludable para el país o provechoso para sus relaciones externas, ellos prefieren evitar. Los españoles hemos tenido ocasión, y seguimos en ello, de darnos cuenta de la frivolidad con la que se tratan, en ocasiones, temas de gran calado, de urgente consideración o de ineludible premura, sólo porque a unos señores, atenazados por su egoísmo, pendientes de su fanatismo o dominados por su ambición, no les conviene negociar, ceder, consensuar o tomar acuerdos, cuando el bien de la nación o el bienestar de sus ciudadanos pudiera estar en peligro a causa de ello.

Resulta poco menos que indignante observar como, después de una segundas elecciones a causa del fracaso de las primeras, cuando salió de ellas un claro vencedor, el que consiguió más votos y el que logró 52 escaños por encima del segundo clasificado; llevamos casi un mes durante el cual los perdedores, en un diabólico ejercicio de la más demencial política destructiva y, podríamos añadir que, incluso autodestructiva, se están empeñando con rara tenacidad, en impedir que se restablezca la normalidad en el país, se recobre el normal funcionamiento de nuestras instituciones y se reanuden aquellas tareas que permitan, a la nación, recobrar el pulso de nuestras industrias, comercios, negocios, inversiones y relaciones económicas internacionales, para que Europa pueda confiar en nuestra economía, los inversores reanuden sus compras en la bolsa española y, la lenta recuperación en la que está empeñada nuestra nación, pueda seguir avanzando, juntamente con la rehabilitación del empleo y la reavivación de nuestra industria que, de no remediarse cuanto antes los problemas que aún la afectan, corre el riesgo de volverse a estancar a causa de la abulia en la que vamos entrando todos los españoles ante tanto fracaso.

Y llegados a este punto, creemos que sería conveniente plantearnos si, todo lo que está sucediendo, la evidente falta de entendimiento de los líderes de los principales partidos políticos; las zancadillas que se ponen entre ellos, en ocasiones ante el asombro de los mismos militantes de sus respectivos partidos; el empeño en mantener líneas rojas que no tienen ningún sentido y que no debieran ser obstáculos insalvables para entenderse, en beneficio de los españoles; no es una pérdida de tiempo, no demuestra que quienes debieran actuar con sensatez, por las causas que fueren, parecen no poder o no querer hacerlo o si, el verdadero meollo de todo este sinsentido por el que la nación española está transcurriendo, no se debe a otra cosa que los dirigentes, a los que les cupiera encontrar la solución, están incapacitados para hacerlo, se han convertido en un estorbo para que se pudiera solucionar el problema de elegir un gobierno estable, eficiente y capaz de seguir el camino necesario, sin apartarnos de Europa y siguiendo lo que el sentido común nos indica, sin caer en cambios radicales, sin exponernos a perder todo lo conseguido o sin cometer las mismas torpezas que cometieron los de Syriza en Grecia y que tan alto precio han tenido que pagar los ciudadanos griegos por haberse fiados de un grupo comunista clonado de Podemos, y financiado desde el mismo comunismo bolivariano de los países bananero de Suramérica.

Parece evidente que, si las posturas se mantienen como parece que indican las declaraciones de los dirigentes de los cuatro partidos principales, entre los que se disputan el poder, por muchos que todos se rasguen las vestiduras cuando se les menciona la posibilidad de tener que acudir a unas terceras elecciones; la lógica nos indica que, si alguien no cede, si no se deja claro que sin los debidos apoyos no hay partido que consiga no ya sólo la investidura, sino que, si la alcanzase con la sola abstención de sus rivales; va a ser imposible gobernar, sacar adelante la nación o mantenerse en el ejercicio de sus funciones si, como es obvio que iba a suceder, el resto de la oposición, en la Cámara baja, se empeña en ir bloqueando todas las propuestas que lleve al Parlamento para ser convalidadas.

Y aquí ya entramos en el terreno de los descartes. Si partimos de la base de que España no puede permitirse seguir en una situación de desgobierno, si se precisan aprobar los PGE y establecer los límites de gasto para autonomías y municipios, si es preciso un gobierno fuerte para enfrentarse al gravísimo problema de Cataluña o si se hace indispensable cumplir con nuestros compromisos con Bruselas y comenzar a poner en marcha las acciones precisas para regular nuestro déficit público y demás cuestiones fundamentales que es preciso activar antes de que sea demasiado tarde para ello; creemos que, lo más sensato fuera: que los partidos se reunieran; aceptaran que estamos ante una situación de bloqueo institucional; tomaran conciencia de que, con los actuales dirigentes políticos no hay fórmula posible para alcanzar el acuerdo preciso y, en vista de lo cual, acordaran que en todos ellos celebraran sendos congresos para cambiar sus líderes actuales y fueran sustituidos por otros que fueran más flexibles, que antepusieran el bien de España y los españoles a las políticas de partido o a sus propios intereses personales. Unos nuevos dirigentes capaces de partir de cero, dejando atrás líneas rojas, antipatías personales, censuras y condicionamientos previos que, en alguna forma, pudieran obstaculizar el llegar a acuerdos de gobernabilidad de los que tan necesitados estamos.

¿Qué es difícil que fuera aceptado? Seguramente, ¿qué algunos pondrían como excusa la posible reacción de las bases? Una encuesta reciente, celebrada entre los socialistas, contrariamente a lo que han venido alegando los miembros de la cúpula del partido, avanza que, un 63 por ciento de los socialistas, estarían dispuestos a que se dejara gobernar al PP. Pero lo que nos preguntamos ¿existe alguna alternativa razonable para impedir que se vayan sucediendo nuevas elecciones sin que, en ninguna de ellas, se vayan repitiendo los mismos condicionamientos que estamos constatando que se dan en la actualidad? O esto o acordar, por un año o dos, un gobierno meramente técnico, de expertos, que fuera capaz de dar salida a los problemas más urgentes, a controlar el cumplimiento de los límites de nuestro déficit público y a mantener, sin pasarse de los límites que nos señala la UE y llevando a cabo sus instrucciones en lo referente a su progresiva amortización y a la del ajuste del déficit público a los parámetros que se nos han asignado, cuando se anuló la multa que estábamos obligados a pagar.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, da la sensación de que estamos metidos en un callejón sin salida o, lo que es peor, con una única y ominosa salida, que señala a la misma o peor situación en la que nos encontrábamos cuando el señor Rodríguez Zapatero tiró la toalla y convocó elecciones el 20 de Noviembre del 2011. Es evidente que, si hemos estado desde el 2008 intentando superar una situación que nos llevaba directamente a la quiebra soberana o, en su lugar, a pedir el rescate a los famosos Hombres de Negro; si hemos pasado 8 años en la cuerda floja, sacrificándonos, aguantando un desempleo insoportable, bajando los salarios, con las pensiones congeladas o semicongeladas, soportando un desmoronamiento bancario como consecuencia de la caída de la burbuja inmobiliaria y debiendo superar la desconfianza de los inversores foráneos para luchar contra la subida de los intereses de la deuda, para superar la prima de riesgo, que llegó a los 700 puntos básicos respecto al bono alemán; y lo hemos hecho con valentía, sin achantarnos y con tenacidad a pesar de los inconvenientes que se han tenido que superar; sería algo imperdonable que ahora, cuando es evidente que las condiciones económicas, el desempleo, las afiliaciones de autónomos y el resurgir de las industrias y comercios nos auguran un futuro mejor; resulte que, por unos insensatos, unos políticos que están por debajo de sus responsabilidades y ante el peligro de que, por su culpa, España entrara en un periodo de cambio, pero no de un cambio positivo, sino de un cambio al estilo del de Venezuela, que es lo que están esperando, escondidos en su cueva, los señores de Podemos, valerse de que, los que ahora se están enzarzando en peleas de cafetucho, se destrocen entre sí para, cuando llegue el momento oportuno, aparecer de nuevo como los únicos capaces de salvar el país; solo que, en este caso, si caemos en sus manos, ya no hay salvación posible para los ciudadanos españoles ni para España.

La conjura de los necios

“Los malos, con tal de no perecer, pierden a los demás”. Fedro
Miguel Massanet
viernes, 5 de agosto de 2016, 09:26 h (CET)
Resulta sorprendente el constatar los miles de excusas, los enrevesados argumentos, las infantiles razones o los increíbles silogismos de los que se valen los políticos para justificarse, desdecirse de lo dicho, darle la vuelta a una situación que les incomoda o evitar comprometerse en algo que, aunque fuera conveniente, beneficioso para el pueblo, saludable para el país o provechoso para sus relaciones externas, ellos prefieren evitar. Los españoles hemos tenido ocasión, y seguimos en ello, de darnos cuenta de la frivolidad con la que se tratan, en ocasiones, temas de gran calado, de urgente consideración o de ineludible premura, sólo porque a unos señores, atenazados por su egoísmo, pendientes de su fanatismo o dominados por su ambición, no les conviene negociar, ceder, consensuar o tomar acuerdos, cuando el bien de la nación o el bienestar de sus ciudadanos pudiera estar en peligro a causa de ello.

Resulta poco menos que indignante observar como, después de una segundas elecciones a causa del fracaso de las primeras, cuando salió de ellas un claro vencedor, el que consiguió más votos y el que logró 52 escaños por encima del segundo clasificado; llevamos casi un mes durante el cual los perdedores, en un diabólico ejercicio de la más demencial política destructiva y, podríamos añadir que, incluso autodestructiva, se están empeñando con rara tenacidad, en impedir que se restablezca la normalidad en el país, se recobre el normal funcionamiento de nuestras instituciones y se reanuden aquellas tareas que permitan, a la nación, recobrar el pulso de nuestras industrias, comercios, negocios, inversiones y relaciones económicas internacionales, para que Europa pueda confiar en nuestra economía, los inversores reanuden sus compras en la bolsa española y, la lenta recuperación en la que está empeñada nuestra nación, pueda seguir avanzando, juntamente con la rehabilitación del empleo y la reavivación de nuestra industria que, de no remediarse cuanto antes los problemas que aún la afectan, corre el riesgo de volverse a estancar a causa de la abulia en la que vamos entrando todos los españoles ante tanto fracaso.

Y llegados a este punto, creemos que sería conveniente plantearnos si, todo lo que está sucediendo, la evidente falta de entendimiento de los líderes de los principales partidos políticos; las zancadillas que se ponen entre ellos, en ocasiones ante el asombro de los mismos militantes de sus respectivos partidos; el empeño en mantener líneas rojas que no tienen ningún sentido y que no debieran ser obstáculos insalvables para entenderse, en beneficio de los españoles; no es una pérdida de tiempo, no demuestra que quienes debieran actuar con sensatez, por las causas que fueren, parecen no poder o no querer hacerlo o si, el verdadero meollo de todo este sinsentido por el que la nación española está transcurriendo, no se debe a otra cosa que los dirigentes, a los que les cupiera encontrar la solución, están incapacitados para hacerlo, se han convertido en un estorbo para que se pudiera solucionar el problema de elegir un gobierno estable, eficiente y capaz de seguir el camino necesario, sin apartarnos de Europa y siguiendo lo que el sentido común nos indica, sin caer en cambios radicales, sin exponernos a perder todo lo conseguido o sin cometer las mismas torpezas que cometieron los de Syriza en Grecia y que tan alto precio han tenido que pagar los ciudadanos griegos por haberse fiados de un grupo comunista clonado de Podemos, y financiado desde el mismo comunismo bolivariano de los países bananero de Suramérica.

Parece evidente que, si las posturas se mantienen como parece que indican las declaraciones de los dirigentes de los cuatro partidos principales, entre los que se disputan el poder, por muchos que todos se rasguen las vestiduras cuando se les menciona la posibilidad de tener que acudir a unas terceras elecciones; la lógica nos indica que, si alguien no cede, si no se deja claro que sin los debidos apoyos no hay partido que consiga no ya sólo la investidura, sino que, si la alcanzase con la sola abstención de sus rivales; va a ser imposible gobernar, sacar adelante la nación o mantenerse en el ejercicio de sus funciones si, como es obvio que iba a suceder, el resto de la oposición, en la Cámara baja, se empeña en ir bloqueando todas las propuestas que lleve al Parlamento para ser convalidadas.

Y aquí ya entramos en el terreno de los descartes. Si partimos de la base de que España no puede permitirse seguir en una situación de desgobierno, si se precisan aprobar los PGE y establecer los límites de gasto para autonomías y municipios, si es preciso un gobierno fuerte para enfrentarse al gravísimo problema de Cataluña o si se hace indispensable cumplir con nuestros compromisos con Bruselas y comenzar a poner en marcha las acciones precisas para regular nuestro déficit público y demás cuestiones fundamentales que es preciso activar antes de que sea demasiado tarde para ello; creemos que, lo más sensato fuera: que los partidos se reunieran; aceptaran que estamos ante una situación de bloqueo institucional; tomaran conciencia de que, con los actuales dirigentes políticos no hay fórmula posible para alcanzar el acuerdo preciso y, en vista de lo cual, acordaran que en todos ellos celebraran sendos congresos para cambiar sus líderes actuales y fueran sustituidos por otros que fueran más flexibles, que antepusieran el bien de España y los españoles a las políticas de partido o a sus propios intereses personales. Unos nuevos dirigentes capaces de partir de cero, dejando atrás líneas rojas, antipatías personales, censuras y condicionamientos previos que, en alguna forma, pudieran obstaculizar el llegar a acuerdos de gobernabilidad de los que tan necesitados estamos.

¿Qué es difícil que fuera aceptado? Seguramente, ¿qué algunos pondrían como excusa la posible reacción de las bases? Una encuesta reciente, celebrada entre los socialistas, contrariamente a lo que han venido alegando los miembros de la cúpula del partido, avanza que, un 63 por ciento de los socialistas, estarían dispuestos a que se dejara gobernar al PP. Pero lo que nos preguntamos ¿existe alguna alternativa razonable para impedir que se vayan sucediendo nuevas elecciones sin que, en ninguna de ellas, se vayan repitiendo los mismos condicionamientos que estamos constatando que se dan en la actualidad? O esto o acordar, por un año o dos, un gobierno meramente técnico, de expertos, que fuera capaz de dar salida a los problemas más urgentes, a controlar el cumplimiento de los límites de nuestro déficit público y a mantener, sin pasarse de los límites que nos señala la UE y llevando a cabo sus instrucciones en lo referente a su progresiva amortización y a la del ajuste del déficit público a los parámetros que se nos han asignado, cuando se anuló la multa que estábamos obligados a pagar.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, da la sensación de que estamos metidos en un callejón sin salida o, lo que es peor, con una única y ominosa salida, que señala a la misma o peor situación en la que nos encontrábamos cuando el señor Rodríguez Zapatero tiró la toalla y convocó elecciones el 20 de Noviembre del 2011. Es evidente que, si hemos estado desde el 2008 intentando superar una situación que nos llevaba directamente a la quiebra soberana o, en su lugar, a pedir el rescate a los famosos Hombres de Negro; si hemos pasado 8 años en la cuerda floja, sacrificándonos, aguantando un desempleo insoportable, bajando los salarios, con las pensiones congeladas o semicongeladas, soportando un desmoronamiento bancario como consecuencia de la caída de la burbuja inmobiliaria y debiendo superar la desconfianza de los inversores foráneos para luchar contra la subida de los intereses de la deuda, para superar la prima de riesgo, que llegó a los 700 puntos básicos respecto al bono alemán; y lo hemos hecho con valentía, sin achantarnos y con tenacidad a pesar de los inconvenientes que se han tenido que superar; sería algo imperdonable que ahora, cuando es evidente que las condiciones económicas, el desempleo, las afiliaciones de autónomos y el resurgir de las industrias y comercios nos auguran un futuro mejor; resulte que, por unos insensatos, unos políticos que están por debajo de sus responsabilidades y ante el peligro de que, por su culpa, España entrara en un periodo de cambio, pero no de un cambio positivo, sino de un cambio al estilo del de Venezuela, que es lo que están esperando, escondidos en su cueva, los señores de Podemos, valerse de que, los que ahora se están enzarzando en peleas de cafetucho, se destrocen entre sí para, cuando llegue el momento oportuno, aparecer de nuevo como los únicos capaces de salvar el país; solo que, en este caso, si caemos en sus manos, ya no hay salvación posible para los ciudadanos españoles ni para España.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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