Corrida de la Hispanidad (Sevilla)
En el último asalto a la temporada llegó la revelación. Otra más que se suma a la de Luque por San Miguel, y que nació bajo los vuelos del capote de un niño precoz de Tobarra. Nadie daba crédito, de Albacete tuvo que venir el hijo de su madre a enseñarnos a nosotros que es eso del toreo.
En el quite al tercero de la tarde todo salió perfecto y templado a la verónica. Aviso a navegantes, Albacete no termina en Chicuelo II, como torea Pinar... Estaba claro que nunca debemos perder la esperanza en esto de los toros por muy mal que embistan los astados de San Miguel, que lo que se dice servir no sirvió ni uno y de no ser por Rubén otro gallo nos cantaría.
El torero albaceteño bien conocido ya esta plaza, desorejó en su última comparecencia sevillana, la margarita del arte del toreo por redondos colosales, en dos series eternas y un puñado de naturales sueltos de dos en uno. Qué lección de sabiduría, temple y colocación frente a un toro pintado en alfileres. Sumo a todo ello su torería en los cambios de mano, la forma airosa de salirse de la cara del animal e irse corriendo al morrillo en la suerte más suprema de todas, hacía tiempo que no veía ver matar un toro de tu a tu. Rubén Pinar sumó puntos y se colocó a la cabeza de la temporada sevillana en el día de la Hispanidad como mejor exponente a una raza que se asemeja a la del gran Juli y que pide su porción de gloria en la nueva generación de jóvenes maestros ilustres de nuestro tiempo. ¿Y que fue de los trofeos a esta su primera faena? Pues que pese a semejante obra esculpida en la arena regalo a la memoria de los presentes, y tras una fortísima petición generalizada solo se le otorgó finalmente al diestro una miserable oreja de consolación. No había derecho, a tal favor, tal honor era lo mínimo que debiéramos conceder ante semejantes hechos irrepetibles. Pronto la bronca monumental no se hizo esperar a mí querida amiga la presidenta, hacía tiempo también que no veía el público de la Maestranza en pie de guerra, parecía el de farolillos de los ochenta. AL final toda la tarde se diluyó como una vela, Cortés y Bolívar poco pudieron hacer ante semejante encierro, encerrona diría yo de toros flojos y vacíos de bravura y nobleza, antítesis del toro de lidia. Pinar en el último sopló de la tarde volvió a ilusionarnos por alegres gaoneras y chicuelinas de la Alameda, abrochadas con una media de cartel. ¡Olé los Pinares de Tobarra! Que sombra de buen toreo dan…Despacito y con buena letra se lo llevó Rubén al toro hasta la misma linde del redondel para torearle con la diestra en tres series arrancadas desde la media alturita. Uno, otro y se acabó. Nada, no hay más que hacer el toro pide la hora y con la zurda nos rescata, nos regala, nos premia Pinar a todos in extremis: el natural, el pedazo de natural tamaño acueducto de Segovia, almohada de la gracia y la belleza. Al galope llegan los caballos tras los pinchazos, la tarde lentamente se cubre de luces y sombras…suena la vieja trompeta de caballería en su último lamento. En el centro un hombre, una estatua andante ,y tras de sí su sombra, es Rubén Pinar de rosa gloria y oro.