La perpleja prensa mundial se hace eco de la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente de los EE.UU., Barack Obama, personaje desconocido fuera de su entorno inmediato antes de su carrera presidencial y archimulticonocido gracias al marketing y los mass media, desde su ascenso a la presidencia, hace tan sólo ocho meses.
La Comité Nobel Noruego del Parlamento Noruego que es quien otorga el de la paz, chochea. Lo demostró ya con la concesión del mismo galardón al chapucero Al Gore, ex-futuro presidente como gusta ser denominado, uno de los personajes más controvertidos y más contaminantes personalmente, así sea a la atmósfera con su jet privado entre otros elementos y a la mente de las buenas gentes con su apocalíptica llamada a la gravedad por la proximidad del fin del mundo si el planeta no gasta centenares de miles de millones de dólares todos los años en favor de las multinacionales que han de proporcionar los artilugios indispensables para frenar las emisiones antropogénicas –como decía el otro día un cursi por la televisión– de CO2 a la atmósfera. Cuando de todos es sabido y ocultado interesadamente por el IPCC que el hombre emite a la atmósfera menos del 5% de las emisiones totales de CO2 del planeta. Y además no es la causa del supuesto calentamiento global, como ha venido sucediendo a lo largo de la Historia y hasta de la Prehistoria. Y quién sabe el clima que hará dentro de 200 años.
Viene siendo manifiesto, por si había alguna duda que Barack Obama es el producto y cabeza visible del lobby financiero-político que lo ha aupado a la presidencia. A nadie se le oculta que un hombre solo y desconocido del gran público como él, carece de posibilidades de ser presidente si no dispone del descomunal aparato de campaña y las ingentes sumas de dinero captadas para darle la notoriedad que los suyos manejaron con la astucia de un gabaonita.
Obama no ha sacado aún un solo preso del campo de concentración de Guantánamo. Mantiene la guerra de Irak y enviará más tropas a Afganistán, su mediación en el conflicto árabe israelí ha sido nula hasta el presente. Su buque insignia, la sanidad pública sigue en el alero. Su trayectoria profesional y política está profundamente entrelazada con el conflicto racial, lo cuál no es de extrañar en un activista mestizo. Ahora se acaba de comprometer con los derechos humanos de gays y lesbianas para acabar con la discriminación; muy en su línea.
Visto lo visto es asombroso que el COI no fallase a favor de Chicago, ciudad candidata a la organización de los JJOO de 2016 y ciudad de adopción del propio Obama, quien defendió la candidatura en un raid aéreo de Washington a Copenhagen, viaje que no gustó a propios ni extraños y encima no se llevó la designación olímpica.
Así pues, la concesión del Nobel de la Paz por sus prometedoras palabras es un brindis al sol. El mayor galardón del mundo civilizado se otorga a toda una vida de dedicación a una causa íntegra, honesta y decente, no a una promesa por muy a pies juntillas que se haga, como suele Obama hacer sus alocuciones.
Por la misma razón, la Congregación para la Causa de los Santos podría haber iniciado el proceso de beatificación y canonización de Barack Obama, pues parece que tal es el camino que con sus palabras se ha trazado. A qué esperar si puede ya concedérsele todo en vida. ¿Por qué no declararlo santo por lo que ha dicho que va a hacer? ¿Qué mayor garantía de cumplimiento que haberlo prometido? Aunque sea un político; ellos siempre cumplen lo que prometen… ¡Palabra de Obama! ¡Pues toma Nobel!
En cualquiera de los casos, este premio no deja de ser otra prueba más de los largos tentáculos que mueven los hilos del mundo. ¿Por qué tanta prisa en darle el Nobel? ¿Será que alguien piensa que no lo va a poder recibir cuando lo merezca si llega a merecerlo? Porque desde luego, ahora no lo merece en modo alguno ni hay asomo de que vaya a merecerlo algún día al paso que va.