El orbe se ha sorprendido de la decisión de darle al presidente norteamericano el premio nobel de la paz, por inesperada, pero también por prematura, y precipitada decisión.
Es cierto que el acceso a la presidencia estadounidense de Obama, el primer hombre de color que detenta dicho cargo, en un país con sus peculiaridades de racismo reciente, no deja de ser un cambio casi revolucionario. Su verbo fácil, sus orígenes modestos, y su apuesta por los débiles y los derechos humanos le honran.
Pero no es menos cierto, que la política en el mundo anglosajón si por algo se caracteriza es por su pragmatismo, al que Obama tendrá que atender una vez ejercido su carisma –pragmáticamente difundido- de defensor de derechos humanos, y de pretensión de cambios en la vida pública norteamericana. Pues si quiere conservar el poder –primer deber que se plantea todo político- habrá de contar con los vencidos en las últimas elecciones, que han llevado una política radicalmente diferente a la que anuncia Obama. De hecho le han levantado una fuerte contestación pública en su pretensión de reforma del sistema sanitario público.
Además en política exterior, mientras EEUU sea la mayor potencia del planeta, difícilmente podría instalarse un “irenismo” bondadoso y caritativo en su acción externa, pues muchos son los intereses norteamericanos en todo el mundo, y de sus multinacionales, que requieren que se defiendan, y a veces no sólo con palabras. Por tanto, llegamos al quid de la cuestión de la política internacional, la opción entre el realismo político y el idealismo político, el primero procurando la defensa de los intereses nacionales norteamericanos, belicismo y desigualdad en función de sus propios fines, y el segundo envuelto en las declaraciones de derechos humanos, pacifismo e igualdad. Puede que gran parte de sus votantes le pidan que adopte esta segunda postura, pero no cabe duda que los grandes poderes fácticos norteamericanos le exigirán que opte por la primera, a la que acaban finalmente sumándose las masas, que quieren adquirir el ideal de vida americana que le venden sus manipuladores. Y ese es un difícil equilibrio, que sólo Carter alteró puntualmente, y le costó la presidencia, tras el conflicto de los rehenes de la embajada norteamericana en Teherán.
Resulta también bastante contradictorio, que el país que mayor ejército y tecnología militar tiene y desarrolla – incluída la energía nuclear- vaya a ser el adalid de pacifismo. Pues en frente se encuentran satrapías terroristas, totalitarias y belicistas que no le van a permitir que baje la guardia, como son los casos de Irán, China, e incluso Rusia, junto a movimientos como el fundamentalismo islámico extendido por muchas regiones mundiales.
De donde deducimos que los del premio nobel han confundido un halcón con una paloma, en su afán de extender sus beneméritas ideas pacifistas. Lo que demuestra, que al menos el marketing político de Obama sigue consiguiendo éxitos, que para sí los quisieran muchos políticos autóctonos.
Todo lo cual nos lleva a concluir, que –dado que la biografía de Obama está abierta, quiera Dios que por muchos años, y está recién llegado a la Casa Blanca- deberían de haber esperado ver su trayectoria vital para pronunciarse sobre una cuestión de esta importancia. Salvo que en su pragmatismo, los del nobel busquen otros fines distintos del prestigio de sus premios.