Sería bueno creer que la próxima vez las cosas serán diferentes.
"¿Qué sentido tiene rescatarlos si luego no hay empleos?'' pregunta uno de los organizadores de la protesta navideña en la República de las Ventanas y las Puertas, la compañía de Chicago cuyos trabajadores despedidos llevaron a cabo una sentada pacífica de seis días el diciembre pasado para recuperar aquello a lo que tenían derecho. Las escenas de la ocupación se presentan en la nueva película de Michael Moore, "Capitalismo: una historia de amor".
El expediente de regulación de empleo se abrió mucho antes de que el índice de paro alcanzara el máximo en 26 años del 9,8%, una cifra que oculta la profundidad de la crisis laboral porque no cuenta a aquellos que han dejado de buscar un puesto de trabajo o que trabajan a media jornada, o a aquellos que no son contabilizados en el recuento oficial a causa del anticuado sistema bajo el que contamos a los parados. La película de Moore se preparó para su distribución antes de que Goldman Sachs y las demás empresas de Wall Street que recibieron dinero del contribuyente anunciaran que ahora las cosas les van bien, gracias.
La protesta era el tipo de levantamiento que Moore ha defendido durante mucho tiempo. Fue un acto descarado de rebelión contra un sistema económico anquilosado que ha destruido gran parte de aquello en lo que Moore ha creído alguna vez, desde el empleo en una cadena de montaje de enchufes que tenía su padre a las ventajas de clase media de las escuelas católicas y las vacaciones familiares, pasando por la propia General Motors - el alma en tiempos de su ciudad natal de Flint, Michigan
Ahora hay empresas como Condo Vultures.
Moore recoge los esfuerzos de esta empresa de Florida mientras devora apartamentos cuyos inquilinos han sido desahuciados por una fracción del precio que pagaron sus propietarios. La diferencia entre los especuladores inmobiliarios y los buitres del mundo animal, dice uno de los primeros representantes de la empresa a Moore, es que los de Condo Vultures no vomitan sobre sí mismos.
Puede usted estar harto del estilo de Moore. Pero más inquietante es ver cómo el clamor del cambio se ha disipado desde el escándalo público de los rescates al sector de las finanzas el año pasado.
La inyección de 700.000 millones de dólares de dinero del contribuyente en instituciones financieras probablemente evitó un colapso bancario global. Pero no ha servido para impedir que millones de estadounidenses pierdan sus puestos de trabajo, sus casas, su escasa fe en que el trabajo duro y el compromiso de alguna manera puedan aislarles de enfrentarse a lo peor.
Entonces, ¿de qué sirvió rescatar a los bancos si no hay ningún puesto de trabajo?
Se suponía que ese era el objetivo, poner en marcha el crédito para que las empresas pudieran seguir operando. Sin embargo, los mercados de crédito siguen siendo rígidos y los trabajadores están paralizados por la pérdida de empleo, los recortes de las nóminas y las congelaciones salariales.
La urgencia febril con la que el rescate fue impuesto por la administración Bush e implantado el año pasado por el Congreso Democrático se ha acompañado de vacilación en mitad de la crisis del empleo. La Cámara ha aprobado una ampliación de las prestaciones por desempleo destinada a los parados de larga duración; el Senado no ha hecho nada. La Casa Blanca Obama lentamente reflexiona sobre sus opciones y nadie - ¡claro que no! -- está dispuesto a decir que debería de haber otro gran paquete de estímulo.
Mientras tanto, el mercado laboral se ha estancado en lo que se suponía iba a ser el verdadero proyecto de empleo público: La re-regulación de una industria que operaba con total libertad.
La legislación de reforma del mercado de tarjetas de crédito fue aprobada, pero los bancos cargaron comisiones desproporcionadas a los titulares de las tarjetas de débito en números rojos. La Cámara tomó medidas contra los préstamos hipotecarios abusivos en mayo; el Senado aún no ha hecho nada. El intercambio de deuda titular izada sigue sin estar regulado. También lo están los fondos de cobertura. La legislación que promulga un mayor crédito al consumo está paralizada. Una legislación que habría permitido a los tribunales de cuentas alterar el importe de las letras de las hipotecas -- igual que hacen con los préstamos a empresas -- fue tumbada.
Las industrias financiera, inmobiliaria y aseguradora -- la troika en el corazón de la crisis -- dedicó más de 459 millones de dólares el año pasado a presionar al Congreso, según el Center for Responsive Politics. Eso es más que ningún otro sector aparte del esperado campeón de la presión política del año 2008, la industria médica. La cifra para 2009 no ha sido calculada.
Si yo me gastara casi 500.000 millones de dólares para que usted me preste atención, ¿me escucharía? Esta es la apuesta que hace la industria financiera. Sigue dando excelentes resultados.
Y este es el escándalo del gran rescate a los bancos. El rescate fue necesario para evitar el pánico generalizado a la depresión mundial. Pero después se suponía que debía responder a la justificada indignación de la ciudadanía con un régimen de reglamentación duro. El mal funcionamiento político que obstaculiza esta parte del acuerdo es el verdadero fallo del sistema.