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“Lejos de Sefarad. Poemas de la ciudad de Lucena”. Asociación Cultural CRECIDA

Sefarad en el recuerdo

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Escribe el poeta madrileño, de raíces andaluzas, Jorge de Arco este emotivo verso: “No tengo otra moneda que el recuerdo”.

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Y ahí está el poeta, dispuesto a ver (más que a mirar), expectante, observando un espacio, una imagen (en esta ocasión una ciudad sureña, como Lucena), en donde la mirada del poeta portugués Fernando Cabrita ha quedado paralizada; su pupila ha recibido un golpe, un impacto del que queda prendido hasta que vuelve a cerrar los ojos y, entonces, esa impresión ya es parte de su sangre, camina por sus arterias y se borda de esperanza. El poeta, Fernando, ve con los ojos del recuerdo, tal y como escribió Rilke en sus “Apuntes de Malte Laurids Brigge”: “para escribir un solo verso... es necesario tener RECUERDOS... Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”.

Y así, en ese proceso, Fernando Cabrita acaba de saber, ha entendido, como si se tratase de un ónfalo, que “nuestra casa era una nación” (p.35). Con este verso, el poeta ya ha aprehendido el libro en su conjunto, ya es depositario de un mensaje que en su palabra se hace recuerdo vivo, emoción, luminaria, magia, cauce de agua y presencia de los olvidados: “Y estos son los nombres de quienes perdieron su patria y su vida / y han sufrido tortura, destrucción y exilio. / Y estos son los lugares donde les dieran muerte / y las fosas donde los dejaran pudrirse entre árboles anónimos. / Y estas son las calas y caminos por donde se fueran de la patria suya hasta entonces” (p.47), contenido en el extraordinario poema “In Memoriam”.

“Lejos de Sefarad. Poemas de la ciudad de Lucena” es un sólido poemario, elaborado con dieciséis composiciones que a modo de patrimonio lírico, surge desde la piel de un antiguo paraíso en donde se remansa el aroma de la nostalgia, entre las calles de este pueblo sureño que reclama la vida de sus hijos sefardíes, una isla al borde del olvido. Y es éste, precisamente, el milagro que se experimenta al leer los poemas, un texto en donde el escritor hace funcionar la memoria como método, como motor del libro. Memoria desde donde regresa la voz de Moshé Ibn Ezra, que nuestro poeta oye (“escucho voces distantes en el viento” –p.9-) y que dice ver como un fantasma “por entre la geometría íntima de las casas” (p.9). Pero Moshé no está solo, le acompañan Isaac Alfasi, las familias Benayon, Bechimol o Benzaken, que se erigen en el testimonio de la ausencia, del dolor y del recuerdo.

Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”, y es este es el mecanismo empleado por nuestro autor para anular el conjuro del destino y hacer posible el prodigio de devolver a los sefardíes exiliados la posibilidad del regreso, de hacerlos presentes, de anular el olvido: “Algún día alguien nos llevará de vuelta a casa …/… y alguien llamará con pasada voz / los nombres que tuvimos y nunca olvidaremos” (p.39). Y así es como Fernando Cabrita abre portillos y ventanas, para que retornen a través de sus poemas todos aquellos que un día fueron injustamente expulsados de su casa, tal y como nos enseñó el poeta hondureño Roberto Sosa a través de su lírica del compromiso: “Por eso / he decidido –dulcemente- / -mortalmente- / construir / con todas mis canciones / un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen, / uno por uno, / los hombres humillados de la Tierra”. “Lejos de Sefarad” es un poemario que va desgranando la evolución del exilio personal, del transcurso de la existencia, de la diáspora (“Lloro mi país perdido …/… ¡Oh Cautiverio Nuevo, cuyas cadenas son distancia y tierra ignota.” –p.35-; “Y sólo tenemos como nuestro un poema de exilio que no sabemos recitar” –p.37-). La meditación, la mirada interior y la memoria son el recurso posible en donde el tiempo se estanca para dar paso al prodigio de la inmortalidad, gracias a la resurrección que se esconde en las palabras y que hace posible el regreso en la voz, en la palabra del poeta.

Fernando Cabrita se erige, desde este poemario, como gallardete de los débiles, de quienes han quedado sin voz, antorcha viva de aquellos que un día fueron injustamente postergados (“¿habrá algún anciano, en un pueblo triste, que aún pronuncie nuestro nombre?” –p.17-). “Lejos de Sefarad” es, además de un bello y hermoso poemario, de una factura impecable, el testimonio -del poeta- elevado a categoría de símbolo plenamente estético, perdurable y universal: “Siempre hubo un silencio que se recitaba en el canto de los pájaros” (p.23), “Yo fui ese pájaro / perdido dentro de mí y en todos los viajes” (p.57).

La armoniosa cadencia con que está escrito el poemario me hace recordar el suave rumor musical de las aguas que corren por los canales de las acequias o en los molinos arabescos. La templanza semántica que ha sabido crear Fernando Cabrita confiere al texto la eufonía necesaria para acompañar a la voz poética. Voz que se sustenta sobre un lenguaje claro, preciso, entendible y directo, silente, sin estridencias, con la ágil prestancia de una gacela o el rumor del viento en las dunas. En definitiva, un poemario que hace apuesta por la belleza convertida en palabra o por la palabra que se transmuta en belleza. Belleza, equilibrio y armonía se dan la mano en esta composición de rescates y vindicaciones por aquellos hijos que amaron y siguen amando su casa enraizada en este lugar llamado Sefarad: “Guardo y guardaré para siempre la llave del sur que abriera nuestro hogar …/… De nostalgia bordamos nuestros huertos …/… De nostalgia bordamos toda la esperanza.” (p.19), versos que tanto me recuerdan aquellos otros del poeta iraquí Hilal Nachi: “Somos ceniza, ceniza de hombres, sombra de una llama ../… bordamos nuestra historia con estrellas”.

Escribía el crítico literario granadino, Antonio Enrique, lo que sigue: “El poeta dispone de un arma, que lo hace inmensamente peligroso a cualquier orden jerárquica establecida: su emoción. Nos emocionamos, no sabemos a ciencia cierta de qué ni por qué. Pero sólo la emoción hace que el poema sea duradero. De casi otra cosa no tenemos certidumbre, pero de esto sí: los poemas que quedan son los que nos conmueven”. El poemario “Lejos de Sefarad” del poeta Fernando Cabrita es, sin duda alguna, un poemario perdurable y eterno, pues en sus aguas reside, como una isla mitológica, la magia de la emoción que se hace viva mediante el recurso del recuerdo.

Sefarad en el recuerdo

“Lejos de Sefarad. Poemas de la ciudad de Lucena”. Asociación Cultural CRECIDA
José Sarria
lunes, 1 de agosto de 2016, 08:26 h (CET)
Escribe el poeta madrileño, de raíces andaluzas, Jorge de Arco este emotivo verso: “No tengo otra moneda que el recuerdo”.

0108162

Y ahí está el poeta, dispuesto a ver (más que a mirar), expectante, observando un espacio, una imagen (en esta ocasión una ciudad sureña, como Lucena), en donde la mirada del poeta portugués Fernando Cabrita ha quedado paralizada; su pupila ha recibido un golpe, un impacto del que queda prendido hasta que vuelve a cerrar los ojos y, entonces, esa impresión ya es parte de su sangre, camina por sus arterias y se borda de esperanza. El poeta, Fernando, ve con los ojos del recuerdo, tal y como escribió Rilke en sus “Apuntes de Malte Laurids Brigge”: “para escribir un solo verso... es necesario tener RECUERDOS... Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”.

Y así, en ese proceso, Fernando Cabrita acaba de saber, ha entendido, como si se tratase de un ónfalo, que “nuestra casa era una nación” (p.35). Con este verso, el poeta ya ha aprehendido el libro en su conjunto, ya es depositario de un mensaje que en su palabra se hace recuerdo vivo, emoción, luminaria, magia, cauce de agua y presencia de los olvidados: “Y estos son los nombres de quienes perdieron su patria y su vida / y han sufrido tortura, destrucción y exilio. / Y estos son los lugares donde les dieran muerte / y las fosas donde los dejaran pudrirse entre árboles anónimos. / Y estas son las calas y caminos por donde se fueran de la patria suya hasta entonces” (p.47), contenido en el extraordinario poema “In Memoriam”.

“Lejos de Sefarad. Poemas de la ciudad de Lucena” es un sólido poemario, elaborado con dieciséis composiciones que a modo de patrimonio lírico, surge desde la piel de un antiguo paraíso en donde se remansa el aroma de la nostalgia, entre las calles de este pueblo sureño que reclama la vida de sus hijos sefardíes, una isla al borde del olvido. Y es éste, precisamente, el milagro que se experimenta al leer los poemas, un texto en donde el escritor hace funcionar la memoria como método, como motor del libro. Memoria desde donde regresa la voz de Moshé Ibn Ezra, que nuestro poeta oye (“escucho voces distantes en el viento” –p.9-) y que dice ver como un fantasma “por entre la geometría íntima de las casas” (p.9). Pero Moshé no está solo, le acompañan Isaac Alfasi, las familias Benayon, Bechimol o Benzaken, que se erigen en el testimonio de la ausencia, del dolor y del recuerdo.

Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”, y es este es el mecanismo empleado por nuestro autor para anular el conjuro del destino y hacer posible el prodigio de devolver a los sefardíes exiliados la posibilidad del regreso, de hacerlos presentes, de anular el olvido: “Algún día alguien nos llevará de vuelta a casa …/… y alguien llamará con pasada voz / los nombres que tuvimos y nunca olvidaremos” (p.39). Y así es como Fernando Cabrita abre portillos y ventanas, para que retornen a través de sus poemas todos aquellos que un día fueron injustamente expulsados de su casa, tal y como nos enseñó el poeta hondureño Roberto Sosa a través de su lírica del compromiso: “Por eso / he decidido –dulcemente- / -mortalmente- / construir / con todas mis canciones / un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen, / uno por uno, / los hombres humillados de la Tierra”. “Lejos de Sefarad” es un poemario que va desgranando la evolución del exilio personal, del transcurso de la existencia, de la diáspora (“Lloro mi país perdido …/… ¡Oh Cautiverio Nuevo, cuyas cadenas son distancia y tierra ignota.” –p.35-; “Y sólo tenemos como nuestro un poema de exilio que no sabemos recitar” –p.37-). La meditación, la mirada interior y la memoria son el recurso posible en donde el tiempo se estanca para dar paso al prodigio de la inmortalidad, gracias a la resurrección que se esconde en las palabras y que hace posible el regreso en la voz, en la palabra del poeta.

Fernando Cabrita se erige, desde este poemario, como gallardete de los débiles, de quienes han quedado sin voz, antorcha viva de aquellos que un día fueron injustamente postergados (“¿habrá algún anciano, en un pueblo triste, que aún pronuncie nuestro nombre?” –p.17-). “Lejos de Sefarad” es, además de un bello y hermoso poemario, de una factura impecable, el testimonio -del poeta- elevado a categoría de símbolo plenamente estético, perdurable y universal: “Siempre hubo un silencio que se recitaba en el canto de los pájaros” (p.23), “Yo fui ese pájaro / perdido dentro de mí y en todos los viajes” (p.57).

La armoniosa cadencia con que está escrito el poemario me hace recordar el suave rumor musical de las aguas que corren por los canales de las acequias o en los molinos arabescos. La templanza semántica que ha sabido crear Fernando Cabrita confiere al texto la eufonía necesaria para acompañar a la voz poética. Voz que se sustenta sobre un lenguaje claro, preciso, entendible y directo, silente, sin estridencias, con la ágil prestancia de una gacela o el rumor del viento en las dunas. En definitiva, un poemario que hace apuesta por la belleza convertida en palabra o por la palabra que se transmuta en belleza. Belleza, equilibrio y armonía se dan la mano en esta composición de rescates y vindicaciones por aquellos hijos que amaron y siguen amando su casa enraizada en este lugar llamado Sefarad: “Guardo y guardaré para siempre la llave del sur que abriera nuestro hogar …/… De nostalgia bordamos nuestros huertos …/… De nostalgia bordamos toda la esperanza.” (p.19), versos que tanto me recuerdan aquellos otros del poeta iraquí Hilal Nachi: “Somos ceniza, ceniza de hombres, sombra de una llama ../… bordamos nuestra historia con estrellas”.

Escribía el crítico literario granadino, Antonio Enrique, lo que sigue: “El poeta dispone de un arma, que lo hace inmensamente peligroso a cualquier orden jerárquica establecida: su emoción. Nos emocionamos, no sabemos a ciencia cierta de qué ni por qué. Pero sólo la emoción hace que el poema sea duradero. De casi otra cosa no tenemos certidumbre, pero de esto sí: los poemas que quedan son los que nos conmueven”. El poemario “Lejos de Sefarad” del poeta Fernando Cabrita es, sin duda alguna, un poemario perdurable y eterno, pues en sus aguas reside, como una isla mitológica, la magia de la emoción que se hace viva mediante el recurso del recuerdo.

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