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Del dicho al hecho hay un gran trecho

La regla de oro

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En el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirma que todos los hombres están dotados de razón y conciencia, por lo que deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Claro que del dicho al hecho hay un gran trecho.

Mucho siglos antes de esta Declaración de 1948, filósofos, sabios y pensadores han reflexionado sobre lo que se ha llamado la regla de oro, principio moral general que puede expresarse “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” o “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Prácticamente la regla puede encontrarse en todas las culturas que nos han precedido, al menos desde el imperio medio egipcio.

No se trata de ninguna imposición autoritaria sino de una regla de puro sentido común, como norma para nuestras relaciones con los demás, aunque sobre ella hayan escrito todos los grandes pensadores.

Kant lo formuló como imperativo categórico: “Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal” lo que queda muy bonito y redondo pero en nuestra vida diaria ¿se da esto?

¿Quiénes son los otros para mí, para cada uno de nosotros? ¿Quizás los que tiene el mismo color de piel, nuestros paisanos, los de nuestro mismo partido político, los de nuestra propia familia?

Tendremos que reconocer que no es fácil la cosa. Estamos siempre alerta por si alguien nos perjudica, pero siempre también tenemos razones para tratar de justificar los perjuicios que causamos a los demás, bien sean nuestros coherederos, nuestros vecinos, nuestros conciudadanos.

El acoso escolar o el acoso laboral, la violencia doméstica, el vandalismo que se produce contra el mobiliario urbano o la propiedad ajena, la agresividad política o sindical contra los ricos, los patronos, los diferentes, llenan todos los días los medios de comunicación. Hasta la rivalidad deportiva crea enemistades incomprensibles.

También hay quienes manipulan la regla de oro para que solo haya de aplicarse entre “los nuestros”. Los demás son enemigos, herejes, infieles a los que exterminar, los que forman el bloque del mal.

Aceptar y vivir la fraternidad universal no es una actitud generalizada en nuestro mundo enfrentado y dividido en el que Dios va siendo arrinconado y si no hay un padre común, ¿cómo podemos creer que somos hermanos? ¿Es suficiente la Declaración de Derechos Humanos para vivir en paz y armonía?

Naturalmente lo que es imposible para los hombres es posible para Dios y los que a Él se acogen podrán, con su ayuda, avanzar por caminos de fraternidad. Jesús de Nazaret formuló la regla de oro de manera mucho más exigente:”Se os dijo amarás a tu prójimo y odiaras a tu enemigo, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. Si queréis solo a los que os quieren ¿qué mérito tenéis? Eso es lo que hacen los paganos. Vosotros sed buenos del todo, sed buenos siempre.

¿Cuántos de los que nos decimos cristianos estamos dispuestos a todo ello?

La regla de oro

Del dicho al hecho hay un gran trecho
Francisco Rodríguez
domingo, 31 de julio de 2016, 11:47 h (CET)
En el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirma que todos los hombres están dotados de razón y conciencia, por lo que deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Claro que del dicho al hecho hay un gran trecho.

Mucho siglos antes de esta Declaración de 1948, filósofos, sabios y pensadores han reflexionado sobre lo que se ha llamado la regla de oro, principio moral general que puede expresarse “trata a los demás como querrías que te trataran a ti” o “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Prácticamente la regla puede encontrarse en todas las culturas que nos han precedido, al menos desde el imperio medio egipcio.

No se trata de ninguna imposición autoritaria sino de una regla de puro sentido común, como norma para nuestras relaciones con los demás, aunque sobre ella hayan escrito todos los grandes pensadores.

Kant lo formuló como imperativo categórico: “Actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de acción se vuelva una ley universal” lo que queda muy bonito y redondo pero en nuestra vida diaria ¿se da esto?

¿Quiénes son los otros para mí, para cada uno de nosotros? ¿Quizás los que tiene el mismo color de piel, nuestros paisanos, los de nuestro mismo partido político, los de nuestra propia familia?

Tendremos que reconocer que no es fácil la cosa. Estamos siempre alerta por si alguien nos perjudica, pero siempre también tenemos razones para tratar de justificar los perjuicios que causamos a los demás, bien sean nuestros coherederos, nuestros vecinos, nuestros conciudadanos.

El acoso escolar o el acoso laboral, la violencia doméstica, el vandalismo que se produce contra el mobiliario urbano o la propiedad ajena, la agresividad política o sindical contra los ricos, los patronos, los diferentes, llenan todos los días los medios de comunicación. Hasta la rivalidad deportiva crea enemistades incomprensibles.

También hay quienes manipulan la regla de oro para que solo haya de aplicarse entre “los nuestros”. Los demás son enemigos, herejes, infieles a los que exterminar, los que forman el bloque del mal.

Aceptar y vivir la fraternidad universal no es una actitud generalizada en nuestro mundo enfrentado y dividido en el que Dios va siendo arrinconado y si no hay un padre común, ¿cómo podemos creer que somos hermanos? ¿Es suficiente la Declaración de Derechos Humanos para vivir en paz y armonía?

Naturalmente lo que es imposible para los hombres es posible para Dios y los que a Él se acogen podrán, con su ayuda, avanzar por caminos de fraternidad. Jesús de Nazaret formuló la regla de oro de manera mucho más exigente:”Se os dijo amarás a tu prójimo y odiaras a tu enemigo, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. Si queréis solo a los que os quieren ¿qué mérito tenéis? Eso es lo que hacen los paganos. Vosotros sed buenos del todo, sed buenos siempre.

¿Cuántos de los que nos decimos cristianos estamos dispuestos a todo ello?

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