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Entrevista al escritor Pere Cervantes

"Todos somos un misterio que, a la vez, resulta fascinante y depresivo"

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Pere Cervantes (Barcelona 1971) lleva poco menos de un cuarto de siglo pisando las calles de este país con una placa en el bolsillo, pistola en la cintura y mirada grabadora, que le sirve tanto para su trabajo policial como para sus escritos. Durante tres años anduvo por los Balcanes como observador de paz de la ONU y estudió en la Escuela de Guionistas de Catalunya el modo y manera de preparar escaletas con las que escribir novelas. Es autor de los libros ‘Trescientos sesenta y seis lunes’, ‘La soledad de las ballenas’, ‘Tranki pap@s’ y ‘Rompeolas’. Últimamente se ha revelado como un habilidoso cultivador del género negro. ‘No nos dejan ser niños’ y ‘La mirada de Chapman’ son sus dos primeros títulos publicados.

Tras el éxito alcanzado con ‘No nos dejan ser niños’, protagonizada por los policías María Médem y Roberto Rial, la pareja vuelve a encontrarse en la isla de Menorca para aclarar el atroz asesinato del hijo de un reconocido editor y de otros participantes de la Primera Semana Negra, que se celebra en la apacible localidad de Ciutadella. Ambos, Médem y Rial, conviven con sus cuitas particulares. La investigadora pelea denodadamente por conseguir la custodia de su hijo y el inspector jefe ha de vérselas con una noble y arrogante mujer madrileña, que le conmina a olvidarse de la exhumación de un cadáver a cambio de una suculenta cantidad de dinero. La última foto tomada a John Lennon poco antes de morir a manos de Mark David Chapman se cruzará en la investigación y, de alguna manera, contribuirá al esclarecimiento del caso. A grandes, enormes, rasgos, este es el contenido de ‘La mirada de Chapman’, la nueva novela de Pere Cervantes, publicada por Ediciones B. Con Pere tuve la suerte de conversar en la cafetería de un hotel de la ciudad de Valencia. Testigo mudo de la conversación fue la fuente de la Pantera Rosa, sometida durante estos días a los rigores y servidumbres de unas prolongadas obras de remodelación, bendecidas por transparentes, y obstinados, rayos solares.

Pere, ‘La mirada de Chapman’ parece mucho más compleja que tu anterior novela, ¿no?
Sí, a nivel de estructura es más compleja y la he trabajado de forma enfermiza. Para ello he utilizado una intrincada escaleta que me permite diferenciar con claridad las tramas de las subtramas. Este proceso es muy laborioso, pero a la hora de escribir la redacción es mucho más sencilla. Soy un escritor de mapa puro, de guión total. Admiro a los que escriben sin conocer cómo va a terminar una novela, porque a mí esa sensación me produce ansiedad. Ya que en la vida no controlamos nada, solo me queda ejercer el control en la literatura. Y lo hago.

¿Cómo surge la idea para escribir esta novela?
El origen es un texto de ‘Alicia en el país de las maravillas’ que dice lo siguiente: «La Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas. – Ahí lo tienes – dijo la reina-. Está encerrado en la cárcel cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final». Leer esta frase sobre la rabia que provoca la injusticia me puso en marcha y se convirtió en la idea matriz que ha hecho funcionar la novela.

Regresan los policías María Médem y Roberto Rial, que habían protagonizado ‘No nos dejan ser niños’. Para que esto ocurra, el escritor ha de «reanimar» a sus criaturas, ¿en qué estado te los encontraste?
Bueno, lo cierto es que no han estado demasiado tiempo dormidos y ha sido bastante fácil reanimarlos, porque apenas dos meses después de acabar la primera novela ya me había sentado a preparar la segunda. Si en algún momento escribo una tercera parte, me costará recuperarlos mucho más porque ahora sí que llevan dormidos una temporada larga.

Por lo que dices, hay posibilidad de que escribas una tercera entrega.
No lo sé con certeza. En la primera novela es la voz de María la que narra y en ‘La mirada de Chapman’ suena un narrador omnisciente. Me gustaría cerrar la trilogía con una nueva entrega, cuya voz narrativa fuese la de Roberto Rial, pero no sé si sucederá alguna vez. Por otro lado, cada una de las historias gira en torno a una palabra. La primera fue reivindicación y la segunda ha sido rabia. Me falta encontrar la palabra para la tercera parte. Si la encuentro, entonces tal vez me ponga a esbozar ideas.

Para un escritor de novela negra, ¿escribir novelas seriadas o una trilogía es interesante para fidelizar a los lectores?
Cuando escribí la primera novela en ningún momento pensé que sería una serie. Quizá por eso mismo no me he sentido incómodo al escribir la segunda parte, ya que carecía de ideas preconcebidas. Precisamente al terminar ‘La mirada de Chapman’, fue cuando surgió esa posibilidad de convertirla en trilogía por todo lo que te he comentado antes. De todos modos el final de esta entrega puede dar pie a una continuación o no.

Como no podía ser de otro modo reaparece el profiler Galván, ¿sigue demandándote más protagonismo como hizo en ‘No nos dejan ser niños’?
Galván sigue en su línea y en este segundo título desempeña un doble rol. Es un buen tipo que ahora se ve abrumado porque, por primera vez en su vida, pisa el mismo terreno que un asesino de verdad. Me interesaba tratar la reacción de un teórico al encontrarse con la realidad de lo que explica.

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La irrupción en escena de Roberto Rial, nos descubre a un inspector cambiado, dispuesto a todo para conseguir sus objetivos, incluso a saltarse las normas policiales. ¿Esto es muy frecuente en el día a día de la policía española?
No, no, qué va, el policía ha de recurrir y respetar la ley si no quiere complicarse la vida. Y no debe complicársela porque en el noventa y nueve por ciento de los casos que se investigan las historias le son ajenas por completo, aunque de alguna manera le afecten y le puedan entrar ganas de convertirse en un tipo que imparte su propia justicia. Al día de hoy eso no ocurre, pero si miramos veinte años atrás y a nivel de pequeños casos, algún delincuente sí aprendía alguna lección que, por ley, no le correspondía aprenderla.

María, por su parte, atraviesa mayores dificultades que Rial, si cabe, para conciliar su vida familiar con la profesional, porque está tramitando su separación y comparte a su hijo, Hugo, con su ex marido.
A la pobre María la he colocado en una situación límite, que es algo que me gusta bastante. A los personajes hay que crearles un fuerte conflicto interno, porque sin conflicto no hay acción y sin acción te vas a aburrir. Es una técnica que aprendí cuando estudiaba en la Escuela de Guionistas. Por supuesto, a los escritores excelsos eso no les ocurre, pero yo únicamente busco entretener y utilizo las herramientas que tengo a mi alcance para conseguirlo.

Repasemos el título. ‘La mirada de Chapman’. Chapman es el apellido del asesino de John Lennon y a ti te gusta mucho el cuarteto de Liverpool, ¿qué significan los Beatles para Pere Cervantes?
Por razones obvias no voy a revelar nada, pero la subtrama que envuelve a Roberto Rial tiene mucho que ver con esa fotografía en la que Lennon le firma el disco a Chapman cinco horas antes de ser asesinado. Los Beatles han sido la banda sonora de mi vida y también de la de mi padre, aunque yo soy más beatlemaníaco que él. Me fascina comprobar que seguimos escuchando su música y que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía tiene una fuerza enorme.

Nuevamente Menorca es el centro de la trama, ¿les gusta a los menorquines ver convertida su isla en el escenario de varios asesinatos?
Hace unos días presenté el libro en Menorca y me comentaban que con las dos novelas ya había muchos crímenes para un lugar tan pequeño. Justo entonces terció en la conversación una mujer, que había sido juez en la isla, y habló de un crimen cometido por un asunto de drogas y de otro más en el que apareció muerto un chaval joven. En Menorca no todo es idílico como se dice, pero se hace difícil pensar que en dos años puedan aparecer dos psicópatas. De todos modos han encajado muy bien las novelas y siempre pienso en Camilla Lackberg, que ha situado muchos más crímenes en una isla como Fjallbacka y allí continúa.

Hablemos un poco de la psicopatía, ¿por qué interesan tanto los psicópatas a los lectores y escritores policiacos?
En el fondo, como escritor y como lector, a mí me interesa más la psicopatía que el crimen en sí. En términos generales, la escenificación de los crímenes ocupa dos o tres páginas a lo sumo. En las novelas suecas, por ejemplo, ocupan las cuatro primeras, después sigue alguna alusión a la policía científica y, por el último, el peso psicológico del crimen ocupa el resto. Al ser humano le puede impactar mucho la escena del crimen, pero lo que le deja realmente K.O. es conocer el porqué o, lo que es peor, saber que no hay ningún motivo para cometer el asesinato.
En Menorca, y también en la novela, sopla la Tramontana, ¿qué efectos produce este viento en las personas?
Durante los más de doce años de mi vida que pasé en Llançà, conviví con la Tramontana. Es un viento pesado, persistente, con algunos momentos de pausa, y que tarda mucho en marcharse. Es agresivo, pero a la vez atrae, tanto que en ocasiones lo echas de menos. Precisamente he situado la acción de la novela en el mes de febrero porque sopla en Menorca en esa época del año, lo que proporciona a la novela la visión más oscura que me interesaba.

La policía ha de distanciarse de los hechos a la hora de trabajar. Para conseguirlo, María Médem utiliza un recurso que llama «cosificar», ¿es posible «cosificar» los horrores de la escena de un crimen?
No es fácil desde luego, pero eso es lo que yo hago personalmente para conseguirlo. Suena duro y cruel, pero no hay otra forma. Todos hemos tenido padres, madres, hermanos y desde que tengo un hijo todo me preocupa mucho más. Me he vuelto más sensible a estas situaciones. Así que si tomo parte y humanizo lo que veo, no podré ejercer mi mirada objetiva, por lo tanto cosificarlo todo es la única manera de ser un policía eficaz.

¿Resulta fácil automatizar ese proceso interior de «cosificación»?
Con los años uno se vuelve un poco blando y cuesta más lograrlo. Es como que ya estás cansado de verlo desde esa perspectiva. Me ocurre mucho con temas de pornografía infantil, en concreto con las reacciones de las mujeres de los pederastas. Antes me iba enseguida, pero ahora hablo con ellas. Algunas, al ver que detenemos a su marido y descubrir las imágenes que guarda en su ordenador, llegan a caerse al suelo. En ese momento se preguntan quién es el hombre con el que han estado conviviendo hasta entonces. Quizá en algún momento el rol de escritor se impone al policial, pero hay que tener claro que no trato de exprimir las situaciones, sino conformar un retrato del lugar. Luego me asalta la idea de si nosotros mismos nos conocemos… Todos somos un misterio que, a la vez, resulta fascinante y depresivo.

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Los asesinatos revolotean alrededor de la inexistente Semana Negra de Ciutadella, si pasamos de la ficción a la realidad ¿podríamos pensar que muchos escritores son asesinos potenciales y que la escritura los mantiene calmados?
Esa es una cuestión que hemos hablado los escritores que acudimos a ese tipo de eventos. Nuestras mentes están un poco perturbadas, sobre todo las de los que escribimos sobre psicópatas, pero en realidad lo que nos asusta mucho, por extraño que pueda parecer, son las preguntas del público. A veces pensamos que son ellos quienes nos van a matar a nosotros. En una de estas semanas negras, una espectadora nos dijo que le dábamos miedo porque los asesinatos que contábamos le parecían muy reales y, por tanto, quien los preparaba debía ser un asesino. Uno de los escritores asistentes le respondió que, si a ella le gustaban nuestros personajes, quien tenía miedo de ella era él [risas].

Vamos acabando, ¿dónde queda Pere Cervantes en la novela? ¿En algún personaje, en alguna situación, en los rincones…?
En ‘La mirada de Chapman’ estoy en los momentos de rabia de Rial. Aunque es un poco mayor que yo, tenemos en común la edad y también el hecho de que ninguno de los dos hemos conocido la policía de la Dictadura, los grises. Los de nuestra generación nos dejábamos la piel más de lo que debíamos, mientras que los policías de hoy son más prácticos, pero no tan protectores.

Deduzco de tus palabras que la escritura de esta novela te ha resultado más bien terapéutica, ¿no?
La verdad es que me he desahogado, pero nada más, en el fondo no sacas nada en claro. Esto me ha servido como un sparring, un saco al que he golpeado durante los últimos meses sin que me entre ningún tipo de depresión.

¿Escritura como desahogo, pues?
Sí, creando ficción, mundos y vidas es como más me recreo. A partir de ahí si hay un proceso de redención interno con mis monstruos y mis fantasmas, bienvenido sea.

"Todos somos un misterio que, a la vez, resulta fascinante y depresivo"

Entrevista al escritor Pere Cervantes
Herme Cerezo
jueves, 28 de julio de 2016, 00:14 h (CET)



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Pere Cervantes (Barcelona 1971) lleva poco menos de un cuarto de siglo pisando las calles de este país con una placa en el bolsillo, pistola en la cintura y mirada grabadora, que le sirve tanto para su trabajo policial como para sus escritos. Durante tres años anduvo por los Balcanes como observador de paz de la ONU y estudió en la Escuela de Guionistas de Catalunya el modo y manera de preparar escaletas con las que escribir novelas. Es autor de los libros ‘Trescientos sesenta y seis lunes’, ‘La soledad de las ballenas’, ‘Tranki pap@s’ y ‘Rompeolas’. Últimamente se ha revelado como un habilidoso cultivador del género negro. ‘No nos dejan ser niños’ y ‘La mirada de Chapman’ son sus dos primeros títulos publicados.

Tras el éxito alcanzado con ‘No nos dejan ser niños’, protagonizada por los policías María Médem y Roberto Rial, la pareja vuelve a encontrarse en la isla de Menorca para aclarar el atroz asesinato del hijo de un reconocido editor y de otros participantes de la Primera Semana Negra, que se celebra en la apacible localidad de Ciutadella. Ambos, Médem y Rial, conviven con sus cuitas particulares. La investigadora pelea denodadamente por conseguir la custodia de su hijo y el inspector jefe ha de vérselas con una noble y arrogante mujer madrileña, que le conmina a olvidarse de la exhumación de un cadáver a cambio de una suculenta cantidad de dinero. La última foto tomada a John Lennon poco antes de morir a manos de Mark David Chapman se cruzará en la investigación y, de alguna manera, contribuirá al esclarecimiento del caso. A grandes, enormes, rasgos, este es el contenido de ‘La mirada de Chapman’, la nueva novela de Pere Cervantes, publicada por Ediciones B. Con Pere tuve la suerte de conversar en la cafetería de un hotel de la ciudad de Valencia. Testigo mudo de la conversación fue la fuente de la Pantera Rosa, sometida durante estos días a los rigores y servidumbres de unas prolongadas obras de remodelación, bendecidas por transparentes, y obstinados, rayos solares.

Pere, ‘La mirada de Chapman’ parece mucho más compleja que tu anterior novela, ¿no?
Sí, a nivel de estructura es más compleja y la he trabajado de forma enfermiza. Para ello he utilizado una intrincada escaleta que me permite diferenciar con claridad las tramas de las subtramas. Este proceso es muy laborioso, pero a la hora de escribir la redacción es mucho más sencilla. Soy un escritor de mapa puro, de guión total. Admiro a los que escriben sin conocer cómo va a terminar una novela, porque a mí esa sensación me produce ansiedad. Ya que en la vida no controlamos nada, solo me queda ejercer el control en la literatura. Y lo hago.

¿Cómo surge la idea para escribir esta novela?
El origen es un texto de ‘Alicia en el país de las maravillas’ que dice lo siguiente: «La Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas. – Ahí lo tienes – dijo la reina-. Está encerrado en la cárcel cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final». Leer esta frase sobre la rabia que provoca la injusticia me puso en marcha y se convirtió en la idea matriz que ha hecho funcionar la novela.

Regresan los policías María Médem y Roberto Rial, que habían protagonizado ‘No nos dejan ser niños’. Para que esto ocurra, el escritor ha de «reanimar» a sus criaturas, ¿en qué estado te los encontraste?
Bueno, lo cierto es que no han estado demasiado tiempo dormidos y ha sido bastante fácil reanimarlos, porque apenas dos meses después de acabar la primera novela ya me había sentado a preparar la segunda. Si en algún momento escribo una tercera parte, me costará recuperarlos mucho más porque ahora sí que llevan dormidos una temporada larga.

Por lo que dices, hay posibilidad de que escribas una tercera entrega.
No lo sé con certeza. En la primera novela es la voz de María la que narra y en ‘La mirada de Chapman’ suena un narrador omnisciente. Me gustaría cerrar la trilogía con una nueva entrega, cuya voz narrativa fuese la de Roberto Rial, pero no sé si sucederá alguna vez. Por otro lado, cada una de las historias gira en torno a una palabra. La primera fue reivindicación y la segunda ha sido rabia. Me falta encontrar la palabra para la tercera parte. Si la encuentro, entonces tal vez me ponga a esbozar ideas.

Para un escritor de novela negra, ¿escribir novelas seriadas o una trilogía es interesante para fidelizar a los lectores?
Cuando escribí la primera novela en ningún momento pensé que sería una serie. Quizá por eso mismo no me he sentido incómodo al escribir la segunda parte, ya que carecía de ideas preconcebidas. Precisamente al terminar ‘La mirada de Chapman’, fue cuando surgió esa posibilidad de convertirla en trilogía por todo lo que te he comentado antes. De todos modos el final de esta entrega puede dar pie a una continuación o no.

Como no podía ser de otro modo reaparece el profiler Galván, ¿sigue demandándote más protagonismo como hizo en ‘No nos dejan ser niños’?
Galván sigue en su línea y en este segundo título desempeña un doble rol. Es un buen tipo que ahora se ve abrumado porque, por primera vez en su vida, pisa el mismo terreno que un asesino de verdad. Me interesaba tratar la reacción de un teórico al encontrarse con la realidad de lo que explica.

2807162

La irrupción en escena de Roberto Rial, nos descubre a un inspector cambiado, dispuesto a todo para conseguir sus objetivos, incluso a saltarse las normas policiales. ¿Esto es muy frecuente en el día a día de la policía española?
No, no, qué va, el policía ha de recurrir y respetar la ley si no quiere complicarse la vida. Y no debe complicársela porque en el noventa y nueve por ciento de los casos que se investigan las historias le son ajenas por completo, aunque de alguna manera le afecten y le puedan entrar ganas de convertirse en un tipo que imparte su propia justicia. Al día de hoy eso no ocurre, pero si miramos veinte años atrás y a nivel de pequeños casos, algún delincuente sí aprendía alguna lección que, por ley, no le correspondía aprenderla.

María, por su parte, atraviesa mayores dificultades que Rial, si cabe, para conciliar su vida familiar con la profesional, porque está tramitando su separación y comparte a su hijo, Hugo, con su ex marido.
A la pobre María la he colocado en una situación límite, que es algo que me gusta bastante. A los personajes hay que crearles un fuerte conflicto interno, porque sin conflicto no hay acción y sin acción te vas a aburrir. Es una técnica que aprendí cuando estudiaba en la Escuela de Guionistas. Por supuesto, a los escritores excelsos eso no les ocurre, pero yo únicamente busco entretener y utilizo las herramientas que tengo a mi alcance para conseguirlo.

Repasemos el título. ‘La mirada de Chapman’. Chapman es el apellido del asesino de John Lennon y a ti te gusta mucho el cuarteto de Liverpool, ¿qué significan los Beatles para Pere Cervantes?
Por razones obvias no voy a revelar nada, pero la subtrama que envuelve a Roberto Rial tiene mucho que ver con esa fotografía en la que Lennon le firma el disco a Chapman cinco horas antes de ser asesinado. Los Beatles han sido la banda sonora de mi vida y también de la de mi padre, aunque yo soy más beatlemaníaco que él. Me fascina comprobar que seguimos escuchando su música y que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía tiene una fuerza enorme.

Nuevamente Menorca es el centro de la trama, ¿les gusta a los menorquines ver convertida su isla en el escenario de varios asesinatos?
Hace unos días presenté el libro en Menorca y me comentaban que con las dos novelas ya había muchos crímenes para un lugar tan pequeño. Justo entonces terció en la conversación una mujer, que había sido juez en la isla, y habló de un crimen cometido por un asunto de drogas y de otro más en el que apareció muerto un chaval joven. En Menorca no todo es idílico como se dice, pero se hace difícil pensar que en dos años puedan aparecer dos psicópatas. De todos modos han encajado muy bien las novelas y siempre pienso en Camilla Lackberg, que ha situado muchos más crímenes en una isla como Fjallbacka y allí continúa.

Hablemos un poco de la psicopatía, ¿por qué interesan tanto los psicópatas a los lectores y escritores policiacos?
En el fondo, como escritor y como lector, a mí me interesa más la psicopatía que el crimen en sí. En términos generales, la escenificación de los crímenes ocupa dos o tres páginas a lo sumo. En las novelas suecas, por ejemplo, ocupan las cuatro primeras, después sigue alguna alusión a la policía científica y, por el último, el peso psicológico del crimen ocupa el resto. Al ser humano le puede impactar mucho la escena del crimen, pero lo que le deja realmente K.O. es conocer el porqué o, lo que es peor, saber que no hay ningún motivo para cometer el asesinato.
En Menorca, y también en la novela, sopla la Tramontana, ¿qué efectos produce este viento en las personas?
Durante los más de doce años de mi vida que pasé en Llançà, conviví con la Tramontana. Es un viento pesado, persistente, con algunos momentos de pausa, y que tarda mucho en marcharse. Es agresivo, pero a la vez atrae, tanto que en ocasiones lo echas de menos. Precisamente he situado la acción de la novela en el mes de febrero porque sopla en Menorca en esa época del año, lo que proporciona a la novela la visión más oscura que me interesaba.

La policía ha de distanciarse de los hechos a la hora de trabajar. Para conseguirlo, María Médem utiliza un recurso que llama «cosificar», ¿es posible «cosificar» los horrores de la escena de un crimen?
No es fácil desde luego, pero eso es lo que yo hago personalmente para conseguirlo. Suena duro y cruel, pero no hay otra forma. Todos hemos tenido padres, madres, hermanos y desde que tengo un hijo todo me preocupa mucho más. Me he vuelto más sensible a estas situaciones. Así que si tomo parte y humanizo lo que veo, no podré ejercer mi mirada objetiva, por lo tanto cosificarlo todo es la única manera de ser un policía eficaz.

¿Resulta fácil automatizar ese proceso interior de «cosificación»?
Con los años uno se vuelve un poco blando y cuesta más lograrlo. Es como que ya estás cansado de verlo desde esa perspectiva. Me ocurre mucho con temas de pornografía infantil, en concreto con las reacciones de las mujeres de los pederastas. Antes me iba enseguida, pero ahora hablo con ellas. Algunas, al ver que detenemos a su marido y descubrir las imágenes que guarda en su ordenador, llegan a caerse al suelo. En ese momento se preguntan quién es el hombre con el que han estado conviviendo hasta entonces. Quizá en algún momento el rol de escritor se impone al policial, pero hay que tener claro que no trato de exprimir las situaciones, sino conformar un retrato del lugar. Luego me asalta la idea de si nosotros mismos nos conocemos… Todos somos un misterio que, a la vez, resulta fascinante y depresivo.

2807163

Los asesinatos revolotean alrededor de la inexistente Semana Negra de Ciutadella, si pasamos de la ficción a la realidad ¿podríamos pensar que muchos escritores son asesinos potenciales y que la escritura los mantiene calmados?
Esa es una cuestión que hemos hablado los escritores que acudimos a ese tipo de eventos. Nuestras mentes están un poco perturbadas, sobre todo las de los que escribimos sobre psicópatas, pero en realidad lo que nos asusta mucho, por extraño que pueda parecer, son las preguntas del público. A veces pensamos que son ellos quienes nos van a matar a nosotros. En una de estas semanas negras, una espectadora nos dijo que le dábamos miedo porque los asesinatos que contábamos le parecían muy reales y, por tanto, quien los preparaba debía ser un asesino. Uno de los escritores asistentes le respondió que, si a ella le gustaban nuestros personajes, quien tenía miedo de ella era él [risas].

Vamos acabando, ¿dónde queda Pere Cervantes en la novela? ¿En algún personaje, en alguna situación, en los rincones…?
En ‘La mirada de Chapman’ estoy en los momentos de rabia de Rial. Aunque es un poco mayor que yo, tenemos en común la edad y también el hecho de que ninguno de los dos hemos conocido la policía de la Dictadura, los grises. Los de nuestra generación nos dejábamos la piel más de lo que debíamos, mientras que los policías de hoy son más prácticos, pero no tan protectores.

Deduzco de tus palabras que la escritura de esta novela te ha resultado más bien terapéutica, ¿no?
La verdad es que me he desahogado, pero nada más, en el fondo no sacas nada en claro. Esto me ha servido como un sparring, un saco al que he golpeado durante los últimos meses sin que me entre ningún tipo de depresión.

¿Escritura como desahogo, pues?
Sí, creando ficción, mundos y vidas es como más me recreo. A partir de ahí si hay un proceso de redención interno con mis monstruos y mis fantasmas, bienvenido sea.

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