Cuando me impuse una semana de vacaciones -un servidor que goza de ellas un año enterito- no fue para retirarme panza arriba a tirarme una vidorra de mucho cuidado, sino simplemente para terminar de corregir un poemario e introducirlo en el horno adecuado y, de paso, tirar a babor para que ambos, ella y el que suscribe, pasáramos alguna que otra prueba médica y, lo que son las cosas, un virus que anda suelto por ahí -nueva salida médica- nos ha trastornado durante más de cuarenta y ocho horas.
Limpiar con cierta meticulosidad el amado Sony portátil y cerrarlo durante una semana cuesta un cierto trabajo, más cuando uno “vive” de él, no porque de él viva, sino porque existo sin gran aburrimiento gracias a la música diaria de teclear “copos” ha sido tarea difícil durante este semanario de vicisitudes, excepción hecha de un lindo poema que he leído y releído de manera furtiva. Gracias.
Y es que tal vez todas las semanas del año ocurran acontecimientos dignos de ser comentados, pero mi silencio de estos siete días ante lo acaecido ha sido demasiado para el que toma la escritura como un verdadero psicoanálisis.
Recuerdo, por ejemplo, al matarife de Niza que empotró en nombre de no sé qué Dios un camión de gran tonelaje en corazones de niños, niñas, hombre y mujeres que festejaban la Igualdad y la Fraternidad como parámetros esenciales para que el camionero en funciones viviera entre ellos como uno más.
Viví delante del televisor el intento de golpe de Estado en Turquía, siempre deleznable, y el cruel contragolpe al que asistimos a diario con una purga que pone en muy difícil solución la convivencia en tal nación y por extensión al esperpento europeo.
Seguimos asistiendo a que el Mare Nostrum deje de serlo para convertirse en el Mar de la Muerte de santos inocentes que busca en él la solución al terror y encuentran entre sus olas la desolación terrorífica de la nada.
Hemos asistido a la conformación de la Mesa del Congreso de los Diputados y a la sorpresa de diez votos en blanco que ha convertido la política, el bien común, en presa para que sus protagonistas vuelvan a tomarnos por idiotas.
Y por último, para no cansarles, un líder nacional ha cometido el mayor de los errores conocidos hasta ahora al intentar inmiscuir a la Corona en la política partidista; mañana podrá ser un buen día para comentar tal cuestión.
Ahora, si me lo permiten, voy a volver a leer el poema al que hacía alusión anteriormente.