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Si callamos, por hacerlo; si hablamos, por parlanchines

Oportunidad de diálogo

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Ni son diálogos las proclamas políticas, ni los panfletos periodísticos polarizados, ni las opiniones por vehementes que sean; tampoco la suma de esas manifestaciones cobra rasgos definitorios. Son prácticas diferenciadas. Es verdad que no suelen buscar el diálogo, se sienten satisfechos con la exposición de sus PERORATAS. Algo así, como un retroceso por la progresiva devaluación de las palabras. Practican la exposición de proyectos o simples soflamas, en ausencia de las presencias colaboradoras de otros agentes. De nuevo se olvida el poder modulador de las conversaciones francas; la fuerza bruta sigue impertérrita con rasgos autoritarios. Cuando escuchamos las intervenciones en los variables escenarios sociales, observamos como predomina el alarde de posesión de la verdad, ese objetivo evasivo de imprecisa definición. A lo sumo VERDADES parciales, diríamos en otro sentido. Resulta chocante el sucedido reiterado en el que insistía Lessing en torno a las discusiones polémicas; en ellas, resalta en cada interviniente el empecinamiento en su propio discurso, con escaso aire receptivo. Jamás hubo polémica en la que no saliera ganando la verdad. Nadie la establecía, pero salían a relucir los prejuicios, los orgullos, aquellas afirmaciones sin base y las mil incoherencias. Era el modo de ir aclarando las incongruencias de peor signo. Si callamos, por hacerlo; si hablamos, por parlanchines. El sino viene a ser parecido, la vorágine nos arrastra sin miramientos, sin que tengamos nada clara la dirección ni la meta. ¿Sólo el final trágico en el horizonte? El enigma subyace, alimenta las INQUIETUDES, sin proporcionarnos satisfacciones duraderas. Que usted se conforma con la rutina practicona y sus placeres esporádicos, puede ser una decisión determinante; aunque decepciona por su vuelo rasante en el que las aportaciones propias son rudimentarias. ¿De qué hablan con esa disposición? Ante esas disposiciones pobretonas son necesarias propuestas con mayores pretensiones, porque en ellas viajará nuestra dignidad personal; la de poner cuanto seamos capaces de aportar en los aspectos cuantitativos, pero especialmente en lo referente a la calidad de las intervenciones encaminadas al mejor entendimiento general. Desde dentro, desde el orgullo personal, entrenados por la barojiana GIMNASIA del espíritu; por aquello de pronunciarnos con la reflexión oportuna, con el aprendizaje preciso y la sana ambición de elevar el diálogo. Aunque no lleguemos a las máximas aspiraciones, las metas elevadas nos servirán de acicate para el inconformismo idóneo para la superación de las dificultades. Pronto nos conviene dejar sentado el doble carácter de los excesos en el lenguaje, desvitúan lo que pudiera existir de libre intercambio entre los hablantes. El escaso peso de las palabras, la insuficiencia de sus contenidos, reducen el habla a un parloteo anodino, no conduce a ninguna parte. Así no se dialoga de nada. Aunque los grandes conceptos, también son ambivalentes. Pueden ayudarnos, pero no pocas veces son utilizados como armas abusivas en perjuicio de las personas menos avisadas. El EQUILIBRIO no está establecido de antemano, es la tarea siempre novedosa mientras dialogamos. La única conclusión en este sentido es la sospecha ante cualquier intento de fijación por parte de los interlocutores, algo muy habitual. Hay una cuestión, al menos chocante, en todo esto de los lenguajes empleados en las relaciones humanas. Decimos equilibrados, cuando cada sujeto está sometido a las variaciones inverosímiles de sus conocimientos, de las de sus asociados, las de sus dificultades, las de todo un contexto inestable. ¿Quién podrá afirmar que una participación es virtuosa? Después de todo esto, las TRIFULCAS ocasionadas no deben extrañarnos, constituyen la producción habitual, son auténticas confrontaciones en busca de la solución nunca alcanzada de lleno. Sería necesaria una fuerte dosis de humildad para el reconocimiento de tales limitaciones. En una sociedad moderna poco propensa a las actitudes moderadoras. El menor pollo aturde al corral. Para un mejor entendimiento en los debates, si prestamos atención, las aportaciones reales son nimias. Conviene fijarse preferentemente en las CARENCIAS. Rememoramos sólo cuatro señales del pasado en forma caprichosa y con silencios aviesos. Demostramos una mínima parte de lo dicho; todavía no sabemos como se comprueban a fondo las realidades. Y los pronósticos son la viva imagen de los derrumbamientos. Desde esa línea de salida, ganarían muchos enteros las negociaciones políticas, las relaciones sociales a todos los niveles, las divergencias sensatas. La pretensión de ignorar estas deficiencias, supone una enajenación increible; una pose encubridora , que el buen diálogo pondrá de manifiesto. Ya es muy antigua aquella idea de que los más significativo es lo que se da por descontado, por sabido; y no tanto las expresiones. Pero, ¿Cómo conocemos ese contenido? Sin embargo, es lo habitual, funcionamos así. En una visión general, no pasaría de ser una característica intrascendente, nuestra manera de razonar, sin más. El drama pasa a tragedia, porque surgen los victimarios desalmados y las VÍCTIMAS. Los sufrimientos ocasionados constituyen lo que no podemos soslayar en la dialéctica emprendida por la sociedad. Que los soslayamos…; pues, así nos va. El sentido de lo que debatimos, cuando debatimos o conversamos, va más allá de las palabras empleadas; depende en una parte importante de las prácticas acompañantes, en lo personal y en lo colectivo. Da igual que hablemos de tolerancia, inmigración, culturas o violencia; a lo dicho, viene añadida esa compañía de la cual no siempre estamos satisfechos. El discurso COHERENTE será un instrumento crucial para tomar conciencia de donde estamos. Esa coherencia es un hallazgo, porque no abunda; y sin ella, la disgregación impide los razonamientos. La distancia del habla real a su relación con la práctica, bastaría para una comprensión del grupo social protagonista, importante consideración de cara a los futuros proyectos existenciales. A la vista de cuanto acontece, cada mañana nos informan de nuevos desastres provocados; el escepticismos acrecienta su implantación, por la desconfianza respecto a los contactos entre los agentes humanos. Etiquetadas de pluralismo, libertad de expresión e igualdades mal entendidas, las conversaciones fueron aproximándose a una mediocridad paralizante, con la consiguiente frustración posterior. La EXCELENCIA, si llega a contemplarse, apenas la vemos activada en las manifestaciones públicas y muy alejada de las ocupaciones cotidianas. Parece más bien una realidad del pasado, fuera de sitio en el ajetreo moderno. Si además fuera pensada en un plano de apertura a todas las personas, sería ya una verdadera utopía. Por eso, abrumados por cuanto sucede, anhelamos otro tipo de diálogos. Atentados crueles, Irak, Turquía, Siria; o las menos alejadas tropelías con recién nacidos, pederastia y violencias locales; son reclamos anhelantes. Pero, el núcleo del asunto lo veo centrado en un enfoque CONCEPTUAL diferente. En época de guerras, bien lo expresó Winston Churchill, necesitamos “Armar el espíritu”. Sin esa reposición reflexiva, es de presumir la continuación de los bandazos desoladores; la necesitamos de manera urgente.

Oportunidad de diálogo

Si callamos, por hacerlo; si hablamos, por parlanchines
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 22 de julio de 2016, 01:30 h (CET)
Ni son diálogos las proclamas políticas, ni los panfletos periodísticos polarizados, ni las opiniones por vehementes que sean; tampoco la suma de esas manifestaciones cobra rasgos definitorios. Son prácticas diferenciadas. Es verdad que no suelen buscar el diálogo, se sienten satisfechos con la exposición de sus PERORATAS. Algo así, como un retroceso por la progresiva devaluación de las palabras. Practican la exposición de proyectos o simples soflamas, en ausencia de las presencias colaboradoras de otros agentes. De nuevo se olvida el poder modulador de las conversaciones francas; la fuerza bruta sigue impertérrita con rasgos autoritarios. Cuando escuchamos las intervenciones en los variables escenarios sociales, observamos como predomina el alarde de posesión de la verdad, ese objetivo evasivo de imprecisa definición. A lo sumo VERDADES parciales, diríamos en otro sentido. Resulta chocante el sucedido reiterado en el que insistía Lessing en torno a las discusiones polémicas; en ellas, resalta en cada interviniente el empecinamiento en su propio discurso, con escaso aire receptivo. Jamás hubo polémica en la que no saliera ganando la verdad. Nadie la establecía, pero salían a relucir los prejuicios, los orgullos, aquellas afirmaciones sin base y las mil incoherencias. Era el modo de ir aclarando las incongruencias de peor signo. Si callamos, por hacerlo; si hablamos, por parlanchines. El sino viene a ser parecido, la vorágine nos arrastra sin miramientos, sin que tengamos nada clara la dirección ni la meta. ¿Sólo el final trágico en el horizonte? El enigma subyace, alimenta las INQUIETUDES, sin proporcionarnos satisfacciones duraderas. Que usted se conforma con la rutina practicona y sus placeres esporádicos, puede ser una decisión determinante; aunque decepciona por su vuelo rasante en el que las aportaciones propias son rudimentarias. ¿De qué hablan con esa disposición? Ante esas disposiciones pobretonas son necesarias propuestas con mayores pretensiones, porque en ellas viajará nuestra dignidad personal; la de poner cuanto seamos capaces de aportar en los aspectos cuantitativos, pero especialmente en lo referente a la calidad de las intervenciones encaminadas al mejor entendimiento general. Desde dentro, desde el orgullo personal, entrenados por la barojiana GIMNASIA del espíritu; por aquello de pronunciarnos con la reflexión oportuna, con el aprendizaje preciso y la sana ambición de elevar el diálogo. Aunque no lleguemos a las máximas aspiraciones, las metas elevadas nos servirán de acicate para el inconformismo idóneo para la superación de las dificultades. Pronto nos conviene dejar sentado el doble carácter de los excesos en el lenguaje, desvitúan lo que pudiera existir de libre intercambio entre los hablantes. El escaso peso de las palabras, la insuficiencia de sus contenidos, reducen el habla a un parloteo anodino, no conduce a ninguna parte. Así no se dialoga de nada. Aunque los grandes conceptos, también son ambivalentes. Pueden ayudarnos, pero no pocas veces son utilizados como armas abusivas en perjuicio de las personas menos avisadas. El EQUILIBRIO no está establecido de antemano, es la tarea siempre novedosa mientras dialogamos. La única conclusión en este sentido es la sospecha ante cualquier intento de fijación por parte de los interlocutores, algo muy habitual. Hay una cuestión, al menos chocante, en todo esto de los lenguajes empleados en las relaciones humanas. Decimos equilibrados, cuando cada sujeto está sometido a las variaciones inverosímiles de sus conocimientos, de las de sus asociados, las de sus dificultades, las de todo un contexto inestable. ¿Quién podrá afirmar que una participación es virtuosa? Después de todo esto, las TRIFULCAS ocasionadas no deben extrañarnos, constituyen la producción habitual, son auténticas confrontaciones en busca de la solución nunca alcanzada de lleno. Sería necesaria una fuerte dosis de humildad para el reconocimiento de tales limitaciones. En una sociedad moderna poco propensa a las actitudes moderadoras. El menor pollo aturde al corral. Para un mejor entendimiento en los debates, si prestamos atención, las aportaciones reales son nimias. Conviene fijarse preferentemente en las CARENCIAS. Rememoramos sólo cuatro señales del pasado en forma caprichosa y con silencios aviesos. Demostramos una mínima parte de lo dicho; todavía no sabemos como se comprueban a fondo las realidades. Y los pronósticos son la viva imagen de los derrumbamientos. Desde esa línea de salida, ganarían muchos enteros las negociaciones políticas, las relaciones sociales a todos los niveles, las divergencias sensatas. La pretensión de ignorar estas deficiencias, supone una enajenación increible; una pose encubridora , que el buen diálogo pondrá de manifiesto. Ya es muy antigua aquella idea de que los más significativo es lo que se da por descontado, por sabido; y no tanto las expresiones. Pero, ¿Cómo conocemos ese contenido? Sin embargo, es lo habitual, funcionamos así. En una visión general, no pasaría de ser una característica intrascendente, nuestra manera de razonar, sin más. El drama pasa a tragedia, porque surgen los victimarios desalmados y las VÍCTIMAS. Los sufrimientos ocasionados constituyen lo que no podemos soslayar en la dialéctica emprendida por la sociedad. Que los soslayamos…; pues, así nos va. El sentido de lo que debatimos, cuando debatimos o conversamos, va más allá de las palabras empleadas; depende en una parte importante de las prácticas acompañantes, en lo personal y en lo colectivo. Da igual que hablemos de tolerancia, inmigración, culturas o violencia; a lo dicho, viene añadida esa compañía de la cual no siempre estamos satisfechos. El discurso COHERENTE será un instrumento crucial para tomar conciencia de donde estamos. Esa coherencia es un hallazgo, porque no abunda; y sin ella, la disgregación impide los razonamientos. La distancia del habla real a su relación con la práctica, bastaría para una comprensión del grupo social protagonista, importante consideración de cara a los futuros proyectos existenciales. A la vista de cuanto acontece, cada mañana nos informan de nuevos desastres provocados; el escepticismos acrecienta su implantación, por la desconfianza respecto a los contactos entre los agentes humanos. Etiquetadas de pluralismo, libertad de expresión e igualdades mal entendidas, las conversaciones fueron aproximándose a una mediocridad paralizante, con la consiguiente frustración posterior. La EXCELENCIA, si llega a contemplarse, apenas la vemos activada en las manifestaciones públicas y muy alejada de las ocupaciones cotidianas. Parece más bien una realidad del pasado, fuera de sitio en el ajetreo moderno. Si además fuera pensada en un plano de apertura a todas las personas, sería ya una verdadera utopía. Por eso, abrumados por cuanto sucede, anhelamos otro tipo de diálogos. Atentados crueles, Irak, Turquía, Siria; o las menos alejadas tropelías con recién nacidos, pederastia y violencias locales; son reclamos anhelantes. Pero, el núcleo del asunto lo veo centrado en un enfoque CONCEPTUAL diferente. En época de guerras, bien lo expresó Winston Churchill, necesitamos “Armar el espíritu”. Sin esa reposición reflexiva, es de presumir la continuación de los bandazos desoladores; la necesitamos de manera urgente.

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