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¿Qué lo hizo necesario?

El dieciocho de julio

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Han transcurrido ochenta años del levantamiento de las tropas africanas para remediar el desbarajuste y nefasto caos en el que la República había hundido a España. Sólo están interesados en difundir lo contrario historiadores y comunicadores tendenciosos que buscan medrar con la publicación de los libros que escriben, aunque cometan la peor de las maldades que es decir verdades a medias o disfrazar la verdad para que parezca mentira.

Cualquier escritor o historiador, con ética suficiente y debidamente documentado sabe que las elecciones previas a la implantación de la II República las ganaron los monárquicos, por lo que mantener que los que lucharon con las armas contra ella, se levantaron contra un poder legítimamente constituido es una enorme y tendenciosa falacia, ya que la República fue un asalto al poder consentido y tolerado por la cobardía de los monárquicos con Alfonso XIII a la cabeza, que no tuvieron los arrestos necesarios para defender el poder que habían ganado en las urnas.

Esta forma de Gobierno que, sin derecho legal alguno, implantaron las izquierdas, se cimentaba sobre arena porque la Constitución que inmediatamente se aprobó, se hizo sin referendo y sin el voto femenino, lo que pone de manifiesto la democracia que adornaba a estos asaltantes del poder, pues las Cortes republicanas negaron al pueblo español su derecho a decidir sobre esa Carta Magna.

Ésta, en un alarde de libertad y participación popular, promulgó lo siguiente:

En su Artículo 34 se afirmaba: “Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujetarse a previa censura.”. Sin embargo, la Ley de Defensa de la República de 1931 convirtió en delitos ciertos ejercicios de la libertad de expresión y de información. Por ejemplo:

“La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”.

“Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del Estado”.

La apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación, y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras”. Con ello, se impedía a cualquier ciudadano, asociación o medio de comunicación ejercer la crítica al gobierno o al régimen, o sea, una Ley Mordaza en toda regla.

Pero es que llegaron a censurar y/o prohibir cosas que nos parecen de la derecha más ultramontana como:

La Censura política e ideológica en las obras de teatro, pues durante la Segunda República también existía censura previa de éstas, incluso en las infantiles.

Como señaló Manuel L. Abellán: “Autores, empresarios o representantes de las compañías teatrales elevaban una instancia con anterioridad al estreno de la obra”.

Después habrá quien se queje de la censura franquista. Posiblemente la tomó de la republicana.

La República en su primigenio sentido semántico significa: “cosa pública, o del pueblo” o “asunto que concierne a todos”, sin embargo la Izquierda se ha arrogado pretensiosamente el derecho de considerarla como suya, sin tener en cuenta que hay republicanos de derechas; por lo tanto esta atribución que hemos mencionado es un mito fraudulento del que se ha apoderado la Izquierda lo mismo que de la palabra “progresismo”, como si la Derecha no pretendiese el progreso y quisiera vivir anclada en un trasnochado pasado.

Durante este periodo de nuestra historia, se impuso la inestabilidad, el miedo, los asesinatos de personas inocentes y la coacción de un régimen totalitario izquierdista. La II República fue el caldo de cultivo o cooperador necesario para que se produjese la guerra fratricida, por el clima de violencia generado por los radicales izquierdistas que, cada uno deseaban un gobierno republicano hecho a su medida lo que la llevaba irremediablemente al anárquico fracaso.

El mito de la Izquierda ha sido la ficción de que el golpe de Estado de Franco fue contra un gobierno legítimamente establecido, contra un Estado de Derecho. Sin embargo, ha quedado probado que las elecciones de 1936 fueron un pucherazo y una serie de desmanes contra la derecha.

Los españoles habían sido testigos de la enorme corrupción, el terror, los asesinatos, las luchas civiles entre diversas facciones de partidos y del odio que hubo entre las propias izquierdas, y, para colmo, contemplaron la huida de sus jefes cargados de tesoros. Así que a la mayoría no les quedaban fuerzas como para seguir creyendo en aquel Himalaya de mentiras (en expresión del propio Besteiro).

La República se rompió desde el primer mes por los intereses mezquinos e inconfesables de sus propios dirigentes.

El dieciocho de julio

¿Qué lo hizo necesario?
Manuel Villegas
miércoles, 20 de julio de 2016, 07:50 h (CET)
Han transcurrido ochenta años del levantamiento de las tropas africanas para remediar el desbarajuste y nefasto caos en el que la República había hundido a España. Sólo están interesados en difundir lo contrario historiadores y comunicadores tendenciosos que buscan medrar con la publicación de los libros que escriben, aunque cometan la peor de las maldades que es decir verdades a medias o disfrazar la verdad para que parezca mentira.

Cualquier escritor o historiador, con ética suficiente y debidamente documentado sabe que las elecciones previas a la implantación de la II República las ganaron los monárquicos, por lo que mantener que los que lucharon con las armas contra ella, se levantaron contra un poder legítimamente constituido es una enorme y tendenciosa falacia, ya que la República fue un asalto al poder consentido y tolerado por la cobardía de los monárquicos con Alfonso XIII a la cabeza, que no tuvieron los arrestos necesarios para defender el poder que habían ganado en las urnas.

Esta forma de Gobierno que, sin derecho legal alguno, implantaron las izquierdas, se cimentaba sobre arena porque la Constitución que inmediatamente se aprobó, se hizo sin referendo y sin el voto femenino, lo que pone de manifiesto la democracia que adornaba a estos asaltantes del poder, pues las Cortes republicanas negaron al pueblo español su derecho a decidir sobre esa Carta Magna.

Ésta, en un alarde de libertad y participación popular, promulgó lo siguiente:

En su Artículo 34 se afirmaba: “Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujetarse a previa censura.”. Sin embargo, la Ley de Defensa de la República de 1931 convirtió en delitos ciertos ejercicios de la libertad de expresión y de información. Por ejemplo:

“La difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público”.

“Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las Instituciones u organismos del Estado”.

La apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación, y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras”. Con ello, se impedía a cualquier ciudadano, asociación o medio de comunicación ejercer la crítica al gobierno o al régimen, o sea, una Ley Mordaza en toda regla.

Pero es que llegaron a censurar y/o prohibir cosas que nos parecen de la derecha más ultramontana como:

La Censura política e ideológica en las obras de teatro, pues durante la Segunda República también existía censura previa de éstas, incluso en las infantiles.

Como señaló Manuel L. Abellán: “Autores, empresarios o representantes de las compañías teatrales elevaban una instancia con anterioridad al estreno de la obra”.

Después habrá quien se queje de la censura franquista. Posiblemente la tomó de la republicana.

La República en su primigenio sentido semántico significa: “cosa pública, o del pueblo” o “asunto que concierne a todos”, sin embargo la Izquierda se ha arrogado pretensiosamente el derecho de considerarla como suya, sin tener en cuenta que hay republicanos de derechas; por lo tanto esta atribución que hemos mencionado es un mito fraudulento del que se ha apoderado la Izquierda lo mismo que de la palabra “progresismo”, como si la Derecha no pretendiese el progreso y quisiera vivir anclada en un trasnochado pasado.

Durante este periodo de nuestra historia, se impuso la inestabilidad, el miedo, los asesinatos de personas inocentes y la coacción de un régimen totalitario izquierdista. La II República fue el caldo de cultivo o cooperador necesario para que se produjese la guerra fratricida, por el clima de violencia generado por los radicales izquierdistas que, cada uno deseaban un gobierno republicano hecho a su medida lo que la llevaba irremediablemente al anárquico fracaso.

El mito de la Izquierda ha sido la ficción de que el golpe de Estado de Franco fue contra un gobierno legítimamente establecido, contra un Estado de Derecho. Sin embargo, ha quedado probado que las elecciones de 1936 fueron un pucherazo y una serie de desmanes contra la derecha.

Los españoles habían sido testigos de la enorme corrupción, el terror, los asesinatos, las luchas civiles entre diversas facciones de partidos y del odio que hubo entre las propias izquierdas, y, para colmo, contemplaron la huida de sus jefes cargados de tesoros. Así que a la mayoría no les quedaban fuerzas como para seguir creyendo en aquel Himalaya de mentiras (en expresión del propio Besteiro).

La República se rompió desde el primer mes por los intereses mezquinos e inconfesables de sus propios dirigentes.

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