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Rememorando a Diocleciano

Una tetrarquía a la española

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¿Ha quedado definitivamente liquidado el deficiente bipartidismo que ha predominado en España en los últimos lustros? ¿Estamos ante una nuevo período marcado por un novedoso y original “esquema cuatripartito”? Sin los suficientes apoyos para que ninguna fuerza pueda por sí sola, acaparar todo el poder, hay quien piensa que actualmente serán principalmente cuatro, los partidos que se aprovecharán de las tentaciones y alicientes que genera el poder ¿Podríamos hablar de una flamante Tetarquía en la cúspide del mando?

Los amantes y estudiosos de la Historia al contemplar el término Tetarquía en el texto, inequívocamente habrán evocado las célebres reformas ejecutadas por Diocleciano a finales del siglo III. Efectivamente y obviando las importantes acciones llevadas a cabo por el soberano ilirio en el campo económico, social, militar, administrativo o protocolario, sin duda, lo más llamativo de su acción de gobierno fue la implantación del sistema político denominado “Tetrarquía”.

Consistió en primer término, en asociar a un segundo emperador (Maximiano) al poder, al que se le encomendaría la solución de los problemas occidentales (revueltas de los bagaudas, invasiones bárbaras…) Del mismo modo, Diocleciano sería denominado “Augusto” y Maximiano en un peldaño inmediatamente inferior, sería titulado “César”. Además, el primero ostentaría el epíteto divino de Júpiter (dios supremo) y el segundo de Hércules (el más eminente de los héroes divinizados).

Pocos años después y continuando con las reformas internas, fueron elegidos otros 2 emperadores: Galerio y Constancio Cloro. Como consecuencia, se efectuó un nuevo reparto territorial entre las cuatro nuevas autoridades. Como observamos, los cambalaches para repartirse cargos, organismos y regiones entre los dirigentes no es una circunstancia de reciente instauración.

Agregando que la división no fue rígida, veamos brevemente su distribución:

Diocleciano actuaría en Oriente y Egipto y su capital sería Nicomedia.
Maximiano ejercería en Italia y África con la corte en Milán.
Galerio tendría como centro Tesalónica y su área de influencia sería el sur del Danubio.
Constancio Cloro tendría como capitalidad Tréveris y su dominio estaría principalmente ejercido en las provincias occidentales.

Para afianzar el acuerdo, se establecieron toda una serie de alianzas matrimoniales entre las familias de los cuatro protagonistas. Asimismo, los dos primeros emperadores quedaron vinculados a Júpiter y los dos más noveles con título de César a Hércules. A partir de aquí se concebía ingenuamente, que en una especie de abdicación institucionalizada, los augustos renunciarían en el momento en que estimasen que su etapa de gobierno debía darse por agotada, y sería entonces, cuando los césares pasarían a sustituirlos.

Como sabemos, la realidad no fue tan sencilla y la lucha por la preponderancia fue feroz, marcando las guerras civiles todo el período posterior… ¡Pero qué complicado es abdicar!

¿Quién sería hoy en día Diocleciano? ¿A quién nombramos Júpiter? ¿Y César? ¿Estará en la mesa de negociaciones el reparto de los poderes locales y autonómicos? En fin, esperemos por el bien de los españoles que el desenlace de la actual composición básicamente “tetrárquica” del parlamento, sea totalmente antagónico al episodio aludido.

Una tetrarquía a la española

Rememorando a Diocleciano
Juan López Benito
lunes, 11 de julio de 2016, 00:56 h (CET)
¿Ha quedado definitivamente liquidado el deficiente bipartidismo que ha predominado en España en los últimos lustros? ¿Estamos ante una nuevo período marcado por un novedoso y original “esquema cuatripartito”? Sin los suficientes apoyos para que ninguna fuerza pueda por sí sola, acaparar todo el poder, hay quien piensa que actualmente serán principalmente cuatro, los partidos que se aprovecharán de las tentaciones y alicientes que genera el poder ¿Podríamos hablar de una flamante Tetarquía en la cúspide del mando?

Los amantes y estudiosos de la Historia al contemplar el término Tetarquía en el texto, inequívocamente habrán evocado las célebres reformas ejecutadas por Diocleciano a finales del siglo III. Efectivamente y obviando las importantes acciones llevadas a cabo por el soberano ilirio en el campo económico, social, militar, administrativo o protocolario, sin duda, lo más llamativo de su acción de gobierno fue la implantación del sistema político denominado “Tetrarquía”.

Consistió en primer término, en asociar a un segundo emperador (Maximiano) al poder, al que se le encomendaría la solución de los problemas occidentales (revueltas de los bagaudas, invasiones bárbaras…) Del mismo modo, Diocleciano sería denominado “Augusto” y Maximiano en un peldaño inmediatamente inferior, sería titulado “César”. Además, el primero ostentaría el epíteto divino de Júpiter (dios supremo) y el segundo de Hércules (el más eminente de los héroes divinizados).

Pocos años después y continuando con las reformas internas, fueron elegidos otros 2 emperadores: Galerio y Constancio Cloro. Como consecuencia, se efectuó un nuevo reparto territorial entre las cuatro nuevas autoridades. Como observamos, los cambalaches para repartirse cargos, organismos y regiones entre los dirigentes no es una circunstancia de reciente instauración.

Agregando que la división no fue rígida, veamos brevemente su distribución:

Diocleciano actuaría en Oriente y Egipto y su capital sería Nicomedia.
Maximiano ejercería en Italia y África con la corte en Milán.
Galerio tendría como centro Tesalónica y su área de influencia sería el sur del Danubio.
Constancio Cloro tendría como capitalidad Tréveris y su dominio estaría principalmente ejercido en las provincias occidentales.

Para afianzar el acuerdo, se establecieron toda una serie de alianzas matrimoniales entre las familias de los cuatro protagonistas. Asimismo, los dos primeros emperadores quedaron vinculados a Júpiter y los dos más noveles con título de César a Hércules. A partir de aquí se concebía ingenuamente, que en una especie de abdicación institucionalizada, los augustos renunciarían en el momento en que estimasen que su etapa de gobierno debía darse por agotada, y sería entonces, cuando los césares pasarían a sustituirlos.

Como sabemos, la realidad no fue tan sencilla y la lucha por la preponderancia fue feroz, marcando las guerras civiles todo el período posterior… ¡Pero qué complicado es abdicar!

¿Quién sería hoy en día Diocleciano? ¿A quién nombramos Júpiter? ¿Y César? ¿Estará en la mesa de negociaciones el reparto de los poderes locales y autonómicos? En fin, esperemos por el bien de los españoles que el desenlace de la actual composición básicamente “tetrárquica” del parlamento, sea totalmente antagónico al episodio aludido.

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